Palabra de Vida de la 1º semana de mayo de 2024

Estrenamos el mes de mayo acudiendo a la intercesión de San José, destacando su condición trabajadora. El esposo de la Virgen María y custodio del Redentor es presentado por la Iglesia como ejemplo de obrero que fue reconocido por sus contemporáneos como artesano, con cuyo trabajo y cuidado supo crear el hogar donde Jesús de Nazaret, el Salvador del mundo, nació y creció entre los hombres. Acudiendo a la intercesión de san José pedimos al Señor condiciones laborales justas, acordes con la dignidad del ser humano, para que cada persona pueda reconocer su vocación a la santidad y contribuir a la formación de una sociedad en paz.

La piedad popular asocia tradicionalmente el mes de mayo con María Santísima. El florecer de los campos se eleva como un canto de alabanza en honor de la Madre del Redentor. Como en la primera pascua cristiana de la historia, los apóstoles y discípulos, renacidos en el encuentro con Cristo Resucitado, se congregan junto a la Virgen María en la espera del Espíritu Santo. Se abre el tiempo de las romerías y peregrinaciones. Al abrigo de María renace la esperanza. Ella nos entrega y une siempre a su Hijo, ayudándonos a centrar la vida y reconocer la meta santa que nos aguarda.

Y así, de la mano de San José y en el abrazo de Santa María, avanzamos en el tiempo pascual llegando al sexto domingo en que la Iglesia pone en nuestros labios una oración que encierra el secreto de la vida feliz: la memoria de Cristo Resucitado, manifestada en la vida cotidiana nos permite superar las dificultades, ensanchar las alegrías y gustar de forma anticipada la alegría eterna que nos aguarda. Manifestemos siempre en las obras lo que guardamos en la memoria.

El evangelio de este domingo nos lleva de nuevo a las palabras de Jesús en la última cena referidas por el apóstol y evangelista san Juan. El Hijo nos ama con el amor del Padre. Si guardamos sus mandamientos permanecemos en su amor. Así nos comunica Cristo la alegría de la Trinidad Santa: hemos sido llamados a alegría plena, la cual se alcanza dejándonos amar por Cristo y compartiendo su amor con los demás. La grandeza del amor está en la donación sin condiciones. Amando así entramos en la amistad con Jesús, ponemos orden en nuestro corazón, disfrutamos la libertad de los hijos de Dios y somos capacitados para dar frutos de vida eterna.

Precisamente en este domingo que Jesús nos llama a la alegría plena se celebra la Pascua del enfermo, con la que se completa la campaña del enfermo que se inició el pasado 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes. Con el lema “dar esperanza en la tristeza” somos llamados a vivir el encuentro con Cristo en las personas que padecen la enfermedad, para que volvamos a descubrir la dignidad infinita de toda vida humana, también de la que se ve sometida a la prueba de la enfermedad. Para llevar esperanza a quienes sufren la enfermedad con tristeza y angustia, ayudemos a todos a hacer memoria de Cristo Resucitado. Su amor es más fuerte que cualquier enfermedad.

 

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

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