Como hemos venido informando, a partir del próximo domingo 14 de diciembre, nuestra diócesis contará con cuatro nuevos diáconos permanentes. Entre ellos se encuentra el italiano Michel Romano, quien hace ocho años dejó atrás su pueblo natal, Lecce, con la esperanza de encontrar en Tenerife un futuro mejor para él, su mujer y sus dos hijos.
P.- ¿Cómo fueron los derroteros que hicieron que llegaras a Tenerife?
R.- Fue algo parecido a la historia de Abraham. Los últimos días que viví en mi ciudad natal siempre tenía la imagen de Abraham metida en la cabeza. Sentía la llamada a levantarme e ir a donde Dios me indicara. Y así ha sido, sinceramente. Fue algo no planificado. De hecho, el primer destino que había pensado era Alemania. Pero recibí una llamada de una amiga que estaba aquí haciendo el Erasmus y quedé enamorado con la descripción que me hizo de la isla. Llegué a Tenerife el 28 de enero de 2018 y desde entonces vivo aquí con mi familia.
P.- ¿Ya venías de Lecce con esta vocación al diaconado permanente o surgió aquí?
R.- La vocación estaba en mí previamente. Había conocido la labor de los diáconos en un comedor de Cáritas de mi parroquia y fue un enamoramiento a primera vista, como se suele decir. Al principio, pensaba que aquellos hombres eran curas pero mi párroco, D. Damián, me explicó que eran diáconos permanentes que se encargaban de servir a los más pobres. Hombres casados, servidores de la Iglesia. A partir de entonces, empecé a colaborar con ellos.
P.- ¿Qué va a suponer para tu vida familiar y para tu trabajo ser diácono permanente? Porque ahora, de alguna manera, las tareas y responsabilidades se multiplican.
R.- Sí, no cabe duda que van a aumentar. Pero, en definitiva, esto es dar respuesta a una llamada que viene de Dios. Hasta ahora, hemos tenido un periodo bastante largo de discernimiento, gracias a nuestros formadores y a los otros diáconos. Y ahora toca decir, “Sí, aquí estoy. Señor, haz de mí tu instrumento”.
P.- Nuestro obispo emérito recientemente fallecido, D. Bernardo Álvarez, fue responsable a nivel de Conferencia Episcopal del diaconado permanente y se preocupó mucho de que los aspirantes a este ministerio se formaran en Ciencias Religiosas. Pero siempre teniendo en cuenta que este camino, sin vocación, no tiene sentido.
R.- Efectivamente. Si no existiera la vocación, esto sería como una especie de funcionariado religioso. Don Bernardo, que en paz descanse, insistía mucho en discernir. Y, además, insistía en discernir con la esposa, con la familia, con los hijos. Me acuerdo como en varias homilías nos recordaba que era fundamental tomar al menos un día de la semana y dedicarlo plenamente a la familia.

P.- ¿Hubo un momento concreto en el que le comentaste a tu mujer esta vocación?
R.- Sí. Estábamos de vacaciones en la playa. Yo lo tenía un poco escondido en el alma, a pesar de que ya había frecuentado un trienio de teología pastoral para ser acólito. Pero cuando se lo dije, no fue una sorpresa, sino una confirmación. Ella me dijo que ya intuía que los pasos iban por ahí. Fue una inmensa alegría. También ayudó que estamos en la misma sintonía. Mi esposa era catequista, ha sido presidenta de Acción Católica en nuestra ciudad, etc.
P.- Y los hijos, ¿cómo lo tomaron?
R.- Bien, ellos lo han ido asumiendo y madurando. Cuando eran pequeños y veían a su papá con el alba, no les extrañaba mucho porque siempre hemos intentado estar en la Iglesia. Pero, ahora sí que se sorprenden más. Cuando le comuniqué al mayor que me iba a ordenar, me dijo, qué fuerte, papá, qué emoción.
P.- ¿Qué es lo que puede hacer y a qué está llamado un diácono permanente?
R.- Está llamado a representar a Cristo servidor. Y, a nivel litúrgico estamos llamados a proclamar la buena noticia y a colaborar con el párroco, con la diócesis y con nuestro obispo. En cuanto a los sacramentos, podemos impartir el sacramento del bautismo, del matrimonio y celebrar entierros, cuando se requiera. Además, podemos repartir la comunión. En definitiva, ser colaboradores al cien por cien.























