Carta de Fr. Severino Calderón Martínez, ofm.
Queridos hermanos: PAZ Y BIEN.
La celebración de la fiesta de San Francisco nos lleva a pedirle al Señor UNA FE RECTA para recuperar el arte de vivir, para recuperar la alegría y belleza de creer y anunciar lo que creemos desde la gracia que abre el corazón y la decisión de vivir con Cristo.
Los discípulos de Jesús vivieron una comunión desde un estilo de vida porque fueron reconocidos, anunciaron la buena noticia, forman una nueva comunidad, vivían desde la oración, la celebración de la Eucaristía y el compartir los bienes (Hch. 2,42-47).
Para vivir desde la fe se nos pide ser signos visibles y creíbles del Dios de la vida, para ello es imprescindible estar tocados por Dios. Quien se encuentra con Dios no pierde nada, sino que gana todo. Es la Verdad que llena la cabeza; es la Belleza que llena el corazón; es la Bondad que hace buenas las obras (Benedicto XVI).
La fe la vivimos como regalo de la Iglesia; que es Misterio de comunión y para la misión; es hogar donde todos nos sentimos a gusto, escuela donde todos aprendemos de todos, taller donde aprendemos nuevos métodos y modos de actuar.
Para Francisco la fe se vive en la fraternidad y desde la fraternidad; partimos a la misión a testimoniar y anunciar la fe que hemos recibido. ¿Dónde ofrecer este arte de vivir?. A través de la evangelización, que es comunicar la vida que se ha recibido no como objeto de la ciencia sino de la persona de Jesús, evangelio viviente. Francisco quiere ser evangelio viviente porque tiene conciencia clara de que el grano de mostaza dejado en tierra da fruto abundante (Mc 4,26-29), aunque sea la más pequeña de todas la hortalizas.
Cuando Francisco pide al Señor una fe recta es una forma de vivir desde la escucha del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Jn 16,13). Todos los métodos de evangelización que utilicemos son ineficaces si no se fundamentan en la oración. El grano de trigo tiene que caer en la tierra y morir (Jn 12, 24). No podemos dar vida a otros sin dar nuestra vida; quien pierda la vida por el Evangelio, la encontrará (Mc 8,35).
Le pedimos al Señor, con Francisco, que la fe sea compañera de vida; que nos haga descubrir la comunidad para vivirla en la gran comunión de la Iglesia y comunicarla al mundo; que nos lleve a ser testigos coherentes para compartir lo más valioso que tiene el cristiano: vivir desde el Evangelio, es decir, poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida, fraternidad y misión. Si Dios está, vive y actúa, extenderemos el Reino desde el proceso de conversión, que nos lleve a confesar la fe en Jesucristo y seguirlo en la vida terrestre, impartiendo justicia, hasta la vida eterna, donde anida la justicia y la paz duraderas.
La fe ha de ser creíble desde el testimonio
Con Francisco pedimos, este año de la fe, que suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, recorriendo la historia de nuestra fe y haciendo camino con los buscadores de Dios, intensificando la celebración de la liturgia, poniendo al día nuestra fe y enraizando un testimonio de la caridad (1Cor 13,13). La fe sin caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería una duda existencial. La fe y el amor se necesitan mutuamente (Mt. 25).
Como la samaritana también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús (Jn 4.14).
¿Qué es la fe?. Como todos sabemos, la vida fraterna sin fe suena a «música celestial». La fe, después de lo dicho, es creer, obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch. 4,19), es escuchar y poner en práctica lo escuchado, como hizo Francisco después de haber escuchado el Evangelio en la Porciúncula (cf. 1 Cel. 22); es tener confianza en Aquel para el que nada es imposible (cf. Lc 1,37); es abandonarse en los brazos de Dios, confiar en el hoy y aceptar el mañana, porque sea el día que sea, Dios está en él.
La fe da seguridad frente a la incertidumbre, da ánimo ante el miedo, es la luz en la oscuridad. La fe ahonda sus búsquedas en Dios y florece en la vida: «una fe sin obras es una fe muerta» (Sant. 2,17).
La fe es dar el corazón, ponerlo en manos del dador de Todo Bien. Estamos llamados a atravesar la puerta de la fe (Hb. 14,22), es un camino que dura toda la vida. La fe sólo crece y se fortalece creyendo, abandonándose en un continuo proceso.
Para Francisco, hombre de fe… la fe es encuentro, movimiento, vida: vida que se desarrolla y se profundiza al filo de las experiencias, de las reflexiones y de los progresos que estas experiencias provocan. Francisco fue fiel a las lecciones de la vida, que él se esforzó en leer e interpretar a la luz del Evangelio. Si copiaba a Cristo, era para impregnarse de su espíritu. En esta lectura de los signos de Dios, la fe se hace incesantemente más profunda; a cada nuevo hallazgo, los precedentes deben ser asumidos en el plano de la vida concreta con una fidelidad nueva. Rechazar este movimiento, este progreso, es rechazar la fe. Pues la fe progresa o desaparece; no es estática, jamás es el objeto inerte de una posesión definitiva o de una comprensión inmediata.
La fe es movimiento, el encuentro de una persona, es decir, de un misterio, que es necesario penetrar sin descanso. Si se alcanzara el final de este misterio, no habría ya vida, tanto en Dios como en el hombre. Si Dios estuviera al alcance del hombre, ya no sería el todo-otro que Jesucristo nos ha revelado, ya no sería inalcanzable. Cuando se ha descubierto la presencia de Dios en un acontecimiento, Él está ya en el acontecimiento siguiente donde nos espera para revelársenos un poco más, aunque jamás totalmente.
Es a través de las mil y una experiencias de la vida como las nociones del Credo nos devuelven el rostro de una Persona viva. Los acontecimientos de la vida y de este mundo son los signos actuales de la presencia y de las intenciones de Dios. Pero estos signos no son legibles si no es mediante su referencia al Evangelio.
Encuentro con una Persona presente en el mundo, la fe está constantemente en evolución, constituye una marcha ininterrumpida en presencia de esta Persona. Detenerse sería necesariamente alejarse de Dios y del mundo.
El Señor se lo hizo comprender a los discípulos la mañana de Pascua: ellos le creían muerto y enterrado en la tumba, Él los cita en Galilea (Mt 28,9). Para encontrarlo, pues, deben ponerse de nuevo en marcha. Del mismo modo, le dice al joven de Espoleto: «Vuelve a la tierra que te vio nacer». Francisco comprendió, como Abraham, padre de la fe, a quien Dios ordenó también partir, que será un nómada, «peregrino y extranjero en este mundo». Mientras la fe no haya alcanzado el pleno conocimiento de Dios y de su designio de salvación, tendrá al creyente proyectado hacia adelante, a la búsqueda de un nuevo descubrimiento. Ella deja en su corazón una tensión e insatisfacción profundas, que impulsaron a Francisco a desear el martirio (LM 9) y, en su defecto, a compartir en su propio cuerpo los sufrimientos de la Pasión. A través de este signo de identificación, que son las llagas, pudo él comprender, aún más, la profundidad del Amor de su Señor (LM 13). El deseo del «cara a cara», término normal de la fe en lo invisible, le lleva a celebrar «nuestra hermana la muerte» como «la puerta de la vida» (2 Cel 217).
Francisco fue caballero mucho más allá de sus sueños de juventud. Su fe fue la de un hombre totalmente bajo el dominio de Dios. Ante cada interrogante de la vida, ante cada viraje hacia lo desconocido, Francisco, como San Juan de la Cruz, hubiera podido responder: «Al amor que se te lleva, no le preguntes dónde va».
Hermanos, dejar de orar, en este proceso, puede ser una tragedia para abandonar la fe: la vida franciscana necesita revitalizarse, renovarse, refrescarse y esta agua viva sólo viene de la fuente de la Vida. Necesitamos dar tiempo a Dios en nuestras vidas, sólo así seremos nosotros mismos.
¿Qué hacer en este Año de gracia?
Fraternidad: necesitamos fraternidades vivas de referencia, abiertas al proceso de revitalización, que estamos emprendiendo las provincias en el Proyecto Porciúncula de Vida y Misión. Comunidades que se sustentan de la Eucaristía y de la Caridad, y que incorporan el Perdón a su proceso de fe para manifestar la belleza del Cuerpo de Cristo.
Nueva Evangelización. La fe nos lleva a un nuevo impulso misionero para abrir la mente y el corazón de nuestros contemporáneos desde las diversas parcelas de pastoralidad donde intentamos dar respuestas al hombre de hoy.
Con el crucificado y con todos los que sufren. Una fe comprometida en el interior de las comunidades y en la misión ad gentes. Recodamos a todos los hermanos que sufren en su cuerpo o en su espíritu, a los que han perdido a sus familiares, a los que no encuentran la paz. Pedimos al Señor nos ayude a ser solidarios con los necesitados para ofrecerles pan y abrigo.
Damos gracias a Dios, que nos abre un nuevo Proyecto de Vida y Misión, para avanzar, sin miedo, a vivir una pasión. Abiertos al Capítulo Provincial, que se avecina, y siendo todos portadores del Evangelio.
DANOS SEÑOR UNA FE RECTA…
que ilumine las tinieblas del corazón.
QUE EL SEÑOR OS CONCEDA LA PAZ
Y TENGA MISERICORDIA DE VOSOTROS.
¡FELIZ FIESTA DE SAN FRANCISCO Y FELIZ AÑO DE LA FE.
Cádiz, 17 de septiembre de 2012. Impresión de las llagas de San Francisco.
Fr. Severino Calderón Martínez, ofm
Ministro Provincial