Carta de Pascua de Severino Calderón Martínez, ofm

Paz y bien

1. Los creyentes de hoy aprenden de Jesús el Señor.

Para los cristianos del mundo de hoy Jesús continúa provocando admiración e interés, y los seres humanos disfrutamos de tener un amigo, que ofrece su vida por nosotros, que concede su perdón envuelto en acogida amistosa, que nos pide ser compasivos como lo es el Padre del cielo, y que cambiemos nuestro corazón. Somos discípulos de un Maestro, que dominaba el arte de acoger, de amparar y de ofrecer asilo, entre sus brazos, a las vidas heridas y a los cuerpos maltrechos de tantos hombres y mujeres necesitados.

Estamos obligados a conseguir que nuestra solidaridad, preocupación, sintonía y cercanía se haga realidad en la comunidad creyente. Que la Iglesia se convierta en un espacio de comunión, de acogida, de misericordia y de fraternidad compartida, capaz de abrazar a cuantos, en nuestros días, siguen sufriendo en sus cuerpos y en sus espíritus.

Resulta miserable rezar juntos el Padre Nuestro y compartir la Eucaristía, si al tiempo, mantenemos cerrados nuestros corazones y despreciamos o descuidamos a cuantos nos rodean. Jesús nos llama a reconstruir nuestra vida, nuestras amistades, nuestra fe, a partir de su enseñanza sobre los pobres y los pequeños.

Según Jesús el Reino de Dios se hace presente allí donde las personas actúan con misericordia. Donde hay una mirada misericordiosa a las víctimas caídas en las cunetas, inaugurando una dinámica de perdón y compasión: «Cesad de obrar el mal, aprended a obrar el bien; buscad el derecho, socorred al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda» (Is 1,16-18).

Para Jesús, en el Reino Nuevo, la vinculación fundamental es la fraternidad en el servicio mutuo, compartiendo mesa con los que aparentemente eran «menos» y estaban «por debajo»… para conseguir el necesario cambio de mentalidad, de apegos, de forma de actuar y de reaccionar; resulta imprescindible nacer de nuevo, tal como enseñó a Nicodemo (Jn 4). Necesitamos mirarnos en el espejo del Evangelio, como nos indica Santa Clara de Asís, para poder, como Jesús con la toalla en la mano, lavar los pies de los hermanos.

1. Para entender qué es ser misericordioso tengo que haber experimentado la misericordia. Hay que pasar por la miseria y reconocerla para poder tener el corazón hacia ella. Puedo compadecerme, puedo tener misericordia en la medida en que he experimentado la miseria: si no hubieras sido forastero no entenderías qué sentido tiene lo que te pido hoy (cf. Ex. 23,9).

La misericordia de Dios hacia nosotros, no es desde arriba, que echa en cara o disculpa sin más, sino desde abajo, haciéndose cargo de nuestras debilidades, no para «pasar la mano», sino para abrir los ojos a responsabilizarnos, lo cual no tiene nada que ver con las culpabilidades, que imposibilitan experimentar la misericordia de la que nos habla la bienaventuranza: «Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia». Una misericordia que no degrada, ni humilla, sino todo lo contrario, que se hace cargo de nuestras debilidades: «El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

2. Agradecer la misericordia de Dios es ser conscientes de las gracias recibidas, que nos llevan a admirar y amar al Buen Dios. Ser cristiano consiste fundamentalmente en tener un encuentro con Cristo, camino, verdad y vida del ser humano y de toda la creación. Dice San Ireneo que si al hombre la faltara completamente Dios dejaría de existir. La historia humana habla del Buen Dios que, en palabras de Francisco de Asís, se convierten en Alabanzas al Dios altísimo que se narran con este tono:

«Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres altísimo, tú eres rey omnipotente, tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra. Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses, tú eres el bien, todo el bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y ver da- dero. Tú eres amor, caridad; tú eres sabiduría, tú eres humildad, tú eres paciencia, tú eres be- lleza, tú eres mansedumbre, tú eres seguridad, tú eres quietud, tú eres gozo, tú eres nuestra es- peranza y alegría, tú eres justicia, tú eres templanza, tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción. Tú eres belleza, tú eres mansedumbre; tú eres protector, tú eres custodio y defensor nuestro; tú eres fortaleza, tú eres refrigerio. Tú eres esperanza nuestra, tú eres fe nuestra, tú eres caridad nuestra, tú eres toda dulzura nuestra, tú eres vida eterna nuestra: Gran de y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador».

Para el ser humano el amor misericordioso del Padre es un auténtico punto de referencia, el sentido profundo de su vida, el horizonte vital de su existencia.

Este amor misericordioso se manifiesta en el reconocimiento, por nuestra parte, de la filiación y de la necesidad de crear lazos de fraternidad, de entrega generosa, de esperanza y alegría compartidas: «Dios de mi alegría» (Sal 41,3), «Dios de mi vida» (Sal 44,9); «Dios de mi alabanza» (Sal 108,1); «Dios de mi esperanza» (Sal 39,8); «La roca de mi corazón» (Sal 72,26). Cristo aparece, en los textos bíblicos, como el amigo, el compasivo, el cercano, el misericordioso, el benigno. Jesús llama a sus discípulos amigos, con el sentido de una implicación personal y de afecto.

Enorme y gozosa responsabilidad la de los cristianos, la de ser cauces y testigos del amor creador, salvador, misericordioso y compasivo. En la Escritura leemos que vosotros que sois sabios debéis orar con estas palabras. «Tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida» (Sab 11,26). Si nosotros queremos ser, de verdad, hijos suyos debemos tener ese «Aire de familia», es decir, debemos ser igualmente compasivos y misericordiosos.

4. La conducta misericordiosa se manifiesta principalmente de dos formas: ayudando a quienes tienen apuros (a través de las obras de misericordia) y perdonando a los demás.

Obras (de Misericordia) son amores, que debemos actualizar en sensibilidad social y solidaria. También queremos ser voz de los que no la tienen, acoger al inmigrante y refugiado, defender los derechos de los encarcelados, acompañar a los enfermos, alentar a los que pierden la esperanza, ayudar a reconciliarse a los que viven en discordia…

Ninguna obra de misericordia debe suplantar a la justicia para no dar, como ayuda de caridad, lo que ya se debe dar por razón de la justicia.

El que haga obras de misericordia, decía San Pablo: «hágalo con jovialidad» (Rom 12,8), que, dicho de otro modo, según los biblistas, sería hacerlo «con alegría», «con gusto», «de buen humor»…

La misericordia también se manifiesta perdonando a los demás, porque, si nosotros somos perdonados muchas veces por Dios, también nosotros debemos estar dispuestos a perdonar a los demás.

Buena Pascua a todos y a cada comunidad que nos ha acogido, sabiendo que sólo el amor, que se entrega, es digno de fe, porque tiene mirada de misericordia.

AMÉN, ALLELUYA.

Granada, 20 de marzo, Domingo de Ramos, 2016.

Severino Calderón Martínez, ofm.

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