Rosa María Molina, natural de Los Realejos, es religiosa de la Pureza de María y tiene setenta y cuatro años. Veintiocho de ellos los ha pasado como misionera en la República Democrática del Congo. Estos días, se encuentra en Tenerife disfrutando de unos días de descanso, pero pronto se reunirá, de nuevo, con sus hermanos congoleños.
“Esta es una misión muy bonita, pero muy dura. Cuando vengo aquí, mi familia y mis amigos me dicen; ¿pero vuelves otra vez? Y yo siempre digo; sí, vuelvo. Mientras el Señor me dé salud, yo vuelvo, porque para mí esto es mi vida. También me suelen decir, pero aquí puedes trabajar. Y lo sé, pero es muy diferente. El trabajo que yo hago allá no lo puede hacer otra persona. Tendría que hacerlo otra misionera”.
Molina recordó cómo fue la primera toma de contacto cuando llegó al continente africano. “Los primeros días en El Congo fueron para mí como una gran montaña, pero cuando me fui adentrando en la misión, vi que era lo mío. Lo primero fue adaptarme al idioma. Sé un poquito de Swahili pero sobre todo me comunico en francés. Lo primero que me encargaron fue trabajar en el internado con 70 niñas”. Según añadió Molina, se trataba de un internado muy precario, donde no había luz y el agua había que irla a buscar al río. Pasado un tiempo, esta religiosa pasó a ser superiora y responsable del hospital de Kafakumba.
Molina se siente, prácticamente, una congoleña más. “Las personas aquí son muy serviciales. Con ellas hay que ir poco a poco. Hay que ganarse el respeto, pero lo más importante es saber estar. En este sentido, yo siempre me he sentido muy respetada y muy querida”.
La religiosa de la Pureza reconoce que en la misión no todo es de color de rosa y que en algunas ocasiones la seguridad se ha tambaleado. “Hemos tenido algunos momentos difíciles debido al vandalismo y algunos encontronazos con los militares, pero el Señor siempre ha puesto su mano. Llevamos en total 50 años en el Congo y, gracias a Dios, no nos ha pasado nada”.