Las parroquias de la diócesis han comenzado desde anoche a vivir la más importante celebración de los cristianos. El tiempo de la Pascua comienza con la «Vigilia Pascual» una vez que ha llegado la noche. No se trata del último acto del Sábado Santo sino que es ya, para la Iglesia Católica, la celebración del Domingo de Pascua, la solemnidad de las solemnidades, la “noche amable más que la alborada”.
En este sentido, en el primer templo de la diócesis, la Catedral de los Remedios, el obispo Bernardo Álvarez, en un templo especialmente engalanado para la ocasión, presidía la Vigilia Pascual.
La Iglesia entera se reúne en oración prolongada durante la noche en la espera de la resurrección del Señor, de ahí el carácter vigiliar por el que se distingue esta celebración. Su riqueza lírica, simbólica, ritual, oracional y sacramental trata de mostrar y celebrar desde las más variadas perspectivas el gran misterio de la Resurrección de Cristo presente en la vida de la humanidad: la luz que vence las tinieblas de la muerte, la unidad de toda la Historia de la Salvación, la renovación del bautismo y, finalmente, la liturgia eucarística, momento culminante de la Vigilia, memorial de la muerte y resurrección del Señor, anticipo de la Pascua eterna.
El prelado nivariense, en su mensaje para la Pascua de Resurrección de este año ha lanzado un mensaje de esperanza: “Una vida buena, plena y feliz es posible”. “El Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos” “como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor”- indica.
Álvarez Afonso destaca el hecho de que “el retorno anual de las Fiestas de Pascua es un regalo de la paciencia de Dios. Pese a nuestras infidelidades, Él continúa fiándose de nosotros y sigue ofreciéndonos la oportunidad de avanzar con nuevo entusiasmo hacia una vida plenamente cristiana”. Ello es posible porque “Dios siempre nos busca, nos llama a cada uno por nuestro nombre y nos invita a ser sus hijos y, por tanto, hermanos unos de otros”. Para ello solo nos pide “tener sed”, la cual solo puede ser saciada por Dios mismo.
En nuestro mundo – subraya citando a Benedicto XVI- la alegría de la pascua contrasta todavía con los lamentos y el clamor que provienen de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias. Y, sin embargo, Cristo ha muerto y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy.
La misiva finaliza felicitando la pascua y deseando a todos y cada uno paz y alegría.
La Misa del día de Pascua es continuación y prolongación diurna de los contenidos festejados en la gran noche. A las 12 horas del domingo vuelve a presidir el Obispo el solemne pontifical del Domingo de Resurrección en el que imparte la bendición papal. Tras la Misa se realiza la procesión con Jesucristo Sacramentado desde la Catedral a la parroquia Matriz de la Concepción.