Este sábado, a las 11 de la mañana, en el templo lagunero de la Concepción, el obispo ordenará diáconos, camino del presbiterado a tres jóvenes de nuestra diócesis.
Este es su testimonio en primera persona:
"Continúa acción de gracias a Dios", Airán Expóstio Hernández
Mi nombre es Airán y tengo 27 de años. Soy de Icod de los Vinos, concretamente del barrio de Las Canales y pertenezco a la comunidad parroquial de San Juan Bautista. Contar mi testimonio vocacional sería larguísimo porque a lo largo de mi vida, Dios se ha valido de numerosas mediaciones para hacerme ver cuál es el camino para alcanzar la verdadera felicidad. Desde que era pequeño, a través de mis abuelas fui conociendo a Jesús poco a poco hasta que al llegar a la catequesis, Dios se valió de mis catequistas para lanzarme la primera llamada; ellas al ver que preguntaba mucho, me dijeron que si me había cuestionado alguna vez si yo quería ser sacerdote. En principio les dije que ni loco, que cuando fuese mayor me quería casar. Sin embargo, el Señor dejó que esa pregunta se quedase en mi corazón, sobre todo, gracias al testimonio de vida de mi párroco en esa época, Don Carlos Quintero. Eso hizo que me decidiese a contárselo a mis padres el día de mi confirmación, aunque recibí una negativa a entrar en el seminario. Y con 15 años, al terminar 4º ESO, mis padres permitieron que entrase en el Seminario, después de una lucha intensa de varios años.
Durante la época del Seminario, tuve mis momentos de dificultad en los que Dios me puso mediaciones para perseverar: mis amigos que pertenecían a un movimiento eclesial, los propios formadores. Al terminar mis estudios, me enviaron a dar clases a algunos institutos como el I.E.S. Realejos, I.E.S. Adeje II y el S.I.E.S Arona. Dos años después fui enviado a las comunidades parroquiales de San Pedro y Santo Domingo de Güímar donde he compartido mi fe durante este último año.
Cuando Dios nos llama para una misión concreta es para que seamos felices, porque en esa misma llamada ya se nos empieza a dar el ciento por uno que Él nos prometió. Por eso, para mí esta llamada al sacerdocio es un don, un regalo, que cada vez que lo medito me impresiona hondamente. ¡Cómo Dios se vale de hombres imperfectos, con defectos, con sus fallos, para ser prolongadores de su obra en medio de este mundo, para ser “otros cristos”. Por ello, lo que me conforta ante todo es tener la certeza -cada vez más fuerte- de que es Dios mismo quien se vale de mis miserias para comunicarle a los demás. Por esto mismo, estos días han sido una continua acción de gracias a Dios por este gran don que me ha hecho.
Dios continúa cada día renovando su llamada a través de nuevas cosas que me va pidiendo, y en este servicio del diaconado, veo impresa la huella de la entrega de Cristo a su comunidad, y a eso me siento llamado por medio de este regalo: el dar la vida por aquellos a los que he sido enviado, especialmente a los más necesitados, procurando ver en ellos el rostro de Cristo resucitado.
"Afortunado y desbordado", Julián Andrés Azcárate Acosta
El Señor, que desde siempre me conocía, me llamó a la vida el 3 de mayo, hace 27 años, en Villa Rica, al sur de Colombia. Fui bautizado en la parroquia de La Inmaculada Concepción, el 30 de junio del siguiente año. Mi bautismo fue un gran regalo que siempre estuvo conmigo, pero que no abrí hasta los 15 años que tuve mi experiencia de Dios, mi encuentro personal con Cristo, por medio del grupo de jóvenes de la parroquia. Ahí fui descubriendo que el Señor me llamaba a algo, pero no sabía a qué, y gracias a las mediaciones que Dios puso en mi vida, fui discerniendo la vocación.
A los 17 años ingresé en el Seminario Mayor San José de la Arquidiócesis de Popayán, en Colombia. Empecé en el 2001 en el curso introductorio, con muchas dudas; al año siguiente comencé a estudiar Filosofía y cada vez más iba encontrando respuestas a mis interrogantes y descubriendo la voluntad del Señor sobre mi vida. En el 2004 ya estudiaba Teología y recibí la Admisión Canónica a las Sagradas Ordenes. Luego, contando siempre con el Señor, pensé en la posibilidad de venir al Seminario de Tenerife para terminar mi proceso formativo y estar con mi familia que había emigrado hacía 10 años a España.
Fue así como el Señor, en el año 2009, me trajo a Tenerife y confirmé que la voluntad de Dios era que le sirviera toda la vida como Sacerdote, incardinado en la Diócesis de San Cristóbal de la Laguna. El Señor ha querido ubicarme en este momento de la historia (Aquí y Ahora) para ser Discípulo y Misionero en esta Iglesia Nivariense, lo que me hace muy feliz, porque a pesar de las cruces, constato que mi sueño de ser sacerdote coincide con la voluntad de Dios, “pues la voluntad del Señor es Agradable, Buena y Santa” (Rm 12,2).
Me siento muy afortunado al recibir una Gracia Desbordante que recibo no por merecerlo, sino por puro amor y gratuidad del Señor a pesar de mi poquedad (1Tm 1, 12-14). Por eso mi respuesta es: “Me entrego tal como soy al Señor, soy una ofrenda que desde siempre le ha pertenecido a Él y busco configurarme con Cristo Buen Pastor”.
Dios ha estado grande conmigo, ha salido a mi encuentro, ha curado mis heridas y me ha lavado los pies. Lo mínimo que yo puedo hacer es corresponderle en mis hermanos, pues el Señor me dice: “si yo el Señor, el maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Jn 13, 14). En esta ordenación del sábado experimento como Dios ha estado siempre presente en mi historia de salvación y me dice que sea servidor, pero no cualquier servidor, sino un santo servidor.
Una alegría jamás experimentada, Antonio Delgado Rodríguez
Cuando comparto mi testimonio vocacional con otras personas, lo primero que me surge es un profundo sentimiento de agradecimiento a Dios por haberse fijado en mi sin haberlo merecido. Agradecimiento, también a mis padres por haberme educado en la fe y en el amor a Cristo y la Iglesia, y a tantos sacerdotes, religiosos y laicos que con su testimonio cristiano de vida coherente con el Evangelio, desde muy pequeño, me sirvieron de modelo, de guía, mostrándome que merece la pena seguir a Cristo, caminar con Él, entregarse a Él.
Cuando miro estos años pasados, me doy cuenta que en cada momento y situación me he sentido acompañado y querido por Dios. A lo largo de mi vida he bebido en muchas fuentes buscando dar sentido pleno a mi existencia, buscando la felicidad. Hoy puedo decir que en Jesucristo vivo me he encontrado con La Fuente de la Felicidad. En Él y sólo en Él, todo lo vivido, bueno y malo, tiene sentido, y todo el camino realizado me ha conducido hasta Él. Esta certeza me ha inundado de una alegría que jamás había experimentado y que nada ni nadie me había proporcionado. Merece la pena dejarlo todo y atender esta llamada.
La ordenación de diácono este sábado 8 de octubre, la estoy viviendo como un tiempo de gracia de Dios, pero no sólo para mí, sino para toda la Iglesia; además, llega en el momento en el que comenzamos a dar pasos hacia el nuevo Plan Diocesano de Pastoral, donde podré servir como diácono a la Iglesia, en la Palabra, la Liturgia y la Caridad, como discípulo y misionero.