Carta del Obispo de Tenerife, D. Bernardo Álvarez Afonso, con motivo del Día del Seminario. Queridos diocesanos:
De nuevo, en torno a la fiesta de San José, celebramos el Día del Seminario Diocesano. Concretamente el domingo 22 de marzo en todas las misas rezaremos por los seminaristas y las vocaciones al sacerdocio y haremos la colecta para el sostenimiento del Seminario. Es un día, también para dar gracias a Dios por nuestro seminario y por todos los sacerdotes que, a lo largo de más de cien años, se han formado allí y, una vez ordenados, han entregado su vida al servicio de los demás. Nunca debemos olvidar los beneficios que, para la Iglesia y la sociedad, se derivan del Seminario y, en consecuencia, trabajar para que esta institución diocesana pueda realizar eficazmente la misión de formar a los futuros sacerdotes.
En nuestra diócesis tenemos 25 seminaristas mayores que se preparan para el ministerio sacerdotal y 34 alumnos en el Seminario Menor que, al tiempo que realizan los estudios de ESO y BACHILLERATO, van madurando su fe y discerniendo su vocación para -llegado el momento- pasar al Seminario Mayor. Son adolescentes y jóvenes que, provenientes de distintos lugares de la Diócesis, sienten que el Señor les llama a ser sacerdotes y, con la ayuda de los formadores y profesores del Seminario, se preparan para clarificar y responder a esa llamada con conocimiento de causa, convicción personal, libertad y coherencia. Son adolescentes y jóvenes que se preparan para ser curas al servicio de Dios, en la Iglesia y en el mundo.
Ciertamente son pocos seminaristas, sobre todo, si tenemos en cuenta nuestras necesidades actuales y futuras. Cada año resulta más problemático poder atender debidamente todas las parroquias y otras tareas pastorales como los hospitales, tanatorios, casas de ancianos, etc. Por eso, el Día del Seminario nos trae a la memoria las palabras de Jesús: “la mies es mucha y los obreros pocos”, y también su recomendación que todos debemos poner en práctica: “pedid a dueño de la mies que envíe operarios a su mies”.
A nadie se le escapa que la promoción de vocaciones al sacerdocio y la formación de los futuros sacerdotes es una de las tareas más importantes en la vida de la Diócesis. Esta tarea, aunque se encomienda directa y principalmente al Seminario, requiere el compromiso permanente de todo el Pueblo de Dios. En efecto, corresponde a todos los fieles (sacerdotes, personas consagradas y seglares) y a las instituciones diocesanas (parroquias, comunidades e institutos de vida consagrada, movimientos, asociaciones, profesores…), el promover las vocaciones sacerdotales y ayudar a la formación de los seminaristas. ¿Cómo hacerlo?
Lo primero es que en todos los ambientes eclesiales, especialmente allí donde se forman los cristianos y donde se predica la palabra de Dios, se lleve a acabo una formación directa sobre el misterio de la vocación en la Iglesia, sobre el valor del sacerdocio ministerial y sobre su urgente necesidad para el Pueblo de Dios. Es muy importante que en nuestras parroquias y comunidades se valore la vocación sacerdotal y se favorezca la escucha de la llamada de Dios al sacerdocio.
Junto a esta tarea educativa es necesario provocar y facilitar la llamada al sacerdocio en nuestras comunidades. Hay que proponer abiertamente la vocación a los jóvenes, orar por las vocaciones sacerdotales, animar, ofrecer y presentar candidatos. Todo cristiano, y especialmente los sacerdotes, catequistas y profesores de religión, deben prestar su voz a Jesús que, por boca de ellos, dice a los jóvenes de hoy: “Ven y sígueme”.
Además, hay que tender las manos a los “vocacionados” ayudándoles a discernir y a acoger la voluntad de Dios. Es necesario sostenerles a través de la oración, de manera que los elegidos perseveren en su respuesta a la llamada y sean fieles en el seguimiento del Señor. Además, en una sociedad que no tiene en cuenta a Dios ni valora el sacerdocio, los seminaristas necesitan el apoyo moral y social de la comunidad cristiana, que vean que se les estima y se valora su decisión vocacional. Es necesario que sientan que su vocación tiene futuro y tiene sentido porque es importante para la comunidad cristiana, que desea y espera que lleguen al sacerdocio. En ningún caso se les debe desanimar y mucho menos tratar de impedirles que sigan la llamada del Señor, como desgraciadamente sucede a veces, no sólo por quienes son ajenos a la vida de la Iglesia, sino también por parte de la propia familia y de algunos cristianos irresponsables. La vocación sacerdotal es una elección que Dios hace de una persona determinada y “esta decisión -libre y soberana de Dios- de llamar al hombre exige respeto absoluto” (Juan Pablo II).
Para un seminarista el punto de partida es «sentir la llamada de Dios». No es la persona, por propia iniciativa, quien elige o decide ser sacerdote, sino que es Dios quien le llama. Como dijo Jesús a los apóstoles: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca». Por eso, como dice el lema del Día del Seminario de este año, se llega a ser «Apóstol por gracia de Dios», es decir: «la intervención libre y gratuita de Dios que llama es absolutamente prioritaria, anterior y decisiva. Es suya la iniciativa de llamar… La vocación es un don de la gracia divina y no un derecho del hombre, de forma que nunca se puede considerar la vida sacerdotal como una promoción simplemente humana, ni la misión del ministro como un simple proyecto personal» (Juan Pablo II).
Afirmar, como hacía San Pablo, que se es apóstol (sacerdote) "por gracia de Dios" es reconocer que «la historia de toda vocación sacerdotal, como también de toda vocación cristiana, es la historia de un inefable diálogo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre que responde a Dios en el amor. Son dos aspectos inseparables de la vocación: el don gratuito de Dios y la libertad responsable del hombre» (Juan Pablo II). Puesto que la vocación sacerdotal proviene de Dios, en ningún momento puede ser forzada, ni debe ser impedida, por presiones humanas. La tarea del seminario, de la familia y de todo el pueblo cristiano es acompañar y ayudar al seminarista para que en su diálogo con Dios sea sincero y pueda responder con libertad a la llamada del Señor. Todos los católicos deben sentir el Seminario como algo propio y participar en la vida y formación de los seminaristas.
Lo importante es que quienes finalmente, después de los años de formación en el Seminario, reciben la Ordenación Sacerdotal, lo hagan libremente y con voluntad de entregarse al servicio del Pueblo de Dios. «La libertad, decía Juan Pablo II, es esencial para la vocación, una libertad que en la respuesta positiva se califica como adhesión personal profunda, como donación de amor», y Pablo VI afirmaba: «A la llamada corresponde la respuesta libre del llamado. No puede haber vocaciones, si no son libres, es decir, si no son ofrendas espontáneas de sí mismo, conscientes, generosas, totales…».
Como no puede ser de otra manera, para formar a los futuros sacerdot
es hace falta que el Seminario cuente con los medios y personas adecuados para desarrollar su actividad formativa: un equipo de educadores, un cuerpo de profesores competentes en las diferentes disciplinas teológicas, filosóficas y humanas y, además, las infraestructuras y medios técnicos necesarios para su actividad, etc. Todo ello al servicio de la madurez vocacional de los seminaristas que pasa por formación humana, comunitaria, espiritual, doctrinal, pastoral y misionera. Aunque ha sido elegido por Dios, el sacerdote “no nace”, sino que “se hace”. Debe poner toda su vida a la altura de la vocación a la que ha sido llamado y vivir conforme a ella. Por eso un sacerdote no es simplemente un cristiano que aprende unas habilidades o profesión para “hacer de cura”, sino que “es sacerdote”, es decir, una persona que por la gracia del Sacramento del Orden queda configurado a Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, para como el propio Cristo, entregarse con “alma, corazón y vida” al servicio del Pueblo de Dios.
El Seminario de Tenerife existe, tiene 132 años de existencia, y es fruto del trabajo de los obispos, sacerdotes y fieles cristianos que nos han precedido. Por quienes lo han hecho posible y por todos los que hoy sostienen el Seminario con su trabajo, con sus oraciones, con sus donaciones económicas… damos gracias a Dios y le pedimos les premie –como sólo El sabe hacerlo- con toda clase de bienes. Por el bien de nuestra Diócesis, y de la Iglesia entera, el Seminario ha de seguir su andadura. Necesitamos la colaboración y la ayuda de todos. Promover la vocación sacerdotal, el reconocimiento y apoyo a los formadores, acompañar y animar a los seminaristas… Y la ayuda económica, imprescindible para que se pueda llevar adelante una obra tan necesaria como es la del Seminario. Confío en la generosidad de todos.
Que Dios le bendiga. "Todo de todos".
+ Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense