Tú eres testigo de la fe de tu Iglesia

Carta del Obispo de Tenerife, D. Bernardo Álvarez Afonso, con motivo del Día de la Iglesia Diocesana. Queridos diocesanos:

Si nos paramos a considerar con detenimiento tanto el amplio patrimonio histórico-religioso de nuestra diócesis como sus obras sociales, no podemos menos que pensar en las personas que lo hicieron posible. Este patrimonio, presente en los edificios (iglesias, conventos, capillas…), en la enorme variedad de obras de arte (retablos, pinturas, esculturas, orfebrería, tejidos, etc.), así como en los proyectos e infraestructuras educativas y asistenciales (hospitales, casas de acogida para mayores, casas para mujeres con dificultades, colegios y escuelas profesionales, centros para inmigrantes, talleres de empleo, etc.), es fruto del esfuerzo de nuestros antepasados que, según sus posibilidades, generosamente contribuyeron con sus bienes a pagar el valioso patrimonio que hoy disfrutamos.

El patrimonio histórico-religioso y social de la Iglesia es un testigo en piedra y madera, en oro y plata, en seda y algodón, en pintura y escultura…, tanto de la sensibilidad y buen hacer de los artistas de cada época, como de la fe y el compromiso cristiano de quienes promovieron y costearon su realización. Han pasado veinte, cincuenta, cien, doscientos y hasta quinientos años de uso por parte de generaciones de cristianos que se han servido de todos esos bienes para vivir su fe. Ellos se han preocupado no sólo de conservarlo sino, además, de aumentarlo progresivamente según la devoción y las necesidades de cada época. No sólo las iglesias y obras de arte religioso, sino también los edificios e infraestructuras al servicio de los más necesitados, al igual que los centros educativos de la Iglesia, son expresión de la fe tanto de quienes con su trabajo y donaciones los pusieron en pie como de los que han contribuido a mantenerlos.

Es una constante en la historia de la Iglesia: los cristianos dan testimonio de su fe y la transmiten a otros con su vida y sus palabras. Gracias a eso, los cristianos de hoy conocemos y creemos en Jesucristo y, también, por nuestro testimonio, las generaciones futuras podrán conocerlo y seguir creyendo en Él. En medio de esa dinámica de recibir y trasmitir la fe, aunque las personas pasan, siempre queda una generación de creyentes que sucede y toma el relevo de la anterior, acompañada por el testimonio visible de las obras sociales y el patrimonio artístico que han ido creando.

Por eso, se puede afirmar que el patrimonio histórico-religioso y de obras sociales que hemos heredado de los que nos han precedido en la fe, no es sólo un patrimonio artístico, físico o material, ni tan solo un patrimonio cultural, es también —y no en menor grado— un patrimonio espiritual. En efecto, por más que muchos intenten presentar la religión y las creencias como un peligro social, la historia demuestra que, pese a los pecados de muchos creyentes, la fe cristiana ha sido y es un patrimonio de gran valor y con enorme proyección en todos los ámbitos de la vida y en el desarrollo de la sociedad.

Los cristianos actuales formamos parte de esta ininterrumpida cadena de la fe y, en consecuencia, somos responsables no sólo de disfrutar y conservar el patrimonio cultural y espiritual que hemos recibido sino, además, de acrecentarlo con nuestras palabras y con nuestras obras, de modo que las nuevas generaciones se incorporen activamente a la vida de la comunidad cristiana.

Este es el sentido del lema para el Día de la Iglesia Diocesana de este año: «Tú eres testigo de la fe de tu Iglesia». Cada cristiano, según sus capacidades y posibilidades, debe preocuparse por su Iglesia como miembro de ella que es y, consecuentemente, colaborar activamente en el desarrollo de las celebraciones de la fe, del apostolado y de las obras de caridad. Como nuestro propio hogar familiar, la Iglesia es “casa de todos” y “cosa de todos”.
En sus cartas, el apóstol san Pablo, para explicar esta responsabilidad de todo cristiano en la vida y misión de la Iglesia, se vale de la imagen del cuerpo. Así, en la carta a los Corintios dice: "Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo […] Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!» Dios ha formado el cuerpo para que no hubiera división alguna, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros. Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1Cor. 12,12ss).
Todo lo que la Iglesia es y tiene actualmente es fruto de esta conciencia de comunión entre los cristianos, por la que todos se sienten miembros de un solo cuerpo y, consecuentemente, se preocupan los unos de los otros. Si esta conciencia se debilita, toda la Iglesia queda afectada, pero cuando se vive este espíritu de comunión y corresponsabilidad, el cristiano es testigo de la fe de la Iglesia, y el rico patrimonio de la fe se acrecienta. Todos los cristianos deben ser miembros activos en la vida de la Iglesia. Por ello, no es compatible con una verdadera vida cristiana, el ser indiferentes ante las necesidades de los demás. Igual que nuestros antepasados, los cristianos de hoy tenemos que ser —en nuestra época— testigos de la fe de la Iglesia y, de este modo, ser como ellos creadores de un patrimonio artístico, cultural, asistencial y espiritual que, junto con lo que hemos recibido y conservado, podamos transmitir a las nuevas generaciones. Cuantos más colaboren mayor bien puede hacer la Iglesia, más eficaz será su testimonio, mayor credibilidad tendrá ante el mundo y mejor herencia podremos dejar a los cristianos del futuro.

El próximo 16 de noviembre tendrá lugar el “Día de la Iglesia Diocesana”. Una jornada anual para reavivar nuestra conciencia de que todos formamos la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia y que, por tanto, la vida y misión de la Iglesia es asunto de todos los miembros de esta familia. Para nosotros, la pertenencia a la Iglesia Católica —extendida por toda la Tierra— se concreta en la Iglesia Diocesana Nivariense que formamos los católicos de las islas de La Gomera, El Hierro, Tenerife y La Palma. Es muy grande la herencia de fe que hemos recibido. Herencia que aparece visible en los cientos de miles de católicos que pertenecen a la Diócesis y que participan en la vida de la Iglesia.

Su participación en las más de trescientas parroquias, atendidas por más de doscientos sacerdotes; cada una de ellas con su variado patrimonio antiguo y nuevo (templos, capillas, salones parroquiales, casa del párroco…); cada una de ellas con su catequesis para educar en la fe a niños, jóvenes y adultos, y con su Cáritas para atender a los más pobres; cada una de ellas con sus celebraciones y fiestas en las que los cristianos son bautizados y confirmados, celebran la Santa Misa, contraen matrimonio y son encomendados el día de su muerte, son fiel reflejo de esta herencia de fe que hemos recibido. A ellas se unen, de forma destacada, las obras educativas y asistenciales (colegios, asilos
de ancianos, casas de acogida, hospitales).

El mantenimiento de toda esta actividad y la conservación de las infraestructuras que hemos heredado sólo es posible gracias a la colaboración de muchos cristianos, a los que agradezco su generosidad. La vida de la Iglesia depende siempre —y hoy más que nunca— de los fieles que cumplen con su deber de “ayudar a la Iglesia en sus necesidades”. Lamentablemente no todos los católicos cumplen este deber y muchos se sirven de lo que la Iglesia les ofrece, pero se olvidan de contribuir a sus necesidades o lo hacen tacañamente. Por eso, al celebrar un año más el Día de la Iglesia Diocesana, ahora que tenemos que avanzar hacia la autofinanciación, digo a todos y cada uno de los que se sienten católicos: “Tú eres testigo de la fe de la Iglesia” y debes colaborar responsablemente en el sostenimiento económico de nuestra Iglesia. Tu aportación es como una semilla que, unida a la de otros, crecerá y dará una cosecha abundante que, como ha ocurrido con la generosidad de nuestros antepasados, se prolongará en el tiempo.

Cristo el Señor, que “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos a todos”, les bendiga y les premie con toda clase de bienes.

+ Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Niveriense

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