Carta Pastoral del Obispo de Tenerife, Mons. Bernardo Álvarez, con motivo del Día del Seminario.
El próximo 21 de marzo, celebraremos el “Día del Seminario” de este año 2010. De nuevo, estamos invitados a orar y avivar nuestra inquietud y colaboración en pro de las vocaciones sacerdotales y de nuestro Seminario, máxime cuando estamos inmersos en la celebración del “Año Sacerdotal”.
Hablar del Seminario Diocesano es hablar de los futuros sacerdotes. Es hablar de aquellos que, a medio y corto plazo, se harán cargo de continuar la atención a nuestras parroquias (312 en toda la diócesis), a las capellanías en los hospitales y centros de mayores, a los centros penitenciarios, a las comunidades religiosas y a los diversos servicios diocesanos (Obispado, Catedral, Seminario, Delegaciones…).
Hablar del Seminario es hablar de las vocaciones, porque “el sacerdocio” es una vocación en el sentido más teológico de la palabra, es decir, la elección que Dios hace a una persona para que haga presente, con su vida y ministerio, a Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia. No es la persona quien elige y decide ser sacerdote porque le gusta la cosa, sino que es Dios quien la elige y la llama para que consagre su vida al servicio de los demás mediante el ministerio que se le confiere con el Sacramento del Orden Sacerdotal. Al que es llamado le corresponde conocer y responder a lo que Dios le pide. Libremente puede aceptarlo o rechazarlo, pero la iniciativa siempre parte de Dios. La vocación sacerdotal es don que Dios da sin merecerlo y que nadie puede merecer ni exigir como un derecho.
Ante la evidente disminución de vocaciones al sacerdocio podemos preguntarnos: ¿Sigue Dios eligiendo y llamando hoy al sacerdocio? ¿A qué se debe el escaso número de seminaristas? Como en la parábola evangélica del sembrador, no es culpa del que llama, que sigue haciéndolo, ni es culpa del escaso valor o grandeza del ministerio sacerdotal, pues su importancia y necesidad es hoy más fuerte que nunca, sino que la causa está en quien es llamado y en su falta de disponibilidad para aceptar, sin condiciones, la elección que Dios hace. La causa del escaso número de vocaciones al sacerdocio está en las múltiples objeciones y obstáculos –interiores y exteriores- con que tropiezan los jóvenes cristianos a la hora de decidirse a consagrar su vida, en cuerpo y alma, al servicio de los demás.
Por eso, no podemos menos que alegrarnos y decir: “¡Chapó! por los seminaristas”. Sí. ¡Chapó! porque son jóvenes libres y valientes que, habiendo sentido la llamada de Dios, han dado el paso diciendo “sí”, y se están preparando para realizar con su vida y ministerio el sacerdocio de Jesucristo al servicio de la Iglesia y del mundo. ¡Chapó! a los seminaristas porque superando las propias objeciones interiores y haciendo frente a los obstáculos de un ambiente adverso, se esfuerzan cada día por ser fieles a la llamada recibida y se preparan con ilusión para ser buenos sacerdotes.
¡Chapó! Seminaristas, y no pierdan el ánimo. Saben que quién les ha llamado es fiel y está siempre con ustedes. Como San Pablo, “estoy convencido precisamente de esto: que el que comenzó en ustedes la buena obra, la llevará a término” (Filp. 1,6). Saben que el pueblo cristiano les valora y les apoya, que miles de fieles rezan por ustedes y ayudan económicamente al sostenimiento del Seminario. Seguid adelante. El camino ciertamente es duro pero merece la pena, porque los trabajos de ahora no pesan en comparación con la grandeza y dignidad del sacerdocio que el Señor les quiere confiar.
Sacerdotes. Seminaristas. Seminario. Tres realidades fundamentales en la vida de la Iglesia y todas ellas al servicio del pueblo de Dios. Habrá sacerdotes si hay vocaciones y seminaristas que se preparan para ser ordenados. A su vez, los seminaristas necesitan un buen Seminario que es, precisamente, el lugar más propio y único para iniciar a los candidatos al sacerdocio en las virtudes sacerdotales: la fe, la esperanza, la caridad pastoral, la vida orante, el celibato, la pobreza, la disponibilidad obediente, la formación teológica, la fraternidad presbiteral… y todas las actitudes y obras de misericordia, que el sacerdote está llamado a realizar a imagen de Cristo el Buen Pastor, compasivo y misericordioso, como indica el lema para la celebración del Día del Seminario de este año: «El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios».
Las vocaciones al sacerdocio nacen en el seno de nuestras parroquias, grupos y comunidades. Todos los fieles, de una forma u otra, ponen su mano para que no nos falten sacerdotes: la oración por las vocaciones, por los sacerdotes y los seminaristas, la ayuda económica al Seminario, el aprecio al sacerdocio y la colaboración con su ministerio, etc., son medios que mantienen viva la conciencia de que los sacerdotes “son nuestros” y “para nosotros” y, consecuentemente, que son responsabilidad de todos.
Sacerdotes. Seminaristas. Seminario. ¿Qué podemos hacer para que estas realidades se mantengan vivas en nuestra Diócesis? Les ofrezco estas sencillas indicaciones que todos podemos realizar:
- Rezar por los sacerdotes, para que con su fidelidad y ejemplo sirvan de testimonio y llamada para muchos jóvenes. “El testimonio suscita vocaciones”, es el mensaje del Papa para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones de este año. Orar por los sacerdotes, además de ser un signo de amor, por lo que son y por el servicio que prestan, es –también- una ayuda fundamental para que puedan ser buenos y santos sacerdotes que atraigan a los jóvenes a esta vocación.
- Rezar por los seminaristas para que lleguen a ser sacerdotes bien preparados y apóstoles generosos. La vocación tiene su origen en la llamada de Dios y en Él tiene su fundamento permanente. Jesús nos enseña que todo lo que pidamos al Padre en su nombre nos lo dará. Pidamos constantemente por los seminaristas para que no se pierda ninguno de los que Dios ha elegido.
- Entusiasmar, abiertamente, con la llamada del Evangelio “ven y sígueme”, a muchos jóvenes cristianos que sienten interiormente el deseo de servir a los demás y trabajar por un mundo mejor. Es la etapa de la vida en la que se toman decisiones para el futuro y todo joven cristiano, en diálogo sincero con Dios, debe preguntar “¿Señor, que quieres que haga?” y responder con generosidad a lo que Dios le pide, ofreciéndose a ser enviado por Él, con la confianza de que eso es lo mejor para su vida.
- Despertar también, sin temor y con sencillez, esta conciencia en los niños; en muchos de ellos hay una semilla de vocación que esta llamada a crecer y es necesario cultivar con esmero.
- Cultivar la generosidad en el corazón de los padres cristianos para que, con satisfacción y alegría, permitan a sus hijos poder seguir la vocación al sacerdocio y les a
poyen en su camino de fidelidad a la llamada de Dios. - Plantearse, en todos los ámbitos de la Iglesia (parroquias, movimientos, comunidades, escuelas católicas, asociaciones y grupos cristianos) la importancia y necesidad de los sacerdotes para la plena vivencia de nuestra fe, y poner los medios para que surjan nuevas vocaciones. Un planteamiento serio y profundo en este terreno es signo evidente de nuestra madurez cristiana, tanto personal como comunitaria.
- Ser generosos con nuestra aportación económica: para una formación amplia y profunda de los futuros sacerdotes, acorde con las necesidades de nuestro tiempo, es necesario invertir dinero. Un dinero que sale del bolsillo de todos y que es una forma de servir a los demás con lo que uno tiene, porque “invertir en la formación de un sacerdote” produce “una rentabilidad” que perdura a lo largo de tiempo en beneficio de miles de personas. Pocas realidades tienen un efecto tan multiplicador a favor de los demás como la vida y ministerio de un sacerdote.
Queridos diocesanos: Agradecidos a Dios por los sacerdotes, no dejemos de orar por ellos y de colaborar en su ministerio. Pedid al Señor que siga dándonos muchos y buenos sacerdotes, pues el trabajo es abundante y los obreros son pocos. Apoyad en todo momento al Seminario y a los seminaristas para que no falten pastores que, en nombre de Cristo, cuiden al pueblo de Dios.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense