Carta del Obispo de Tenerife ante el Día del Seminario ‘2016.
Queridos diocesanos:
Este año, la fiesta de San José, 19 de marzo, fecha en que celebramos el Día del Seminario y de las vocaciones sacerdotales, coincide con la víspera del Domingo de Ramos y el inicio de la Semana Santa. La colecta para el Seminario será, por tanto, en las misas del 19 y 20 de marzo.
Una casualidad, que lejos de ser un obstáculo, puede ser una ayuda para reavivar en todos nosotros la importancia y necesidad de los sacerdotes en la vida de la Iglesia. Sin duda, en los días de la Semana Santa se percibe con mayor intensidad el papel de los sacerdotes para poder participar con fruto en la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Tal es así, que en muchos lugares tenemos que pedir el apoyo de sacerdotes de otras diócesis para poder atender debidamente a los fieles de todas las parroquias.
Fue en la víspera de su pasión, en la Última Cena, cuando Jesús instituyó a los sacerdotes como ministros suyos. A partir de entonces, siguiendo el mandato de Cristo, y en su nombre, los sacerdotes presiden la celebración de la Santa Misa y nos absuelven de nuestros pecados en el Sacramento de la Reconciliación. Dos sacramentos fundamentales para la vida cristiana a lo largo de todo el año y que se nos invita a celebrar con renovada fe y compromiso cada Semana Santa.
Precisamente, como estamos celebrando el Año de la Misericordia, para la Campaña del Día del Seminario se ha elegido el lema: «Enviados a reconciliar». Es decir, los sacerdotes son enviados por Cristo para ser instrumentos de la reconciliación de los hombres que Dios. Muchas veces nos apartamos de Dios y vivimos de espaldas a Él, como si no existiera. Pero, Dios «rico en misericordia», por el gran amor que nos tiene, no nos abandona al poder del pecado y de la muerte, sino que tiende la mano a todos y nos ofrece su perdón.
Así lo expresó Jesús en la parábola de la «oveja perdida», en la que Él mismo se presenta como el Buen Pastor sale a buscarla. ¿Cómo lo hace hoy? ¿Cómo percibimos que Dios nos busca? Aquí radica la importancia del ministerio de los sacerdotes. Ellos son, en nombre de Cristo y en cada lugar, la mano que Dios tiende a los pecadores invitándoles a recurrir confiadamente a su clemencia.
San Pablo, apóstol y sacerdote de Cristo, expresa claramente esta conciencia de ser «enviado a reconciliar»: «Dios nos reconcilió con él por medio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación. Nosotros somos, entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios» (2Cor. 5,19-20)
No se trata sólo de esperar la vuelta del pecador, de aquel que se alejó o no tuvo nunca la experiencia del amor misericordioso de Dios. Los sacerdotes «son enviados», deben salir a buscar, deben promover y facilitar el encuentro con Dios. Es lo que tanto repite el Papa Francisco y que nosotros nos hemos marcado como objetivo de nuestro Plan Diocesano de Pastoral, «ser una Iglesia en salida». Un objetivo que corresponde a todo el pueblo de Dios, pero en el que los sacerdotes –de acuerdo con su identidad y misión propia- desempeñan un papel primordial como guías de la comunidad y ministros de reconciliación.
De esta importancia de los sacerdotes deriva su necesidad. Sin su ministerio no hay verdaderamente comunidad cristiana. Por eso, ante la abundancia de fieles que ya constituyen la Iglesia y tantos otros a los que Dios llama a formar parte de su pueblo, se hace necesario un buen número de sacerdotes que en nombre de Cristo hagan presente el amor de Dios ofreciendo al a todos, hombres y mujeres, su perdón y salvación.
Es significativo que San Mateo presente los inicios de la predicación de Jesús recordando las palabras del profeta Isaías: «El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz» (Is. 9,2). Es decir, el mundo oscurecido por el poder del mal y el pecado, recibe una luz que es Cristo. Y continúa el evangelista diciendo: «Jesús comenzó a proclamar: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca. Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: Síganme, y yo los haré pescadores de hombres. Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron». (Mt. 16,20).
Esta dinámica se repite hoy. En un mundo que olvida a Dios, Jesús es quien llama a la conversión, Él es quien nos reconcilia con Dios y Él es, también, quien elige personas para ser «pescadores de hombres». Personas que en nombre de Cristo atraigan a los demás al hogar del amor misericordioso de Dios, dónde todos somos acogidos, perdonados y liberados del poder del mal.
Todos percibimos a diario como en el mundo de hoy siguen habiendo tinieblas. El poder del mal y el pecado siguen produciendo gravísimos daños y sufrimiento en la vida de las personas, con el consiguiente decaimiento de la esperanza en un futuro de paz y progreso para todos. En gran medida se cumplen estas palabras de Isaías que leemos en la liturgia del Viernes Santo: «Todos andamos perdidos, como suelen andar las ovejas que no tienen pastor. Cada uno hace lo que le viene en gana» (Is. 53,6).
Es la misma experiencia que tuvo Jesús en su tiempo y ante la que no permaneció indiferente: «Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (Mt. 9,36-38).
Si, rogar a Dios que suscite personas que por amor y según su voluntad sean capaces de ayudar a los demás a desarrollar lo mejor de sí mismos y a enriquecerse con los dones de Dios. Pedir a Cristo que siga llamando a muchos a ser «pescadores de hombres». Que llame a los jóvenes cristianos, para que como Pedro, Juan, Santiago y Andrés, por la palabra de Cristo echen la red en esta humanidad dispersa y dividida por el pecado, con el anhelo de congregarles en la gran familia de Dios, en la que todos somos hijos de un mismo Padre y hermanos los unos de los otros.
Si, queridos hermanos y hermanas en Cristo. Nuestra Diócesis necesita más sacerdotes para atender debidamente nuestras parroquias, los hospitales, los centros de mayores, las cárceles, la educación cristiana de las nuevas generaciones… Sacerdotes que salgan por todas partes a sembrar la Palabra de Dios en la gente de nuestra tierra. Una palabra que, como nos dice el mismo Jesús, transforma la vida y produce fruto abundantes en las personas y en la sociedad.
Del ministerio de los sacerdotes todos nos beneficiamos, pues están al servicio del pueblo de Dios. Pero, también, en relación con ellos tenemos deberes. Recemos por los sacerdotres y apoyemos su trabajo. Colaboremos con ellos en lo que nos corresponde. Unos y otros hemos de procurar que a los fieles no les falte el cuidado del pastor y que el trabajo del pastor encuentre la acogida de los fieles.
Pidamos por el Seminario, por los seminaristas actuales y para que el Señor nos regale nuevas vocaciones al sacerdocio. Pidamos para que los jóvenes cristianos respondan a la llamada de Dios y puedan contar con el apoyo de sus familias y de toda la comunidad cristiana. Apoyemos económicamente al Seminario, no sólo siendo generosos en la colecta del 19 y 20 de marzo, sino, también, con donaciones extraordinarias. De antemano, gracias por vuestra generosidad.
Que Dios les bendiga y les colme de
bienes.
† Bernardo Álvarez Afonso, obispo Nivariense