«Dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas»

Carta del obispo de Tenerife, Mons. Bernardo Álvarez

Queridos diocesanos, es el momento, “buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón”.

No dejemos pasar esta oportunidad. Les invito a celebrar la Semana Santa con alma, corazón y vida, acercándonos personalmente a Cristo, que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre.

En nuestra Diócesis, la Semana Santa de este año 2017 está enmarcada en el Plan de Pastoral que, en el presente curso, está orientado a fortalecer nuestra identidad de discípulos de Jesucristo. Ser cristiano es ser discípulo, que consiste -sobre todo- en pensar, sentir y vivir como Cristo. En efecto, como afirma el apóstol San Juan, “quien dice que cree en él, debe vivir como vivió él” (1Jn. 2,6).

Desde antiguo, los grandes escritores cristianos y los santos, han señalado que la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, que es precisamente lo que celebramos en la Semana Santa, es la gran escuela en la aprendemos a conocer, amar y seguir a Jesucristo. Lógicamente, para ello es necesario contemplar a Cristo por fuera y por dentro. Fijarnos en todo lo que tuvo que pasar, escuchar sus palabras, fijarnos en sus actitudes, sus sentimientos, sus reacciones… Todo esto para aprender de Él y conformar nuestra manera de vivir con la suya.

El mismo Jesús, antes de padecer, (en la Última Cena), se levantó de la mesa y –como si de un criado se tratara- se puso a lavar los pies a los discípulos. Luego les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn. 13,12-15). Este gesto de servicio, adquiere su máxima expresión cuando Jesús entrega su vida en la Cruz por nosotros y por nuestra salvación, cumpliendo así sus palabras: “Yo no he venido al mundo para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate de muchos” (Mc. 10,45).

Ser discípulo de Cristo es seguir su ejemplo. A parte de este momento del lavatorio de los pies, en otras ocasiones Jesús insiste a sus discípulos que deben tomarle a Él como modelo de vida. Así, les dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11,29); y también, “como yo os he amado, así también debéis amaros vosotros los unos a los otros” (Jn. 13,34). Por activa y por pasiva, Jesús no cesa de repetir que quien quiera ser discípulo suyo, debe renunciar a sí mismo y seguir sus pasos.

Como le pasó a todos los apóstoles, a San Pedro le costó ser un verdadero discípulo de Jesús. Estuvo presente en la Última Cena, igual que en otros momentos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Pese a su debilidad (negó públicamente conocer a Jesucristo), con dolor y lágrimas, acabó aprendiendo a ser un verdadero discípulo. Por eso, en su primera carta, nos recuerda a todos: “Cristo padeció por vosotros,dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el madero de la cruz, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados”. (1Pe. 2,21-24).

Nos dio ejemplo para que sigamos sus pasos. Jesús nunca pidió hacer algo que Él no hiciera antes. Todas sus palabras son creíbles porque siempre iban acompañadas con los hechos. Él nos demostró cómo se puede vivir en este mundo haciendo la voluntad de Dios en todo, sin dejarse vencer por las tentaciones del mal. No tenemos otra opción. Para ser realmente cristianos debemos seguir las pisadas de Cristo, viviendo como Él vivió, imitando su modo de actuar, su amor, su misericordia, su bondad y generosidad. San Pablo lo expresa así: “Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación; pues tampoco Cristo buscó su propio agrado, antes bien, como dice la Escritura: Los ultrajes de los que te ultrajaron cayeron sobre mí” (Rom. 15,1-3).

En la Semana Santa, tanto en la Celebraciones Litúrgicas como en las escenas de los Pasos Procesionales, podemos hacer memoria, contemplar y aprender de Cristo para llegar a “tener entre nosotros sus mismos sentimientos”. Aprender de Él, que, ante el daño que le hicieron, no devolvió mal por mal, no respondió maldición con maldición, no amenazó a sus verdugos, sino que les perdonó. Aprender de Él que, cargando con las culpas y pecados que no le correspondían, en vez de tomar venganza encomendó su situación a Dios Padre que juzga justamente. De este modo cargó los pecados de todos nosotros para traernos la salvación. “Sus heridas nos han curado”. Por eso, con gratitud, celebramos su Pasión, Muerte y Resurrección, proclamando: “Te adoramos, ¡oh Cristo! y te bendecimos pues por tu santa cruz redimiste al mundo”.

Semana Santa. ¡Es el momento! Es tu momento y el mío. Como San Juan en el Apocalipsis, podemos sentir la mano de Cristo sobre nosotros y oír su voz: “estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos” (Apoc. 1,18). Por eso, es el mismo San Juan el que nos enseña que «tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1Jn. 2,1-2).

Ante semejante realidad, con toda la Iglesia proclamamos en el Pregón de la Vigilia Pascual: “¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!”

Para celebrar la Semana Santa con provecho espiritual, les invito a considerar con atención esta guía que nos ofrecía el Papa Francisco el Domingo de Ramos del pasado año: “Nos puede parecer muy lejano y extraño el modo de actuar de Dios, que se ha humillado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil incluso olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él viene a salvarnos; y nosotros estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos encaminarnos por este camino deteniéndonos durante estos días a mirar el Crucifijo, es la “Cátedra de Dios”. Os invito en esta semana a mirar a menudo esta “Cátedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Con su humillación, Jesús nos invita a caminar por su camino. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender al menos un poco de este misterio de su anonadamiento por nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta semana”.

“Os he dado ejemp
lo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”, fueron las palabras de Jesús en la Última Cena. Nosotros estamos llamados a elegir y seguir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. El camino que nos pone en comunión con Dios y con los hermanos.

Queridos diocesanos, esta Semana Santa es el momento, poneos en camino, “buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón”.

† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense

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