Carta Pastoral de Mons. Bernardo Álvarez, Obispo Nivariense, para el Domingo de Resurrección.
Culminamos la Semana Santa con la celebración de la Resurrección de Jesucristo e iniciamos así las fiestas de la Pascua. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, padeció, murió, fue sepultado y al tercer día resucitó. Cuando las mujeres que le habían acompañado a la hora de su muerte fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, se les apareció un ángel y les dijo: «Vosotras no temáis, sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho» (Mt. 28,5-6).
Este el mensaje de la Pascua: ¡Cristo ha resucitado! Ha pasado de la muerte a la vida y vive para siempre. La resurrección de Cristo es el fundamento de la fe cristiana. «Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe», decía San Pablo. La misma pervivencia de la Iglesia a lo largo de casi dos mil años no se explica sin el hecho de la resurrección de Cristo.
Con la fe de la Iglesia proclamamos que Cristo, por nosotros y por nuestra salvación, se entregó a la muerte y resucitando destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Esta es la verdad central de nuestra fe cristiana que estamos llamados a vivir, celebrar y proclamar con alegría desbordante, pues en la resurrección de Cristo hemos resucitado todos.
Así como en primavera, gracias a la luz del sol y el aumento de la temperatura, las plantas y los árboles brotan con nuevo vigor, así también la irradiación que surge de la resurrección de Cristo da significado y seguridad a toda esperanza humana, a toda expectativa y anhelo del corazón humano.
Todos podemos recibir la luz y la fuerza que proviene de Cristo Resucitado y hacer de nuestra vida una nueva primavera. Por Cristo, con Él y en Él, renovados y fortalecidos interiormente, podemos ser hombres y mujeres nuevos que, olvidándonos de lo que queda atrás, nos lancemos a lo que está por venir llenos de esperanza porque Cristo camina con nosotros. Él nos hace partícipes del poder de su resurrección y así florece lo mejor de nosotros mismos, todo aquello que nos impulsa a evitar el mal y a realizar las buenas obras necesarias para la construcción de una nueva humanidad.
Junto a esta certeza, que es el fundamento de la alegría de la Pascua cristiana, en nuestro mundo perviven aún la pasión y la muerte de millones de hermanos nuestros; perviven los lamentos y el clamor que provienen de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias. Y, sin embargo, nos alegramos en el Señor porque Cristo ha muerto y resucitado precisamente para erradicar el mal y el pecado del mundo. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy.
Para los cristianos, la Resurrección de Cristo no es algo distante y del pasado, sino un acontecimiento que tiene que ver con nuestra vida actual, pues creemos que Cristo, según su promesa, está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Esta es la raíz y el punto de apoyo de toda la fe, la esperanza y el dinamismo de amor de la comunidad cristiana que estamos llamados a renovar y cultivar cada vez más.
Este significado y mensaje de la Pascua debe llegar a todos, especialmente a los que están sufriendo un tiempo de pasión, para que sepan que Cristo resucitado les da fortaleza en la tribulación y les abre el camino de la esperanza. Pero, también es un mensaje para los que lo están «acomodados» -muchas veces a costa del sufrimiento ajeno- para que no se cierren en sí mismos, reconozcan en Cristo al que es la fuente de todo bien y apoyándose en Él se vean libres de su egoísmo y así se comprometan en la lucha por la justicia, la paz y el bien de todos, especialmente de los más pobres y necesitados.
Después de casi dos mil años, Cristo sigue vivo, es contemporáneo nuestro y nos acompaña siempre. Está presente entre nosotros, entregándose a sí mismo por la salvación del mundo y particularmente por su Iglesia, para purificarla y santificarla. Por eso, en medio de nuestros afanes de cada día, caminamos con la mirada puesta en Él, que no cesa de animarnos y renovarnos por su Espíritu, para que cada uno alcancemos la victoria sobre el mal y el pecado y así, viviendo como vivió Él, seamos una prueba viviente de su resurrección.
¡Felicidades! ¡Cristo ha Resucitado! Resucitemos con Él.
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense