Carta del Obispo de Tenerife, D. Bernardo Álvarez Afonso. Queridos Diocesanos:
En España el Día Nacional de Caridad, o “Día de Cáritas”, va unido al Corpus Christi (Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo), una celebración de gran arraigo y esplendor entre nosotros, en la que los católicos manifestamos públicamente nuestra fe en la presencia real de Jesucristo en el Sacramento de la Eucaristía.
El hacer coincidir “Corpus” y “Cáritas” no responde a una decisión arbitraria, sino que refleja una dimensión esencial del Pan Eucarístico que, con toda propiedad, llamamos “el Sacramento de la Caridad”. Entre ambas realidades hay una relación de causa-efecto, pues “la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor «más grande», aquel que impulsa a «dar la vida por los propios amigos»… En la Eucaristía el amor de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por medio de nosotros” (Benedicto XVI). Es lo que siempre nos ha enseñado la Iglesia: la comunión del Cuerpo de Cristo es el alimento espiritual que acrecienta en nosotros el amor a Dios y al prójimo.
San León Magno, allá por el siglo V, decía: "La participación del Cuerpo y Sangre de Cristo no hace otra cosa sino que pasemos a ser aquello que recibimos". Es decir, al comulgar el Cuerpo de Cristo pasamos a ser, como el mismo Cristo, personas que aman y se desviven por los demás. Profundizando en este pensamiento, el Papa Benedicto XVI, ha dicho recientemente: «la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Cristo a hacerse “pan partido” para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: “dadles vosotros de comer” (Mt. 14,16). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo».
Qué importante es esta afirmación del Papa. Un cristiano que quiera ser digno de tal nombre tiene que “ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo”. Esto significa que, para un cristiano, todo lo que el es, todo lo que sabe, todo lo que tiene, todo lo que puede,… no es —no debe ser— únicamente suyo, ni usarlo sólo para su propio provecho o beneficio, sino que, a ejemplo de Cristo, convierte su existencia en “alimento para la vida del mundo”. Esto lo debe hacer el cristiano, primeramente, en el ámbito de su familia, dónde todos son para todos y nadie llama suyo propio nada de lo que posee, sino que lo pone al servicio de los demás. Resulta ejemplar y estimulante encontrarse con gran número de familias, yo diría que la mayoría, donde los más sanos y fuertes cuidan de los más débiles, donde los que más tienen ayudan a los que tienen menos, donde los que tienen alguna discapacidad o dependencia son queridos y cuidados con cariño… Muchas veces el círculo del amor y la solidaridad se extiende más allá de la familia de sangre y alcanza también a los amigos, vecinos, compañeros de trabajo…
Pero, además, el cristiano no puede olvidar que Cristo se entregó por todos y que, por tanto, el comer su Cuerpo y Sangre, le convierte en “pan partido para todos”, no sólo para los de su familia y personas cercanas o conocidas. El “Corpus Christi” (Cuerpo de Cristo) es el Sacramento del Amor, “la fuente del amor” en la que todo el que bebe de ella se le ensancha el corazón hasta el punto de poder querer a todos, incluso a los lejanos, a los que no conocemos, a los que nos quieren bien… Cuando creemos de verdad en Jesucristo y le recibimos con fe en la Eucaristía, Él nos comunica —nos contagia se podría decir— sus mismos sentimientos de amor y solidaridad para con todas las personas, especialmente con los que viven en la tribulación, en las necesidades, en la marginación y la soledad. De este modo, el círculo del amor y la solidaridad se ensancha, de modo que todos los seres humanos somos familia, todos somos hermanos y, consecuentemente, velamos los unos por los otros.
A partir de estas consideraciones se entiende mejor que el “Corpus Christi” y el “Día de Cáritas” vayan juntos. A través del Sacramento de la Eucaristía Jesús en persona sigue amándonos «hasta el extremo», hasta el don de su cuerpo y de su sangre, y, como dice San Pablo, “el amor de Cristo nos apremia”, es decir, este amor de Cristo “tira de nosotros” y nos impulsa a darnos a los demás como Él hace por nosotros, porque al amor de Cristo sólo se corresponde de verdad cuando, además de quererle a Él, amamos al prójimo. Su palabras no dejan lugar a dudas: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pobres, a mí me lo hicisteis” y, por el contrario, "en verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pobres, también conmigo dejasteis de hacerlo" (Mt. 25, 40.45).
Por eso, en la Fiesta del Corpus Christi, junto al amor que mostramos a Cristo con las celebraciones litúrgicas, los cantos, las alfombras y adornos en las calles, debemos honrarle, también y más especialmente, sirviendo a nuestros hermanos más pobres y necesitados, puesto que éste es el culto que más agrada a Dios, como ya nos dejó dicho el apóstol San Juan: “Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (1Jn. 3,17-18). Como ha dicho el Papa: «Quien participa en la Eucaristía ha de comprometerse en construir la paz en nuestro mundo marcado por tantas violencias y guerras, y de modo particular hoy, por el terrorismo, la corrupción económica y la explotación sexual».
En el cristianismo, amor a Dios y al prójimo son inseparables. Honrar a Cristo en el Santísimo Sacramento y honrarlo en el prójimo, especialmente en los más pobres, es también inseparable. No hay más alternativa: la Fiesta del Cuerpo Eucarístico de Cristo reclama la “Fiesta de los Pobres”, que son el Cuerpo Sufriente de Cristo. No son dos fiestas, sino una sola con dos dimensiones. Cristo es uno solo: el que está presente en la Eucaristía es el mismo que está presente en los pobres. Sería una contradicción, y hasta sacrilegio, recibirle y honrarle en el Santísimo Sacramento y despreciarle en los pobres.
La Iglesia, ininterrumpidamente desde sus inicios, siempre ha celebrado la Eucaristía (la Santa Misa) y ha honrado el Cuerpo de Cristo realmente presente en las especies del pan y el vino consagrados. Al mismo tiempo, no ha dejado nunca de amar y honrar a Cristo en los pobres. Desde el comienzo mismo de la Iglesia siempre se ha practicado “la comunicación cristiana de bienes” en la misma celebración de la Misa
, poniendo así de manifiesto que el compartir los bienes se inspira en la Eucaristía que es el Sacramento de la Caridad. Ya desde la época apostólica se viene haciendo “la colecta” en las misas, mediante la cual los cristianos comparten sus bienes que luego se distribuyen para ayudar a los más necesitados.
Para llevar a cabo esta atención a los más pobres en la Iglesia se instituyen organismos de acción social para encauzar y administrar debidamente los bienes que aporta la comunidad. Una de esas instituciones es CÁRITAS, que es el organismo ordinario de las Diócesis para la atención de los más necesitados. Nuestra Cáritas Diocesana, a través de una estructura de dirección y coordinación general y con servicios en los arciprestazgos y parroquias, gracias al trabajo generoso y eficaz de casi un millar de personas (un 90% voluntarias), atiende a miles de personas cada año, sacando el máximo rendimiento a los recursos que aporta la comunidad cristiana y a las subvenciones de algunas instituciones públicas y privadas.
La actual situación de crisis está provocando un considerable aumento de personas y familias que caen bajo el umbral de la pobreza y del número de los que viven en pobreza severa o extrema. En CARITAS, cada día, se palpan de primera mano los sufrimientos de muchas personas que acuden buscando ayuda y, con frecuencia, se ve desbordada e impotente para socorrerles porque no cuenta con los recursos suficientes. Los cristianos no podemos permanecer indiferentes ante esta situación, sino que siguiendo el mandato del Señor e imitando su ejemplo, debemos —hoy más que nunca— poner en práctica el mandamiento del amor fraterno y crecer en generosidad, sabiendo que, como dice el Señor, “hay más alegría en dar que en recibir”.
Pero, sin minusvalorar la importancia de la limosna, hemos de ir más allá. La situación de injusticia en el mundo, en la que se ven envueltos miles de millones de personas no se podrá superar con parches o soluciones de emergencia. Tenemos que ir a la raíz de los problemas. Una raíz en la que todos, por acción u omisión, voluntariamente o no, estamos implicados. Los diversos análisis y valoraciones que se hacen, sobre lo que está pasando, ponen de manifiesto que la crisis actual tiene su origen en la falta de valores tan fundamentales como el respeto a la dignidad de la persona humana, la justicia, la honradez, la equidad y la igualdad. Sin estos valores, la economía de la pura ganancia ha suplantado a la economía de las necesidades básicas para todos. Sin estos valores, el objetivo no es producir los bienes necesarios para todos, sino el enriquecimiento a toda costa, incluso a costa de la miseria y la misma vida de otras personas. No estamos, por tanto, en una simple situación coyuntural, como si fuera una tormenta de verano, que rápidamente pasará y que, en poco tiempo, volveremos a estar como antes. Ese “antes” que nos parecía tan bueno, no podemos olvidarlo, mantenía a un 20% de la población española bajo el umbral de la pobreza. Esa cifra, a nivel mundial, casi se multiplica por cuatro.
Ciertamente los economistas y los expertos en cuestiones de desarrollo sostenible deben trabajar a fondo y proponer soluciones a gran escala, máxime cuando vivimos en un mundo globalizado. Pero, al mismo tiempo, cada uno de nosotros necesitamos llevar a cabo un cambio profundo en nuestras actitudes, una renovación moral para recuperar los valores fundamentales que hacen grandes a las personas y a los países, unas nuevas relaciones con nuestro entorno humano y medio ambiental, una nueva forma de situarnos ante el mundo y sus recursos. Es necesario vivir una vida más sobria y austera, sencillamente para que no vivan en la miseria y mueran de hambre millones de personas, hermanos nuestros. Es imprescindible consumir menos para compartir más, consumir lo necesario para vivir dignamente, pero no malgastar. Hace falta aprovechar los recursos al máximo sin derrochar (agua, alimentos, energía, vestido…). Tenemos que abandonar nuestro egoísmo narcisista y preocuparnos por servir a quienes lo necesitan. Debemos colaborar con nuestro trabajo, nuestras aportaciones y nuestros gestos solidarios con aquellas iniciativas, personas e instituciones, que como CÁRITAS trabajan para ayudar a los más pobres y desfavorecidos, para sensibilizar a la población y para promover la justicia social.
No es posible celebrar el “Corpus Christi”, con profundidad y verdadero sentido, si nos olvidamos de nuestros hermanos más pobres. Sería una falsedad y un ultraje al Cuerpo de Cristo, ya que como nos enseña San Juan: «Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn. 4,20-21). “Día de Corpus” y “Día de Caridad” van juntos, porque el amor de Cristo se hace “Caridad”, afectiva y efectiva, en aquellos que con fe y amor comen su Cuerpo y le adoran en el Santísimo Sacramento. Si no es así, es que está ocurriendo aquella tremenda acusación que Jesús hizo a los fariseos de su tiempo, y a los fariseos de hoy, “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden está vacío” (Mt. 15,8-9).
“Corpus Christi”. 14 de junio. “Día Nacional de Caridad”. Colaboremos con el trabajo de CÁRITAS, tanto con nuestros medios económicos, como con nuestras actitudes renovadas y, también, ofreciéndonos como voluntarios en las cáritas parroquiales y arciprestales o en los distintos proyectos de atención a inmigrantes, transeúntes, personas sin techo, centros de mayores, enfermos de SIDA, etc. Alentemos la colaboración a favor de CÁRITAS y difundamos la cultura de la solidaridad y el apoyo a los que pasan por dificultades. Aprendamos a renunciar al consumismo, a la sociedad de la abundancia, el derroche y disfrute a toda costa. Estemos atentos, nunca indiferentes, a las necesidades y el dolor de tantísimos hermanos que, cerca o lejos de nosotros, esperan una mano amiga que les ayude a salir de su situación de pobreza. Hagamos nuestro este poema-oración, de Enrique Díaz Canedo, cargado de buenos deseos:
Padre nuestro, que en los cielos estás,
haz a los hombres iguales:
que ninguno se avergüence de los demás;
que todos al que gime den consuelo;
que todos, al que sufre del hambre la tortura,
le regalen en rica mesa de manteles blancos
con blanco pan y generoso vino;
que no luchen jamás;
que nunca emerjan,
entre las áureas mieses de la historia,
sangrientas amapolas, las batallas.
Luz, Señor, que ilumine las campiñas y las ciudades;
que a los hombres todos, en sus destellos mágicos,
envuelva tu luz inmortal;
Señor, luz de los cielos, fuente de amor y causa de la vida.
Sí, oremos. Oremos sin cesar a Dios para que nos convierta y cambie nuestro corazón, endurecido y materializado, por un corazón nuevo capaz de hacer siempre el bien y de amar a todos, especialmente a los más pobres. Como decía el Papa, en la Nochebuena de 2008, haciendo referencia al mal del mundo: &ldquo
;solamente a través de la conversión de los corazones, solamente por un cambio en lo íntimo del hombre se puede superar la causa de todo este mal, se puede vencer el poder del maligno. Sólo si los hombres cambian, cambia el mundo y, para cambiar, los hombres necesitan la luz que viene de Dios”. Oremos a Dios para que nos atraiga hacia Cristo y, comiendo su Cuerpo Eucarístico, nos empapemos de su amor generoso para que, con Él y en Él, avancemos cada día con más empeño por los caminos del amor y la solidaridad con nuestros hermanos más pobres.
+ Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense