«Apasionados por el Evangelio»

Carta del Obispo de Tenerife, Mons. Bernardo Álvarez Afonso, ante el Día del Seminario 2012.

Queridos Diocesanos:

Como cada año, el fin de semana más próximo al día de San José celebramos en nuestra Diócesis el Día del Seminario. La jornada se desarrolla, en esta ocasión, el 17 y 18 de marzo, 4º domingo de Cuaresma. El lema de la misma, “Pasión por el Evangelio”, es una clara referencia a la vocación sacerdotal entendida como una energía interior, un movimiento del corazón, una realidad arraigada en los más profundo del alma.

Al celebrar el Día del Seminario, ante todo, damos gracias a Dios por todos los beneficios que ha concedido a nuestra Diócesis desde su fundación, hace 135 años, hasta hoy. En una gran mayoría, los sacerdotes que hemos tenido, y los que hoy tenemos, se han formado en el Seminario. Son miles de sacerdotes, “Apasionados por el Evangelio”, que por Cristo, con Él y Él, prolongan su misión en el mundo, entregando su vida para que todos conozcan y experimenten la salvación que Dios le ofrece.

También, con la celebración Día del Seminario, tomamos conciencia de la importancia y necesidad de los sacerdotes en la vida de la Iglesia. Ello son ministros de Cristo. Él mismo los ha elegido y consagrado para que, en su nombre, prediquen el Evangelio, celebren los sacramentos y guíen a los fieles hacia la madurez cristiana. Como decía el Beato Juan Pablo II: “Los sacerdotes existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre” (PDV 15). Este “personificar a Cristo” y “actuar en su nombre”, exige al sacerdote vivir conforme a su vocación para no crear una contradicción entre lo que es su vida real y lo que representa. En este empeño, el sacerdote sabe que la gracia de Dios nunca le falta, pero también necesita de la comunidad cristiana que siempre debe velar por la santidad de los sacerdotes.

Por eso, les pido a todos que, valorando a los sacerdotes por lo que son y representan, les apoyen y ayuden en su ministerio. No dejemos de aprovechar lo que Cristo nos ofrece por medio de ellos. Les recomiendo encarecidamente que oren por los sacerdotes para que perseveren en su vocación, sirviendo con fidelidad y entrega generosa a las personas que tienen a su cargo. Como dice una oración de la liturgia: “Señor, dirige los corazones de sacerdotes y de fieles de tal manera que al pastor no le falte la obediencia de los fieles, y a los fieles no les falte el cuidado del pastor”. Les invito a cuidar de los sacerdotes; son un gran bien para toda la Iglesia y para cada uno de los fieles cristianos.

El Día del Seminario lo celebramos, también, dando gracias a Dios por nuestros actuales seminaristas del Seminario Mayor y Menor. Un buen grupo de adolescentes y jóvenes que sienten la llamada de Dios al sacerdocio y le han dado un “primer sí” yendo al Seminario. Allí, en un ambiente de fraternidad, estudio y oración crecen como personas y como cristianos, a la vez que, con la ayuda de los formadores, van verificando la certeza de su vocación y se preparan para responder consciente, libre y responsablemente a lo que Dios les pide. Todos en la Diócesis debemos rezar constantemente por ellos y cuidarlos. Tenemos que ayudar al Seminario material y espiritualmente para que pueda realizar su misión de preparar los sacerdotes santos que hoy, con tanta urgencia, nuestra Diócesis necesita.

Al pensar en los seminaristas, nos sentimos como el Papa Benedicto XVI en la celebración con los seminaristas en la Jornada Mundial de la Juventud, el pasado agosto en Madrid: “Al veros, compruebo de nuevo cómo Cristo sigue llamando a jóvenes discípulos para hacerlos apóstoles suyos, permaneciendo así viva la misión de la Iglesia y la oferta del evangelio al mundo”.

En efecto, los seminaristas son la prueba de que Dios sigue llamando a jóvenes cristianos para que sigan a Cristo por el camino de la vocación sacerdotal. Es Dios quien pone en sus corazones la “Pasión por el Evangelio”, una pasión que es amor, “enamoramiento”, de la persona de Cristo. Una pasión que es seducción. Como decía el profeta Jeremías: “Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir” (Jer. 20,7).

Así se explica que el sacerdocio no sea una iniciativa o elección personal, sino “una vocación”, es decir la respuesta a una llamada que viene de Dios. Una llamada que está cargada de “atracción”, que arrastra y desinstala a quien la siente. Dios llama atrayendo a la persona hacía Él y sembrando en su corazón sus mismos sentimientos de amor apasionado todos los hombres y mujeres que habitan un mismo mundo. La vocación al sacerdocio es una llamada de Dios a amar al mundo como Él lo ama.

La historia de cualquier vocación es siempre la historia que se resume en la frase: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Juan 3, 14). Este es el Evangelio (la Buena Noticia) que apasiona al sacerdote y determina su vida y su misión. Esta “buena noticia” no es una información ajena a su vida, sino que su persona está “preñada” del mismo amor que Dios tiene al mundo. Toda vocación y especialmente la vocación sacerdotal, por su peculiar participación en el sacerdocio de Cristo, forma parte de la historia del amor de Dios al mundo. Impregnado de los mismos sentimientos de Cristo, el sacerdote prolonga con su vida y ministerio la entrega de Cristo para que el mundo se salve. O, mejor dicho, Cristo en persona prolonga su entrega por la salvación del mundo a través de la vida y ministerio del sacerdote. El sacerdocio es un sacramento del amor de Dios, es decir, un signo e instrumento del amor Dios al mundo.

Los seminaristas son la prueba de que Dios sigue llamando y le damos gracias por ello. Sin embargo, hay que decir que la situación actual de las vocaciones al sacerdocio es bastante precaria. El número de los que llegan al sacerdocio no es suficiente para hacer frente a las, cada vez mayores, necesidades de la Diócesis. Las palabras de Jesús siguen siendo muy actuales: “La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc. 10,2). La oración confiada por las vocaciones se hace imprescindible. ¿Queremos sacerdotes? Tenemos que pedírselos al Señor. Sólo Él puede seducir el corazón de los jóvenes. Doy gracias a Dios por todas las personas, parroquias, comunidades de clausura, movimientos y asociaciones que t
ienen el compromiso de rezar habitualmente por el Seminario, por las vocaciones y por los sacerdotes. Les aliento a seguir en su compromiso e invito a todos los diocesanos a unirse a las iniciativas ya existentes o a promover otras en favor del Seminario y las vocaciones.

Pero, junto con la oración debemos ayudar a los jóvenes a escuchar a Dios. Tenemos que abrir su mente y su corazón a la posibilidad de que Dios cuente con ellos y les llame. Tenemos que ser “voz de Dios” para ellos, proponiéndoles abiertamente la llamada al sacerdocio. El testimonio y la palabra de los sacerdotes, el trabajo apostólico en los grupos y movimientos juveniles, la educación en la fe en la familia, la escuela y la catequesis, especialmente en la catequesis para la confirmación, son los ámbitos en los que mejor se puede despertar y desarrollar la vocación al sacerdocio. La vocación tiene su origen en Dios, que es quien elige y llama, pero sólo encuentra realización en la respuesta libre, consciente y responsable de quién es llamado. La confianza en la fidelidad de Dios debe ser el principal estímulo que nos impulse a alentar y sostener a los que muestran indicios de la llamada a la vida sacerdotal.

Al celebrar un año más el Día del Seminario les invito a todos a promover las vocaciones al sacerdocio y a prestar un mayor a apoyo a la formación de los futuros sacerdotes. Junto con la  oración, la colaboración económica es necesaria para que el Seminariopueda realizar su cometido. Con mi agradecimiento por lo que ya hacen por el Seminario, le bendice en el Señor.

+ Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense

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