La Catedral de Santa Ana, en Las Palmas de Gran Canaria, acogió este domingo 29 de septiembre, la celebración de una Eucaristía con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado. La misa fue presidida por el obispo de la diócesis de Canarias, José Mazuelos. En la misma también participaron el obispo auxiliar de la diócesis Canariense, el administrador diocesano de la diócesis Nivariense, varios sacerdotes, religiosos, religiosas y el director y miembros del Secretariado de Migraciones de las dos diócesis del archipiélago canario.
Monseñor Mazuelos inició su homilía con una mención a la tragedia en aguas de El Hierro, para luego invitar «a reflexionar y orar por nuestros hermanos migrantes, aquellos que por diversas razones se han visto obligados a dejar su tierra, su hogar, su familia y su cultura, para buscar una vida mejor. En este Día del Migrante, recordamos que ellos no son solo cifras o estadísticas, sino personas con dignidad, historia y sueños. Son hijos e hijas de Dios, como cada uno de nosotros».
José Mazuelos agregó que la Palabra en este día del migrante “nos lleva, también, a dar gracias a Dios al ver a nuestros voluntarios y nuestra Iglesia, trabajando codo con codo, buscando el bien de tantas personas necesitadas. Con el papa Francisco podemos afirmar que Dios no sólo camina con su pueblo, sino también en su pueblo identificándose con los hombres y las mujeres, especialmente con los últimos, los pobres, los marginados”.
El obispo de la diócesis Canariense hizo hincapié en que debemos dar gracias a Dios porque siguen existiendo personas sensibles al dolor del prójimo, creyentes y no creyentes. “Me ha maravillado la labor que realiza el Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo, al que visité esta semana. Me admiró ver a tantos hombres y mujeres realizando su trabajo con gran honestidad y amor, lo que les convierten en auténticos ángeles en medio de la peligrosa ruta del Atlántico”.
En este sentido, Mazuelos animó a seguir como Iglesia con esa misión de tender puentes y crear comunión. “Tenemos que mantener las puertas abiertas y saber apreciar el bien, venga de donde venga; el bien que suma fuerzas, el que se alegra de la riqueza de lo diferente, sin pretender uniformar, imponer, silenciar, excluir. ‘Católico’, significa, espíritu universal, católico es el que sabe descubrir lo valioso en los otros, el que está siempre en búsqueda de la Verdad, dialogando, porque de los otros siempre hay algo que aprender. Católico es el que busca el bien del otro y no busca al otro para su bien. Por ello, reivindicamos que no se haga política con los inmigrantes, sino que busquemos el bien común”.
En la parte final de su homilía, el obispo hizo un encarecido llamamiento. “Hay que intentar frenar la cantidad de muertos en el océano, fomentando, entre todos, la llamada “hospitalidad atlántica” que es la iniciativa de las 26 diócesis de 10 países diferentes informando, formando, protegiendo, acogiendo y sobre todo colaborando para apoyar proyectos locales de desarrollo que fijen a la población migrante. Hay que dar respuesta digna y humana a los menores que ya están entre nosotros. Hay que, entre todos, luchar contra las mafias y facilitar formación y ayudas en los países de origen para que el acceso al trabajo en Europa no sea a través de un cayuco”.