El fin de semana del 11 y 12 de mayo, el seminario acogió las jornadas de formación: “Testigos del camino. Introducción al Ministerio del Acompañamiento”, organizadas por la delegación diocesana de Apostolado Seglar. Las mismas estuvieron dirigidas al laicado de nuestra diócesis, especialmente a aquellas personas que se sienten llamadas al servicio de acompañar.
Esta cita formativa estuvo dirigida por el jesuita Javier Castillo con quien tuvimos ocasión de charlar sobre los objetivos de las jornadas.
P.- ¿Cuáles han sido los ejes fundamentales de estos días?
R.- El acompañamiento puede ser una técnica psicológica, o una técnica de empresarial tipo coaching, pero lo que yo he intentado proponer estos días es el acompañamiento en un ámbito pastoral de procesos de crecimiento en la fe. La adhesión a la persona de Jesús y a la Iglesia como espacio o lugar donde desplegamos la misión. Por lo tanto, hemos querido ser testigos del camino porque nosotros no dirigimos, sino que aconsejamos. Ayudamos a otra persona a descubrir el paso de Dios en su vida. Cuando nos eligen de acompañantes, somos testigo del paso acontecer de Dios.
P.- Uno de los ejes del Plan Pastoral de la diócesis, precisamente, es el acompañamiento, que se va a focalizar el próximo curso. ¿Cuál sería el perfil básico de un acompañante en la fe?
R.- Un buen acompañante ha de ser acompañado. Hay que trabajar la espiritualidad del acompañante. Y en segundo lugar, el acompañante ha de tener una experiencia de búsqueda. Un acompañante tiene que ser un hombre o una mujer de intensa vida de oración. Si no hay esa comunidad de amor con Jesús, es muy difícil.
P.- Si tuvieras que aconsejar a una persona entrar en este proceso de acompañamiento, ¿por qué le dirías que es importante?
R.- El acompañamiento te permite confrontar y tener otros ángulos de vista que te ayudan a evitar el subjetivismo trepidante. Te ayuda a ver otros horizontes que muchas veces el mundo no nos lo ofrece. Además, ser testigo del paso de Dios es algo hermoso. Asimismo, en la espiritualidad ignaciana, el discernimiento y la oración sin acompañamiento, carece de fiabilidad.