Si hermanos y amigos, con el Salmo 125, podemos decir: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Dios envió su Hijo al mundo, no para condenarnos, sino para que el mundo se salve por él (cf. Jn. 3,17).
En efecto, Cristo Resucitado es fuente de luz, de una luz reconfortante y positiva. La resurrección de Jesús muestra todo el valor de su pasión y muerte; demuestra que ésta no ha sido una derrota, sino una victoria, el triunfo del amor. El Buen Pastor ha dado su vida por las ovejas (cf. Jn. 10,11), y como el mismo dijo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn. 15,13).
Todo lo que Jesús hizo en este mundo, los hizo por nosotros y por nuestra salvación. Durante la Semana Santa hemos contemplado, no lo que nosotros hemos hecho, sino lo que Dios ha hecho por nosotros por medio de su Hijo Jesucristo, para liberarnos del pecado y de la muerte. Ciertamente: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
Con San Pedro podemos decir: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable y perpetua, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios» (1Pe.1, 3-5). Jesús Resucitado está lleno de poder, no para destruirnos por nuestras maldades, sino para concedernos la remisión de los pecados.
Es un poder de salvación, que no sólo perdona, sino que nos da la posibilidad de andar en una vida nueva (cf. Rom. 6,4). Así, renovados en la mente y en el espíritu, podemos caminar en adelante en justicia y santidad verdaderas (cf. Ef. 4,22-24). Todos estamos llamados a corresponder a esta gracia extraordinaria que hemos recibido. Como San Pablo, podemos decir: “Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo… Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección” (Filp. 3,8.10).
Nos podemos preguntar: ¿Hemos resucitado con Cristo a una vida nueva? ¿Cómo saberlo? El apóstol San Juan nos da la respuesta cuando dice: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte… En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos” (1Jn. 3,14.16).
San Pablo, en la segunda lectura de la misa del Domingo de Resurrección nos dice: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col. 3,1-2). Debamos comprender bien las palabras de Pablo: “lo de allá arriba”, no son imaginaciones o tener la cabeza en las nubes, sino “valores espirituales”.
El apóstol quiere hacernos comprender que, si hemos resucitado con Cristo, si hemos renacido a una vida nueva, no debemos buscar sólo los bienes terrenos (tener pensamientos de codicia y de satisfacciones materiales), sino que debemos ser conscientes que nuestra vida toma todo su valor de la unión con Cristo en el amor.
Buscar “los bienes de allá arriba”, significa vivir en la fe y en unión con Cristo Resucitado. Significa vivir en la caridad, en el amor divino, que nos viene del corazón de Cristo. Las realidades de arriba que debemos buscar son realidades muy concretas. Significa vivir con generosidad, con espíritu de servicio, poniendo una gran atención a las necesidades del prójimo, vivir de una manera verdaderamente digna de Cristo, que dio su vida por nosotros.
Nos decía el papa Francisco, en la Vigilia Pascual del año pasado (2022):
“¡El Señor ha resucitado! ¡No nos detengamos en torno a los sepulcros, sino vayamos a redescubrirlo a Él, el Viviente! Y no tengamos miedo de buscarlo también en el rostro de los hermanos, en la historia del que espera y del que sueña, en el dolor del que llora y sufre: ¡Dios está allí!…
A esto somos llamados, a experimentar el encuentro con el Resucitado y a compartirlo con los demás; a correr la piedra del sepulcro, donde con frecuencia hemos encerrado al Señor, para difundir su alegría en el mundo. Resucitemos a Jesús, el Viviente, de los sepulcros donde lo hemos metido, liberémoslo de las formalidades donde a menudo lo hemos encerrado. Despertémonos del sueño de la vida tranquila en la que a veces lo hemos acomodado, para que no moleste ni incomode más.
Llevémoslo a la vida cotidiana: con gestos de paz en este tiempo marcado por los horrores de la guerra; con obras de reconciliación en las relaciones rotas y de compasión hacia los necesitados; con acciones de justicia en medio de las desigualdades y de verdad en medio de las mentiras. Y, sobre todo, con obras de amor y de fraternidad”.
Si, hermanos y amigos: Aceptemos que Jesús Resucitado entre en nuestra vida, acojámoslo con toda confianza: ¡Él es la vida! Si queremos, todos podemos ser partícipes del poder de la resurrección de Cristo. Dejemos que el dinamismo de la Pascua actúe en nosotros y seremos renovados y rejuvenecidos espiritual y moralmente. Cristo está vivo y también hoy pasa, transforma y libera. Así, a través de cada uno, podrá renacer un mundo nuevo en el que el amor va venciendo el odio, el perdón va anulando los deseos de venganza y la solidaridad va derribando los muros de la indiferencia ante el prójimo necesitado.
Sí, un mundo de hombres y mujeres nuevos es posible. Un mundo en el que, para bien todos, se va haciendo realidad el Reino de Dios: “El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia; el reino de la justicia, el amor y la paz”.
¡Que la alegría y paz de Cristo Resucitado reboce en nuestros corazones!
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense