“En los últimos años hemos tenido que hacer una apuesta radical por el mundo de la inmigración”

Diócesis de Tenerife
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El Obispado de Tenerife está situado en San Cristobal de La Laguna. La jurisdicción de la diócesis comprende Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro.

El superior general de los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca, Luis Miguel Martell, se encuentra en nuestra diócesis visitando a la familia de Cruz Blanca y conociendo de primera mano la marcha de los proyectos que tienen en Tenerife. Este pasado lunes 19 de febrero, aprovechando la visita que le realizó al obispo Nivariense, quisimos hablar con él sobre diferentes temas.

P.- Recuérdanos el carisma de los Hermanos de Cruz Blanca.

R.- A nosotros nos gusta resumirlo en acoger, acompañar y transformar la vida de las personas más vulnerables allí donde más nos necesiten. Para eso nos fundó hace casi cincuenta años, el Hermano Isidoro Lezcano.

P.- Precisamente, este 20 de febrero es el 18 aniversario del fallecimiento del Hermano Isidoro Lezcano. Natural de Tenoya, en Las Palmas de Gran Canaria, tras colaborar como enfermero en el Hospital Psiquiátrico de Las Palmas, marchó al servicio militar en Tetuán y allí comenzó a atender a los más pobres de la población. ¿Cómo fueron aquellos primeros pasos de los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca?

R.- El Hermano Isidoro, al marchar a Marruecos, entró en contacto con una realidad muy difícil atendiendo a las personas necesitadas que vivían cerca del cuartel. En aquel tiempo, hizo las oposiciones al Servicio Meteorológico Nacional y fue destinado como jefe del observatorio de Ceuta, en el Monte Hacho. Desde allí, él siempre veía una casita que amenazaba ruinas. Su ilusión era poder arreglarla para dar acogida a las personas más vulnerables, ya que, siendo voluntario del Hospital de la Cruz Roja de Ceuta, descubrió que había muchas personas que se quedaban en el hospital terminada su convalecencia porque no tenían donde ir.

P.- ¿Cómo está en líneas generales la congregación?

R.- Los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca no somos un número muy grande. Somos alrededor de un centenar de hermanos. También es verdad que llevamos muy poco tiempo. Cincuenta años en la historia de la Iglesia es un suspiro, pero como yo soy canarión diría que es un Suspiro de Moya. Es decir, un suspiro dulce. El Espíritu Santo ha sabido mantenernos durante estos años con nuestras luces y sombras. Y estamos, no solamente en Canarias, sino en la península con presencia en Ceuta y Melilla y también en Venezuela, Marruecos y Argentina.

P.- ¿Cómo está el tema de las vocaciones?

R.- Nosotros podemos decir que estamos bien para los tiempos que corren. Ahora mismo hay ocho novicios y cinco postulantes. En cualquier caso, como vivimos en una aldea global, tenemos vocaciones que han surgido en Latinoamérica e incluso en varios países africanos como Kenia y Togo. El Espíritu Santo sigue animando y sigue soplando, lo difícil, como siempre, es perseverar.

P.- ¿Hay que estar hecho de otra pasta para ser Hermano de la Cruz Blanca?

R.- Por supuesto. Es una vida que quizás desde fuera es muy bonita porque la gente agradece mucho nuestra labor, pero se trata de una vocación que exige una gran constancia. Es Dios quien nos mantiene en esta aventura trepidante. En Canarias, en plena pandemia, hicimos una apuesta radical por el mundo de la inmigración. En la actualidad, en la isla de Gran Canaria tenemos siete recursos para menores no acompañados. Asimismo, también atendemos a estas personas a través de los recursos que tenemos en la península. De esta forma, tratamos de realizar un trabajo en red y un acompañamiento, hasta que los muchachos y las familias se incorporan a su ruta migratoria o consiguen su estatus de refugiado y pueden comenzar una vida nueva.

P.- ¿En qué se concreta esta atención a menores migrantes?

R.-  Hoy día, en Las Palmas capital tenemos tres recursos abiertos para mujeres con niños. En su momento, tuvimos que cerrar el conocido como “Canarias Cincuenta”, el famoso Cuartel de La Isleta. Allí compartíamos recurso con Cruz Roja pero tuvimos que cerrar porque ya llegaban menos personas.  Sin embargo, en este último año y medio hemos tenido que convertirlo de nuevo en un recurso habilitado. Allí hay en la actualidad, casi doscientas mujeres con menores. Por otro lado, en Vegeta tenemos otros dos centros. Todos los esfuerzos se han multiplicado de forma considerable y hemos tenido que incorporar nuevas literas para dar una acogida digna a todas estas personas.

P.- ¿Cómo va la marcha de los recursos que tienen en Tenerife y qué balance hacen del trabajo que se viene realizando en el Hogar Amigo?

R.- En La Laguna tenemos la que denominamos casa central porque es como la casa madre, la primera que se abrió en 1981. También estamos en el Puerto de la Cruz y en San Miguel de Abona. Con estas tres casas familiares en lo que nos hemos especializado es en la atención a las personas con alguna discapacidad psíquica, que suele ir acompañada de otra de tipo funcional. También hemos tenido que abrir hogares para menores con trastornos de conducta. En este sentido, el Hogar Amigo, que está funcionando a pleno rendimiento, está dirigido a chavales que dejaron de ser menores, pero que no pueden ser incorporados bien a sus familias, o a la sociedad, porque todavía no se ha terminado el trabajo con ellos.

P.- ¿Qué respuesta reciben de las familias de las personas que tienen acogidas en los diferentes recursos?

R.- Cuando las familias nos permiten cuidarlos durante tanto tiempo en su nombre, por algo será. Nosotros antiguamente los llamábamos cariñosamente “nuestros niños y niñas”, pero ahora decimos “nuestros chicos y nuestras chicas”. Yo voy a cumplir 60 años y hay algunos que son coetáneos míos. Después de tantos años indudablemente forman parte de ti, de tu ADN. Por supuesto que tienen su familia natural, pero después está su familia de Cruz Blanca.

(En la foto. Derecha: Luis Miguel Martell. Izquierda: Mario Suárez, superior de la congregación de la Casa Familiar Manolo Torras).

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