La cuestión de la sinodalidad fue el tema tratado tanto en la última sesión de la formación permanente del clero, como en la conferencia que acogió en la tarde de este pasado 11 de junio, el Instituto Superior de Teología. El encargado de guiar ambas iniciativas fue el sacerdote jesuita, Elías López.
Natural de Santa Cruz de La Palma, López fue ordenado presbítero en 1988. Tras finalizar los estudios de Filosofía y Psicología en la Universidad Pontificia de Comillas, realizó el grado en Teología en la facultad de Granada, para luego obtener la licenciatura y el doctorado en Teología en la Universidad de Lovaina. El título de su tesis doctoral es: “Amor excesivo en medio de lo imperdonable: místicos-políticos para el perdón-mestizos”. También es diploma internacional de ayuda humanitaria por las universidades de Ginebra y Fordham, así como máster en conflictos y políticas de paz, en la Universidad de Lovaina.
Como tantos otros jesuitas, desde temprano sintió fuertemente la llamada de Dios a acudir a las periferias geográficas y existenciales. Es así que, tras el genocidio de Ruanda, comenzó a poner en práctica sus estudios en campos de refugiados como Tanzania, Etiopía, Siria, Líbano, Sri Lanka, Camboya, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela y México, entre otros.
Últimamente, compaginando el acompañamiento de personas en situaciones de conflicto en América Latina y España, y trabajando en el ámbito universitario las cuestiones del liderazgo y el discernimiento ignaciano, en diálogo con la Compañía de Jesús, trabaja “entre bambalinas” con el cardenal Mario Grech, y su equipo, en el sínodo.
En resumen, se podría decir que Elías López es un buscador incansable de la paz. Algo que, según indicó, es un deseo que está en el fondo de cada ser humano. “Sabemos que este mundo es complicado y muchas veces perdemos la esperanza, pero tener esa sensibilidad es un don que puede transformar las cosas. Me refiero a mi metro cuadrado, a mi familia, con mis compañeros de trabajo, en mi barrio, mis vecinos…Todos podemos hacer algo que ayude a transformar los conflictos que son connaturales al ser humano”.
En este deseo por ser portadores de paz, López también hizo hincapié en la importancia de la formación y el compromiso. “Formarnos nos ayuda a ser mejores instrumentos de paz. No es verdad que no se pueda hacer nada. Dios no elige a los capacitados, sino que capacita a los que elige. Y, además de esto, es muy positivo el compromiso en alguna red internacional que luche por erradicar los diferentes tipos de violencia: ecológica, la violencia de los migrantes, de los refugiados, las guerras, la pobreza, etc.”.
El contacto continuo con situaciones y contextos difíciles pasa factura de forma inevitable. López ha vivido en medio de poblaciones sumidas en conflictos armados y pueblos donde se vulneran sistemáticamente los derechos humanos. Según este jesuita, todo esto va dejando un peso de desconfianza en la bondad del ser humano. “En nuestro caso, la herida a sanar parte de un trauma asociado porque trabajamos con la gente que ha sido traumatizada. Entonces, lo que se erosiona es la confianza en el ser humano. Para regenerar esa confianza son necesarios los gestos de bondad. En medio de la violencia estructural, del sufrimiento, es necesario que seamos capaces de realizar actos de compasión, de perdón, de devolver bien por mal”.
Además, López indicó que también es muy necesario cuidar la higiene de la salud mental. “En ocasiones, es imprescindible realizar descansos periódicos. Retirarte a algún lugar, hablar con tu acompañante espiritual o con tus amigos de lo que te va pasando por dentro. También ayuda escribir, orar y, si la herida es muy grande, acudir a la ayuda de un psicólogo. Normalmente, en las organizaciones donde trabajamos, nos ponen servicio psicológico precisamente porque saben que estamos en un contexto muy complejo”.
López no esconde que en alguna ocasión su vida ha pasado peligro, pero con la ayuda de Dios, siempre ha salido adelante. “En alguna ocasión me he sentido amenazado, sí. En esos momentos, el sistema parasimpático se te dispara, empiezas a temblar, se te seca la boca… Pero bueno, el Señor acompaña y aquí estoy. Otros compañeros sí que han dejado su vida por los demás y ahora interceden por nosotros como mártires”.