La Esperanza de Triana visita este mes de octubre las parroquias del Polígono Sur para llevar a cabo una misión entre los vecinos de esta poblada zona de la ciudad, permaneciendo varias semanas en las parroquias de Jesús Obrero y de San Pío X. En esta última encontramos la bella imagen de la Virgen de la Alboreá.
Fechada en el año 1989, es obra del escultor e imaginero estepeño Manuel Escamilla Cabezas (1914-2005), quien la talló en su taller del Alcázar.
Su hermosa advocación, Alboreá, hace alusión al cante que los gitanos entonan a las novias en las bodas al amanecer, por lo que su nombre es un canto a la virginidad de María. Así, la Virgen aparece de pie, con la pierna derecha ligeramente avanzada con respecto a la izquierda, sosteniendo al Niño Jesús en su brazo izquierdo, mientras que con su mano derecha sostiene una rama de romero que parece ofrecer al fiel que la contempla y venera. Viste una túnica roja y sobre sus hombros porta una pañoleta de color blanco con flecos, completándose con un manto azul, que simboliza su pureza. La corona de doce estrellas que circunda su cabeza nos señala que esta mujer gitana es la Majarí Calí, la Virgen Madre de Dios. El Niño, por su parte, se nos muestra desnudo, para subrayar su pobreza y humildad, bendiciendo con su mano derecha y sosteniendo con la izquierda una naranja, que nos presenta a Jesús como el fruto de la pureza de María, que tradicionalmente es simbolizada por el azahar.
Tanto la Madre como el Hijo muestran rasgos propios de la raza calé: grandes ojos negros, piel morena, pelo negro, que le confieren gran belleza y guapura.
Esta representación de Santa María nos recuerda que la Madre de Dios, al igual que muchas mujeres gitanas, vivió en condiciones de pobreza y sencillez, tuvo que emigrar lejos huyendo del odio y del fanatismo que ponían en riesgo la vida del Niño, sufrió la incomprensión y el rechazo cuando Jesús comenzó el anuncio del Reino de amor, justicia y libertad, por lo que fue perseguido por los poderosos, y al pie de la cruz, tuvo que ver morir al Hijo de Dios que Ella había llevado en sus entrañas. Pero también, como nos enseñan tantas familias gitanas, María vivió desde la confianza en el Dios providente, supo afrontar los problemas y necesidades con alegría y esperanza y vivió desde el servicio y la entrega a los demás.
Porque la Madre de Dios vivió el rechazo, la marginación y la pobreza, Ella comparte con el pueblo gitano sus dificultades y problemas, sus alegrías y esperanzas y así, esta imagen nos la muestra cercana para todos, especialmente los más humildes y pobres que pueden verse reflejados en la sencillez de esta Virgen despojada de riquezas, pero que nos señala lo esencial: el camino del desprendimiento, la pobreza y la humildad para llegar a Dios.
Antonio R. Babío, delegado diocesano de Patrimonio Cultural
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