“Cuando seas padre”… Esta frase, lanzada a mitad de camino entre la advertencia y el adiestramiento, forma parte del argumentario doctrinal que todo hombre ha recibido en algún momento de su vida, con la vista puesta en un futuro que pasaba por ser cualquier cosa menos previsible. Nadie enseña a ser padre, no hay recetas ni métodos infalibles. Para algunos, la paternidad pasa por ser una consecuencia necesaria de la vocación a la que se sienten llamados. Otros asumen sin más ese rol como una circunstancia derivada del curso de la vida, sin más referencia que el modelo cercano que ha moldeado la infancia. En todo caso, la paternidad comporta una responsabilidad que, la mayoría de las veces, supera las expectativas y proyectos de todo hombre. Y se manifiesta en situaciones que no siempre responden a un ideal, a un esquema preconcebido. Con motivo de la festividad de San José, celebramos el Día del Padre, una ocasión para comprobar lo que supone la paternidad en situaciones no siempre fáciles.
El papa Francisco llamaba la atención recientemente sobre un fenómeno cada vez más visible en nuestras sociedades acomodadas. “Muchas parejas no tienen hijos o únicamente uno, pero tienen dos perros, dos gatos… Sí, los perros y los gatos están ocupando el lugar de los niños”, se lamentaba el Pontífice al explicar la figura de san José como “padre adoptivo” del Mesías. Y es que los índices de natalidad sitúan a Occidente ante un futuro preocupante, una sociedad sin niños que nos conduce a un escenario desesperanzado, triste… ¿Egoísta?
“Un antes y un después”
Borja y Ángela nunca se plantearon qué hacía falta para fundar una familia. Cuando se casaron hace veintitrés años no imaginaban que la vida les iba a deparar un futuro tan “entretenido”. Hoy tienen ocho hijos, cuatro chicos y otras tantas chicas, con edades entre los veintidós y los tres años, y el tercero, Borja como su padre, tiene síndrome de down. El padre no lo duda un segundo al afirmar que el nacimiento de sus hijos “ha marcado un antes y un después” en su vida.
Entiende la paternidad como “un don, una bendición que me sobrepasa porque veo como Dios me llama a participar en su obra creadora y pone en mis manos la misión de educar, y acompañar a mis hijos y sobre todo de transmitirles la fe. Tengo claro –añade- que sin Dios no podría hacerlo”. Es consciente de que una familia como la suya no es lo habitual en nuestros días, pero no se siente por ello “un bicho raro”. Cree que “estamos hechos para amar y ser amados, y formar una familia con los hijos que Dios te dé es una manera muy natural de hacerlo realidad”.
Padres separados
La experiencia de Francisco Manuel nos sitúa en una realidad muy distinta, la de los padres separados y no vueltos a casar que llevan adelante la paternidad en medio de una situación para la que nunca se prepararon. Tiene un hijo y reconoce que, más que el hecho de ser padre, lo que de verdad le cambió la vida fue convertirse en padre separado.
Forma parte de la comunidad parroquial de San Juan Pablo II, en Montequinto, y participa en el proyecto ‘Un amor que no termina’, que dirige la Delegación Diocesana de Familia y Vida. Ahí encuentra un sostén para vivir su fe, compartir los avatares de cada día y un apoyo imprescindible en momentos no siempre fáciles.
¿Roles masculinos y femeninos?
El reparto de roles viene impuesto en entornos familiares como este. “En mi caso –puntualiza-, los roles predestinados desaparecen pues uno ha de actuar tanto de padre como de madre”. Aspectos como la ternura, tradicionalmente vinculados en mayor medida con las madres, brotan de forma natural en la figura paterna, “en la medida que uno se vacía para centrarse en el otro, mucho más siendo tu hijo”, explica. Al respecto, Francisco Manuel considera que “muchas veces hay que hacer de madre e intentar asemejarse a ella, aunque realmente una madre es insustituible”, apostilla.
La gestión de su situación no ha sido fácil. Pero la receta es “simple”: “Confío en el Señor, su amor y misericordia”. Reconoce que el miedo aparece, y con mucha intensidad en el caso de una separación. Ahí la familia supone un apoyo muy importante, “que cobra fuerza en la medida que falta la otra mitad de la unidad familiar propia”. Y no se olvida de la Virgen, “un pilar muy importante para los padres separados, como figura femenina que es, en la que también dejaría reposar sus miedos e incertidumbres el propio san José”, afirma.
El patrón paterno y la vocación
Ni Borja ni Francisco recibieron el cursillo previo para ser padres de probada virtud, pero ambos tienen presente la educación recibida, los valores inculcados y la referencia de sus mayores. A este respecto, la Delegación de Familia y Vida está redoblando esfuerzos para ofrecer a los futuros padres herramientas que les capaciten para una paternidad cuanto menos incierta. El padre de Borja fue “un buen padre y un modelo a seguir en muchas cosas”, pero comprende que los patrones, como las sociedades y sus derivadas, son muy distintos. Por su parte, Francisco Manuel recuerda también con cariño su infancia, e intenta repetir con su hijo “todo aquello que me ha hecho bien a mí”. Coincide igualmente en el análisis de una sociedad que poco o nada tiene que ver con aquella en la que fue educado, pero sostiene que los valores en la educación de los hijos siguen plenamente vigentes.
Ninguno se planteó un futuro sin hijos. Para Borja se trata de una vocación, “una misión que el Señor da”. En el caso de Francisco Manuel, ahora le toca responder de la mejor manera posible al regalo de la paternidad, “ejerciéndola con responsabilidad, pero también con esperanza y alegría”. La vocación a la paternidad es, para este padre en solitario, “una faceta de la santidad a la que todos estamos llamados, aunque sea en la rutina diaria”.
¿Consejos para otros padres? Borja ha ido aprendiendo con un día a día, que es cualquier cosa menos sosegado, y agradece las enseñanzas recibidas en el Camino Neocatecumenal. El padre de Fran, por su parte, se acoge a lo que le dijeron a él en su día: “Que luche por el ejercicio de esa paternidad y haga todo lo posible para que los hijos tengan la figura del padre de forma real, tan necesaria para el desarrollo personal y espiritual”.
Nadie dijo que fuera fácil. De hecho, tener un hijo siempre es un riesgo, ya sea natural o adoptado. Con razón, el Papa subraya “más arriesgado es no tenerlo, más arriesgado es negar la paternidad, negar la maternidad, ya sea real o espiritual”.