La devoción a la Santa Ana que preside la parroquia del mismo nombre en Triana desde el siglo XIII, transcendió los límites de su barrio para difundirse por toda la ciudad, llegando incluso al Nuevo Mundo llevada por los marineros que partían del puerto de Sevilla. Con motivo de su festividad, presentamos esta interesante pintura del Monasterio de Santa María de Jesús.
En el coro alto se encuentra este lienzo firmado por el pintor José Cano y fechado en 1767, como se especifica en la inscripción que presenta en su parte inferior, en una cartela decorada con rocallas situada sobre la peana, en la que podemos leer: “Sra. Sta. Ana Titular de su Rl. Yglesia (sic) Parroquial de Triana; y Patrona de esta Cassa. Año de 1767”. En efecto, la obra muestra el grupo escultórico de Santa Ana, la Virgen y el Niño que preside el retablo mayor de la Real Parroquia de Señora Santa Ana de Triana, imágenes fechables en el último tercio del siglo XIII, contemporáneas a la fundación de la Parroquia por el rey Alfonso X el Sabio en 1266, si bien el Niño Jesús es posterior, de comienzos del siglo XVII.
La alusión al patronazgo sobre “esta casa” puede aludir al propio convento, puesto bajo el patrocinio de Santa Ana, o bien a alguna familia que pudiera haber donado esta pintura como dote de alguna religiosa que ingresara en este monasterio de clarisas.
El autor nos muestra un “verdadero retrato” de la Abuela del Señor, su Hija y su Nieto tal como se encuentran en Triana. A la derecha del espectador, aparece Santa Ana portando en su mano izquierda una azucena, mientras que con la derecha parece sostener a su Nieto, que centra la composición de pie sobre una pequeña nube repleta de cabezas de angelitos. Por su parte, la Virgen María ocupa la parte izquierda, también sosteniendo a Jesús, y llevando en su mano derecha el cetro, signo de su realeza. Todas las figuras se muestran ricamente vestidas, como era costumbre en el siglo XVIII, con telas profusamente decoradas con motivos florales y representadas por el pintor con gran detalle y virtuosismo. Llama la atención la diferencia entre la encarnadura de la Santa y la Virgen con la del Niño, mucho más pálida y que puede deberse a la diferencia cronológica de dichas esculturas, representándose la antigüedad de las primeras por medio del color más oscuro debido a la pátina del tiempo.
Remata la composición en su parte superior un rompimiento de gloria con cabezas de ángeles que circundan al Espíritu Santo en forma de paloma, que hace patente con su presencia en esta escena doméstica la divinidad del Niño, así como la docilidad al plan de Dios tanto de su Madre como de su Abuela, convirtiéndose así ambas en modelo para todos los cristianos que estamos llamados, como Ellas dos, a llevar a Cristo a los demás por medio de nuestra caridad, nuestra alegría y nuestra fe comprometida.
Antonio Rodríguez Babío, delegado diocesano de Patrimonio Cultural
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