Difícilmente se puede rebatir con argumentos razonables la ilusión que un niño muestra en la víspera de la Navidad. Hacerlo, intentarlo siquiera, no nos hace mejores, más certeros y ecuánimes. De hecho, entramos en terreno vetado a quienes pretendan justificarlo todo en base a una lógica cada vez más mundana y, quizás por ello, más predecible, menos esperanzadora.
Miguel Delibes sostenía que su patria era su infancia, y allí nos hemos ido. Probablemente guiados por una querencia que nos devuelve a un tiempo en el que fuimos lo que queríamos ser, soñamos despiertos y, lo mejor de todo, se cumplían esos sueños. Un tiempo en el que la felicidad tenía mucho que ver con veladas en las que la familia se juntaba en torno a la mesa, se cantaban villancicos, no se paraba en la cocina y se adoraba a ese Niño que volvía a casa por Navidad en un Belén cada año más poblado.
Hoy buscamos esa patria en los testimonios de ocho alumnos del Colegio Diocesano San Isidoro, un centro que se encuentra desde hace décadas en la céntrica calle Mateos Gago, junto a la Parroquia de Santa Cruz. Estos días previos a la Navidad el colegio suena a villancicos, al menos hasta que interrumpimos los ensayos para la gala navideña con la que despedirán el primer cuatrimestre. Siempre sucede lo mismo, esa mañana dejan de ser ellos para recrear el acontecimiento que acogió Belén hace ya más de dos mil años, “y así, de la misma manera, seguiremos esperando la Navidad en el colegio”, apunta Esperanza, la directora. Son alumnos de tercero y cuarto de Primaria, y hoy nos interesamos por sus navidades, por sus rutinas en casa, sus inquietudes en la previa de otras jornadas mágicas.
La Navidad es ese día en el que celebramos que Dios ha nacido. Y todos los encuestados, cada cual a su manera, ponen por delante que “eso es muy bueno”. Para Roberto Panozo nos encontramos ante “el día más maravilloso del año”; y María López añade que hay motivos: “…es que nació un Niño, y nos vino a salvar a todos”. Como si de una evidencia asumida se tratara, Navidad significa Dios, Jesús, familia, ilusión… También –¡cómo no!- Reyes Magos, regalos, turrón y, en un caso, nieve. No faltan tampoco las frutas que la familia Panozo deja para unos renos “que ya están hartos de zanahorias”, y los mantecados o el anís con los que los magos de Oriente se avituallan en todas las casas para dar lo mejor de sí en una noche tan larga.
El niño no duda cuando asocia esta celebración con la familia. Abuelos, primos, tíos, padres, hermanos, todos reunidos en torno a una mesa sin duda distinta, porque especial es el día y nadie puede faltar. Por ello, María Myro lamenta que alguna vez no acudiera un primo a la cita, y Rodrigo Merino cuenta los días que faltan para “hacer cosas que solo se hacen en Navidad”. Son jornadas en las que cada cual cumple su papel en un ritual que comienza con los abuelos ordenando un trasiego de gente tan inusual como deseado en casa; un hogar en cuya decoración todos colaboran, y un Belén –para Esperanza Ortiz, “como el nacimiento de Jesús pero en maqueta”- en cuya instalación se evidencia la sobriedad de los mayores y la fantasía de los más pequeños.
Los niños tienen una explicación para todo, también para las luces que decoran las calles. Daniel Escandón no duda: “están adornadas para que Dios lo vea”. Y no es para menos, es el gran día. En palabras de María López, “la Navidad me la han explicado en casa, pero en el colegio damos Religión y ahí hemos aprendido más”. En sus respuestas tampoco falta ese punto de conciencia social que les lleva a lamentar que haya niños que no tengan su misma suerte la mañana del seis de enero. “Es injusto, en Navidad no puede pasar eso”.
Allí los dejamos. Con sus ensayos, sus voces a medio afinar y un Niño Jesús que nos recuerda, desde su lugar en el Belén del colegio, que un año más será Navidad. Claro que sí, Dios lo sabe. Infancia, arcadia lejana y siempre presente, bendita inocencia… y cuánta verdad.