Mons. Asenjo: “Murillo unió una fe sincera y una piedad no fingida

Archidiócesis de Sevilla
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Desde el pasado día 8, la Catedral de Sevilla alberga durante un año la exposición ‘La mirada de la santidad’ con motivo del IV Centenario del nacimiento de Murillo. Una exposición cuyo objetivo, según expresó el Arzobispo de Sevilla en el acto inaugural, no es otro que “descubrir al hombre y al pintor que fue capaz de plasmar en sus lienzos la visión de un cielo amable, claro y límpido; que quedemos cautivados por la belleza de un rostro, por la delicadeza de unas manos, por lo etéreo de esos rompimientos de gloria que conectan el cielo con la tierra, que unen a Dios con el hombre de forma definitiva y total desde el momento en que el Verbo se encarna en las entrañas purísimas de la siempre Virgen María”.

Monseñor Asenjo comenzó su intervención destacando el marco celebrativo, la Sala Capitular, como “la más bella del orbe católico”. En línea con su afirmación anterior, aclaró que la exposición organizada por el Cabildo “no es una muestra más al uso, una simple sucesión de cuadros perfectamente datados y analizados”.

“Un pintor religioso”

Posteriormente se centró en la figura de Murillo, y recomendó conocer sus presupuestos existenciales y sus convicciones más íntimas. “Murillo fue esencialmente, aunque no exclusivamente, un pintor religioso, faceta que –añadió- conocieron en gran medida el Cabildo hispalense y las instituciones religiosas de la ciudad”. Se refirió a la relación mecenas-pintor que mantuvo con el canónigo Justino de Neve (cuyos restos descansan en el Trascoro de la Catedral) y subrayó que “Murillo unió una fe sincera y una piedad no fingida, todo lo cual le confirió una clara afinidad o connaturalidad con la verdad revelada”. Al respecto afirmó que “porque nadie da lo que no tiene, hemos de convenir que solo la profunda religiosidad de Murillo explica unas obras que rezuman unción religiosa y que son capaces de tocar el corazón de quienes las contemplan sin prejuicios ni corazas, intuyendo en la belleza visible, la belleza invisible de Dios”.

El Arzobispo tuvo palabras de gratitud para el Cabildo y su deán, por abrir de nuevo a la ciudad y a la diócesis “este arcón de belleza secular que es la Catedral”, sus tesoros e iconos. Además, comentó que las vidas de los santos –“verdaderas joyas de la corona”- deberían ser mostradas con más frecuencia en la predicación y en la catequesis, para terminar aludiendo a los papas Benedicto XVI y Francisco. Al papa emérito cuando abogó por “recorrer en la pastoral ambos caminos, el de la belleza y el de la santidad”, y al actual pontífice cuando afirmó que los santos y la belleza, en la variedad de sus formas, significan “una clara oportunidad para la evangelización en nuestro tiempo”.

Los santos, “los hijos más preclaros de la Iglesia”

Su discurso en la inauguración de la muestra sobre Murillo, que se celebró tras la misa estacional de la Inmaculada, fue una reafirmación del papel de los santos, como “hijos más preclaros de la Iglesia”. “Ellos –remarcó- hacen inteligible y creíble el Evangelio, ellos embellecen el rostro de la Iglesia, en el que, si es cierto que hay sombras y arrugas por los pecados y deficiencias de sus miembros, es también cierto que la luz es más intensa que las sombras y que el heroísmo de los santos, nuestros hermanos, es más fuerte que nuestro pecado y nuestra mediocridad”. Los santos murillescos, añadió, no responden al arquetipo platónico de una belleza ideal, sino que “son, ante todo, modelos de vida cristiana”. En este sentido, afirmó que “la contemplación de la bellísima imagen de san Fernando y de los demás santos de Murillo en la Catedral puede remover los rescoldos que anidan en tantas personas que han abandonado la fe o la práctica religiosa en las últimas décadas y que hoy no tienen más conexión con la Iglesia que la visita cultural”. A ello contribuye el “notable esfuerzo desplegado para que los contenidos de la exposición sean accesibles a todas las edades y a todas las circunstancias personales”.

Monseñor Asenjo reiteró que la santidad es “la primera necesidad de la Iglesia y del mundo en esta hora crucial. En momentos de crisis en la vida de la Iglesia han sido los santos quienes le han marcado las sendas de la verdadera renovación”. En el tramo final de su alocución, el Arzobispo reafirmó su convencimiento de que “nuestro mundo, desequilibrado por el egoísmo y la injusticia y herido por la desesperanza, no curará sus heridas desde las soluciones técnicas o políticas o desde el mero servicio asistencial, que no sanan el corazón del hombre, sino desde la revolución silenciosa de la santidad y del amor”. “La Iglesia y el mundo necesitan santos, héroes de lo pequeño, santos de lo cotidiano”, concluyó.

Puede ver la galería de la misa estacional de la Inmaculada en este enlace.

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