Hace apenas unos días regresaban de su voluntariado con personas migrantes cinco miembros de la comunidad del Seminario Metropolitano. Concretamente, ha participado el vicerrector, Manuel Jiménez; el director espiritual, Antonio Rodríguez Babío, y tres seminaristas: Pablo Noguera, Alberto Torres y Evaristo Bobillo.
El voluntariado se ha desarrollado en Canarias entre los días 9 y 20 de julio y según el vicerrector buscaba responder a “la inquietud de acercarnos a la realidad de la inmigración de forma directa”. Además, ha insistido en que resulta “muy enriquecedor para un seminarista vivir experiencias así en su tiempo de formación”. No en vano, desde el Seminario Metropolitano se garantiza que todos los seminaristas realicen una serie de trabajos o apostolados durante el verano, con el objetivo de complementar su formación pastoral y humana, más allá de los conocimientos académicos ofrecidos durante el curso escolar.
Por su parte, el vicerrector del Seminario Metropolitano ha asegurado que en esta experiencia “no ha resuelto los interrogantes del fenómeno migratorio”, pero sí ha entendido que las personas migrantes “no son números, no son problemas, no son delincuentes en potencia o personas que vienen a quitarnos derechos o a amenazar nuestra civilización”, sino que “son prójimos, son hermanos”. En ellos -añade- debemos “descubrir a Cristo sufriente” y “sembrar la semilla del Evangelio desde la caridad”.
¿Con qué institución han trabajado en su voluntariado en Canarias?
Hemos trabajado en los proyectos de inmigrantes de los Hermanos de la Cruz Blanca (a través de la Fundación Cruz Blanca) en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Estos proyectos atienden a inmigrantes africanos llegados en patera a distintos lugares de Canarias, derivados allí por el Ministerio de Migraciones. Estos proyectos son cuatro:
- Centro de menores: situado en un edificio antiguo del Seminario diocesano. Allí se acoge a menores marroquíes (actualmente hay unos 30).
- Centro de madres con hijos, donde residen mujeres que recientemente han dado a luz, o que venían con hijos pequeños.
- Centro de mujeres en situación de alta vulnerabilidad (alguna de ellas con sospecha de proceder del mundo de la trata de personas).
- Centro Canarias 50, un gran centro de acogida donde son derivadas muchas de las personas que llegan en patera a distintos lugares de Canarias.
Hay muchas periferias a las que la Iglesia debe llegar, ¿por qué escogieron colaborar precisamente con esta?
Teníamos la inquietud de acercarnos a la realidad de la inmigración de forma directa. Una realidad que contemplamos a través de los medios de comunicación, de la que nos hablan los políticos, distintos agentes sociales, que es vista desde distintos prismas… Pero a la que la Iglesia también está respondiendo, a veces siendo de las pocas instituciones que apuesta de verdad por la dignidad de la persona y por la acogida y la integración, tal y como ha insistido en numerosas ocasiones el Papa Francisco.
Durante el pasado curso visitamos un centro de acogida de personas migrantes que tienen los hermanos de la Cruz Blanca en Arahal, y a partir de esa experiencia vimos la posibilidad de visitar Canarias, que es la comunidad autónoma donde el fenómeno de la inmigración está más presente.
Durante estos días, ¿qué labores han realizado?
La verdad es que hemos hecho más bien poco. Nuestra principal labor ha sido la de conocer y acompañar. Hemos conocido personas concretas, historias de vida, algunas de ellas dramáticas, y eso, sin duda, no nos ha dejado indiferentes. Ha hecho posible en nosotros que dejemos de pensar en la inmigración como un problema de nuestro país o de nuestra sociedad, sino como historias reales de personas que llaman a nuestra puerta y necesitan de una respuesta por nuestra parte.
Más en concreto, hemos dado clases de español en los distintos proyectos, hemos pasado tiempo jugando con los niños y los menores, hemos acompañado a las mujeres a algunos servicios (médicos o burocráticos), hemos hecho alguna salida cultural, etc. Pero todo eso realmente supone muy poco para todo lo que nosotros hemos recibido.
El voluntariado lo hemos desarrollado por las mañanas, y las tardes las hemos aprovechado para conocer otras realidades de la Iglesia en Canarias. Una tarde visitamos al obispo, monseñor José Mazuelos, quien nos aportó su visión sobre la labor de la Iglesia con las personas migrantes. También hemos visitado la comunidad de hermanas Oblatas, que trabajan con prostitutas; las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, Benedictinos (tienen un monasterio en Gran Canaria), Misioneros Claretianos (con dos parroquias en Las Palmas, una de ellas tiene el proyecto Boza, con inmigrantes en prisión), el Centro de Orientación a las Familias, etc. También hemos tenido tiempo de descanso y de turismo.
La formación del seminarista en Sevilla es bastante completa y extensa en el tiempo, ¿qué cree que le aporta este tipo de experiencias?
Los seminaristas son los futuros pastores de nuestra Iglesia, y los pastores tenemos que acoger a todas las personas que necesitan de la Buena Noticia del Evangelio, en especial los pobres. Las personas migrantes son de las personas más vulnerables y necesitadas en la actualidad (tanto material como espiritualmente). Y los pastores de la Iglesia tenemos que acogerlos con gran delicadeza, ya que en ellos está Cristo de forma especial. Es muy enriquecedor para un seminarista vivir experiencias así en su tiempo de formación.
Y personalmente, ¿cómo lo ha vivido?
A mí me ha hecho palpar el Evangelio de forma muy real. He tenido presente durante todos los días en Canarias la frase de Jesús “Fui forastero y me hospedasteis”. Y, verdaderamente, en el rostro de las personas que hemos conocido en esta experiencia estaba presente el mismo rostro de Cristo. Personas que han dejado todo (su hogar, su familia, sus cosas materiales, su país), buscando una vida mejor (a veces incluso engañadas), me han hecho volver a lo fundamental. Personas que se han mostrado agradecidas en todo momento, sonrientes a pesar de su gran sufrimiento, esperanzadas por un futuro mejor. Para mí, como sacerdote, ha sido una invitación a volver a la raíz, al núcleo del Evangelio, frente a otros muchos frentes en los que gastamos energías que no son tan necesarios.
Tras esta experiencia, ¿puede decir que entiende un poco mejor el fenómeno migratorio?
El fenómeno de la inmigración es muy complejo; como nos decía monseñor Mazuelos, es poliédrico, y se aborda desde perspectivas muy distintas sin que ninguna de ellas sea la completa: la política, la legislativa, la cultural, la de los países de origen, la de las organizaciones sociales, etc. Siento que vuelvo de Canarias sin haber resuelto los interrogantes de este fenómeno. Pero, como dijo un seminarista estos días, la respuesta a todos estos interrogantes está en Cristo. Y nosotros, como Iglesia, debemos seguir el mandato de Cristo de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Y los migrantes que vienen a nuestras costas en pateras procedentes de Marruecos, de Mali, de Guinea, de Gambia, de Senegal, etc. son nuestros prójimos. Lo nuestro es acoger, lo nuestro es descubrir en ellos a Cristo sufriente, abrir las puertas, reconocer la riqueza del hermano diferente, sembrar en ellos la semilla del Evangelio desde la caridad.
Después de conocer a personas como Cumba, Aisha, Sandra, Djaneba, Diabo, etc., después de acercarme a sus dramáticas historias vitales, siento que no soy quién para decirle a alguien que no debe dejar su país o que no puede entrar en el mío, o que debe ser devuelto al lugar del que partió. No son números, no son problemas, no son delincuentes en potencia o personas que vienen a quitarnos derechos o a amenazar nuestra civilización. Son prójimos. Son hermanos. Que Cristo no pueda decirnos a nosotros un día “Fui forastero y no me recibisteis”.
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