La revolución de la alegría: 8 años con el Papa Francisco

Archidiócesis de Sevilla
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El 13 de marzo de 2013, el cónclave que se celebró tras la renuncia de Benedicto XVI, eligió como Papa a Jorge Mario Bergoglio, quien manifestó su deseo de ser conocido como Francisco en honor de san Francisco de Asís, todo un anticipo a los mensajes que han seguido a su nombramiento. Pronto hará 8 años de tal acontecimiento. Los creyentes creemos en la iluminación del Espíritu Santo sobre el Colegio Cardenalicio como inspiración acerca de quién debe dirigir el destino de la Iglesia en un determinado tiempo. El mundo no presenta un buen diagnóstico y no solo por la pandemia de la COVID-19, que ha venido a empeorar la situación, ya antes de ella la situación no era buena para el planeta y la humanidad que acoge, para el conjunto de la Biosfera.

En estos años, el esfuerzo del Papa Francisco en relación con documentos escritos en forma de Encíclicas, Exhortaciones y otros documentos, sus libros, homilías y distintas manifestaciones, ha sido enorme tratando de realizar un análisis de la realidad del mundo y el planeta. Recordar sus Encíclicas: Lumen Fidei (2013), Laudato Si´(2015) y Fratelli Tutti (2020). O sus Exhortaciones Apostólicas: Evangelii Gaudium (2013), Amoris Laetitia (2016), Gaudete et Exultate (2018), Christus Vivit (2019) y Querida Amazonia (2020). Una muestra del empeño, iluminado por el Espíritu Santo, por hacer un mundo mejor desde el mensaje del Evangelio de Jesús, nuestra luz y fortaleza.

Recuerdo ahora la visita del Pontífice a Brasil en julio de 2013 y su homilía en Aparecida. Quizás allí se hablo por primera vez de la revolución de la alegría. El Papa Francisco en Aparecida lanzó un canto al optimismo, y manifestó que “un cristiano no puede ser pesimista ni tener aspecto de luto perpetuo”. De acuerdo con el Papa, la alegría que transmite el Evangelio es muy grande y el camino que nos muestra para que esa alegría sea un bien común es muy claro y no admite interpretaciones acomodaticias a poderes establecidos. El cristiano tiene que contribuir de forma decidida al bien común y a la fraternidad universal. No puede haber, desde la óptica cristiana, ni inequidades ni injusticias que generan tristezas y sufrimientos. Los cristianos tenemos una responsabilidad colectiva al respecto.

La tradición en Brasil sostiene que la Virgen de Aparecida, es decir, la patrona de Brasil, es negra para mostrar su solidaridad con los oprimidos. La visita del Papa Francisco a Aparecida con miles de fieles, ocurrió bajo una fuerte lluvia y un intenso frío, pero la dureza del medio no enturbió la luminosidad del mensaje, acogido por una multitud necesitada de amor y esperanza. Todo un símbolo para el mundo, para muchas personas del mundo que igualmente precisan de esperanza y amor. Ya en el año 2013, muchas personas veían al Papa como el motor para cambiar el mundo. Sus diferentes mensajes indican el camino, el único camino, sin embargo, da la impresión que los poderosos, los que controlan la política, la economía y las finanzas, no lo captan adecuadamente. El Papa Francisco convirtió la misa del Santuario de la Virgen de Aparecida en un intenso llamamiento a la alegría, el optimismo y la esperanza. El Papa dijo en su homilía que “Dios nunca deja que nos hundamos”. Tiene mucho sentido si pensamos que todos somos colaboradores de Dios en el mundo, un mundo con mucha gente al borde del precipicio, y somos responsables con Dios de que esa multitud doliente no se hunda. Dios no deja que nadie se hunda, pero precisa de la ayuda de los creyentes, no podemos mirar impasibles el horror. Igualmente, en relación con la Naturaleza, la Biosfera, o la Creación, somos, de acuerdo con el Papa, co-creadores en un mundo que podría ser más feliz para todas las criaturas, humanas y no humanas.

El Papa Francisco incidió en Aparecida en una cuestión esencial: el mal. Dijo el Papa: “El mal existe, pero no es el más fuerte”, y añadió: “El más fuerte es Dios y Dios es nuestra esperanza”. Dios participa en la vida del ser humano, pero los cristianos tenemos que ayudar en la empresa común que es la existencia en la Tierra, como nuestra casa común. En el cuarto domingo de Adviento, en el pasaje del evangelio de Mateo se narra la revelación a José de la identidad del hijo que María lleva en su seno. Él es Enmanuel, que significa “Dios con nosotros”. Dice el profeta Isaias (Is, 7, 14): “Mirad,  la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel”. Dios con nosotros es una idea esencial, motor de nuestra acción diaria en la familia, en el trabajo, en las calles. Como el Papa dijo en el Santuario de Aparecida, “Dios no deja que nadie se hunda” pero somos responsables de ayudar, cuando más poder, cuanto de más medios dispongamos, más responsabilidad. Los cristianos debemos leer los mensajes del Papa, meditarlos y llevarlos a la práctica en lo posible en el marco de nuestra realidad, una realidad individual y colectiva, a la que todos estamos llamados a mejorar por el bien de todos, por el bien del mundo.

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