En octubre de 2019, el sociólogo Julio Cuesta (Sevilla, 1946) recibió el encargo de pregonar la Semana Santa de Sevilla. Y con el texto pendiente de sus últimas correcciones la pandemia lo paralizó todo, postergando más de dos años su encuentro con el atril del Teatro Maestranza. Por fin, el 3 de abril se recuperará la tradición del Domingo del Pregón, y a esta cita acudirá un “niño del barrio del Arenal” que ha pasado largas temporadas alejado de una Sevilla menos recoleta e íntima que aquella en la que el tiempo miraba al campanario de la Giralda.
¿Cuáles son sus referentes cofrades?
Yo soy un niño del barrio del Arenal, y cuando me han preguntado algunas veces por qué estaba tan implicado y tan sensible a las cosas de Sevilla, entre ellas la Semana Santa, yo siempre he dado una respuesta, y es que Sevilla me había pasado por encima desde que yo era pequeñito. Porque allí en el barrio del Arenal todo lo que pasa de cierta solemnidad, de cierta entidad en Sevilla, todo pasaba por allí. Hasta la hora era una referencia con el reloj de la Giralda. De tal forma que, para mí, la hora no era la del reloj que había en casa, la hora era la campana que daba la Giralda. Eso me ha hecho que esté muy vinculado a Sevilla, a la Sevilla próxima, a la Sevilla que produce emociones. Es verdad que aquella era una Sevilla recoleta, más pequeña, y que se ha ido expandiendo. Afortunadamente y gracias a Dios eso se ha ido expandiendo, y mucho de lo que se vive en el centro se vive en muchos de sus barrios. Esto es aplicable a las hermandades, esos que son los que animan bajo el punto de vista religioso la calle, que son las hermandades, eso se ha trasladado a los barrios en las últimas dos, tres décadas. Así que ahí es donde está mi origen.
¿Le ponemos cara y nombre?
Yo tengo unas referencias que son mi madre y mi padre. Tengo referencias religiosas como la Virgen de los Reyes. Ha estado siempre presente en mi casa, sobre todo por la devoción tan profunda que mi padre le tenía. Ha estado muy presente también la Piedad del Baratillo y la Caridad, porque las tenía muy cerca. Han estado muy presentes los cultos de la Catedral, porque los niños del barrio en aquella época, cuando había algo grande en la avenida o en la Catedral, todos desembocábamos allí.
Menciona mucho la Catedral en su infancia…
Yo fui monaguillo de la Parroquia del Sagrario, y fui carráncano de la Sacramental -y soy miembro de la Sacramental-, viví todo eso muy de cerca. Y mi primer campo de fútbol fue el Patio de los Naranjos, con los riesgos que tenía. No era fácil, primero, por las tajeas del patio; segundo, porque jugábamos con naranjas; y tercero, porque cuando llegaban las lluvias el patio era un jardín entero de verdina que resbalaba una barbaridad. Por ahí discurre mi infancia y las otras zonas de expansión eran, una muy lejos, los jardines del Cristina –imagínate lo lejos que estaba entonces…-, y la otra más cercana, que era la Plaza Nueva… Con las sillas metálicas verdes que, cuando he estado por ahí en mis largas ausencias de Sevilla, me preguntaba qué hago yo aquí, si a mí donde me gustaría estar es sentado en una silla metálica de la Plaza Nueva.
Pasa el tiempo y le encargan anunciar la Semana Santa. Imagino que el pregón que vamos a escuchar será algo distinto del que escribió hace dos años.
No tiene nada que ver. En primer lugar, yo nunca pensé que podía dar el pregón de la Semana Santa. Era un escenario que yo no me había planteado jamás, nunca. Primero porque no me consideraba con habilidad, y segundo porque tampoco creo que perteneciera yo a ese grupo que está siempre ahí cociéndose como de posibles pregoneros. Nunca me vi así, nunca. Es verdad que en el pasado había salido mi nombre, pero era porque probablemente tenía una cierta resonancia, porque era más conocido y todo eso. Pero cuando me lo anuncia el presidente del Consejo me quedé muy sorprendido, y me causó una gran emoción, incluso con una reacción física. Se me puso la boca amarga, tan amarga como no lo había sentido desde que me presenté para las pruebas de acceso a la universidad. Una reacción casi bíblica, la boca amarga de la sensación. Y de hecho tuve que pedir tiempo para consultar. Lo que pasa es que, cuando consulté, la reacción de todos los míos fue que palante, que no lo dudara. Es verdad que aquello fue una aventura muy bonita, comunicárselo a mi familia. Ellos están conmigo desde el primer momento. Y la otra cosa que he notado, que ya lo había vivido con otros pregoneros porque tenían una cierta popularidad, pero es que… En el caso mío la gente se ha volcado. Todo han sido saludos, enhorabuenas, felicidades, lisonjas, detalles… Y hay algunos absolutamente entrañables. Anteayer, en el supermercado del Corte Inglés, me espera una señora con su hija al salir de la caja. Se aproximan a mí y yo creía que venían a venderme algo o a pedirme alguna cosa. No… “Estamos esperándole porque yo no me quería ir de aquí sin decirle que estoy encantada de que usted sea el pregonero”. Y eso infinidad de veces. O el camarero en la Plaza de los Terceros que va con su bandeja llena de cosas, me ve salir de Bustos Tavera y “¡Pregonero, felicidades, qué bien, qué alegría…!” Y las hermandades, que se vuelcan con el pregonero. Todos son atenciones, invitaciones. Cosa que dice mucho del ambiente de generosidad, de solidaridad y emoción que hay alrededor del pregón, por parte de toda la gente que es sensible al pregón.
Eso imagino que genera responsabilidad.
Esto es como un regalo que te dan. El regalo es tan precioso y tan delicado que tienes la responsabilidad de que no se te rompa. Y tú tienes que hacer que ese regalo luzca. Es verdad que durante este período tan largo y tan desértico como han sido estos tres años, llega el desánimo, llega el olvido, llega la inquietud, la incertidumbre. Es una carga pesada, porque en un período de tiempo tan largo afloran todas las dudas, y al final lo que sacas de esa carga es que tienes una bendita carga encima que tienes que llevar para adelante lo mejor que puedas. Eso lleva mucho esfuerzo, porque yo voy a procurar hacerlo lo mejor que pueda, evidentemente. Esto es como entrenarse para una prueba, y es la final, o sea que no es una prueba ni siquiera eliminatoria, es la final y tienes que estar en un estado de ánimo perfecto.
Se va a dirigir a un público que trae de estos años una carga de experiencias negativas, temores y frustraciones. Se va a dirigir a una Sevilla que lo ha pasado mal. No sé si eso lo condiciona de alguna manera.
Estoy condicionado yo. A mí es verdad que me condiciona de rebote. La actitud que tiene la gente, es verdad que es muy distinta a la que se tenía habitualmente. Pero es que eso me pasa a mí también, y me ha pasado con más intensidad todavía, porque he sentido la presión mía interna y la presión de eso que hay en la gente, de lo que la gente está esperando. Aquí no se puede seguir hablando –yo me lo he planteado así- de los mismos lugares comunes de siempre. Y yo he hecho el esfuerzo de intentar conectar mis sentimientos, que vienen de la emoción, del recuerdo y de la soledad, de la ausencia y de la frustración y del dolor, para hacerlo coincidir con lo de la gente. Lo he dicho en más de una ocasión, si lo que yo he escrito y digo, y lo digo bien, es capaz de conectar con la gente un par de veces, habrá merecido la pena.
Las hermandades, como la Iglesia en general, han dado y siguen dando ejemplos muy destacados de implicación con las necesidades y los problemas de la sociedad ¿Necesitan un plan de marketing o el testimonio habla por ellas?
Las hermandades y la Iglesia no se han vendido bien. Han actuado y se les ha visto. Se les ha visto en la grandeza que tienen, y eso ya tiene una fuerza comunicativa bastante poderosa. Si tienes una marca con un buen producto, y entra en el mercado, no necesitas apoyarla, va sola. Pero ha surgido un problema, y es el problema del mundo moderno, donde se entremezclan muchos mensajes, incluso mensajes opositores. No de oposición a la Iglesia, sino a mucho de lo que la Iglesia representa. Valores, por ejemplo. Ayer veía un vídeo en internet de una manifestación feminista metiéndole fuego a una iglesia con su cruz… Bueno, pues la Iglesia no tiene culpa de eso, pero sin embargo esa falta de comunicación positiva entre la Iglesia y esos grupos está ahí, y choca. Ese es el signo de los tiempos. Es verdad que el buen paño en el arca no se vende, lo que pasa es que el paño de la Iglesia está fuera del arca, está permanente en la vida. Yo creo que tenemos que acusarnos un poco los católicos, los cristianos, de no haber sido lo suficientemente conscientes de que estábamos en un mercado muy competitivo. El ejemplo de Cruzcampo con una botella de otra marca: Tú no puedes estar sólo ahí, porque están las otras botellas ahí, algo tendrás que hacer para que se te vea o destaques. Yo creo que la Iglesia está en un momento de cambio interesante en ese sentido, porque está apreciando el valor de la religiosidad popular. Y nuestros pastores son muy conscientes de la potencia evangelizadora y pastoral que tiene la religiosidad popular. No hay un elemento de religiosidad popular más potente, que penetre tanto, que empape tanto en esta sociedad como son las hermandades.
¿Usted se lo explicaría así, por ejemplo, a un señor de Milwaukee?
Sí. Y lo comprende probablemente mejor que uno de aquí, porque son ellos muy conscientes. Y esto me llevaría a otra disquisición, porque ese señor de Milwaukee está más dispuesto a la piedad que un señor de aquí. Porque está en un momento de mucha competencia piadosa entre las distintas religiones, denominaciones… Aquí lo damos todo por hecho. Ellos tienen mayor sentido de la solemnidad, del carácter exclusivo, del carácter personal que tiene su religión. Son mucho más activos, más respetuosos con la solemnidad de las cosas. Nosotros somos los primeros del mundo en darle solemnidad a los actos religiosos, pero ellos a la menor cosa le dan una solemnidad. Es que allí, después de una misa el sacerdote sale a la puerta a recibir a la gente, y hay un dulcecito con un refresco en el patio, y cosas de esas. Son muy sensibles a eso. Entonces la religiosidad popular tiene una potencia evangelizadora y pastoral muy fuerte, que se ha abandonado expresamente en el pasado, que no se ha contado con ella. Y ejemplos podríamos dar, pero para no crear polémica más vale no mencionar ninguno, pero es verdad que ha habido un enfrentamiento y una autoexclusión histórica, rupturas entre párrocos y hermandades, dificultades en las hermandades para encontrar un director espiritual, etc… Es que no tenía por qué haber enfrentamiento, tenía que haber habido mutuo entendimiento. Yo creo que todos han podido ser culpables de que no se hayan entendido. Pero estamos en un momento contrario ahora.
Usted ha vivido fuera de Sevilla mucho tiempo y tiene la perspectiva que quizás nos falta a los que no concebimos otra cosa que no sea nuestra Semana Santa ¿El modelo sigue siendo válido o hay que ajustarlo?
La Semana Santa que vivimos ahora es el resultado de un proceso. De hecho, cuando mis amigos extranjeros han estado viendo las procesiones de Semana Santa en la calle me preguntaban quién organizaba esto, que era un esfuerzo y un caos logístico bestial. Y yo les decía que eso se organizaba solo. En la Feria pasa una cosa por el estilo. Y lo que tenemos ahora es el resultado precisamente de que se ha ido asentando todo lo que ha ido entrando en el molde, lo que pasa es que los tiempos cambian y los ingredientes del molde también pueden cambiar, y probablemente haya que ir modificando el molde. Pero eso lo tenemos que hacer con prudencia y con sabiduría. No creo que haya que plantearse en este momento un cambio radical de la Semana Santa que tenemos. Creo que hay que hacer con prudencia las introducciones, los movimientos, las decisiones que permitan que se vaya adaptando a los tiempos. Esa adaptación tiene un sostén, un corsé. El tipo de procesión, de estación de penitencia, de expresión de nuestras imágenes en la calle tiene un modelo, y un modelo que viene definido incluso teológicamente muy bien. Aquí se nos achaca que los palios y los canastos de los pasos son un derroche de lujo, de oro, etc. Y no se explica que el oro es la dimensión de Dios, que en nuestra cultura judeo-cristiana Dios es oro, y el oro es el símbolo de la divinidad. Probablemente eso no se explica en ningún sitio. Deberíamos, más que denostar lo que tenemos, encontrar el significado de las cosas que tenemos, pero eso se hace también con la labor evangelizadora y pastoral en las iglesias y en las hermandades.
Evidentemente el modelo actual no es el mismo que el de hace algunas décadas.
Exactamente. Pero además hay otro elemento. Aquella Sevilla recoleta e íntima que hablábamos al principio ha crecido mucho, y el modelo ha sido una mancha de aceite que ha ido creciendo. Le tenemos que ir dando cabida a eso, dentro de lo que sea posible. Hay una polémica siempre, que si tal día funciona mal o regular, y yo siempre digo –incluso se lo he dicho a mis amigos del Consejo- que no intentéis dar una solución, que hable la gente, que los implicados hablen, que en su conversación detectarán cuál es el problema, incluso cada uno detectará cuál es la parte de responsabilidad que tiene en el problema. Y eso es lo que nos ha faltado o nos puede faltar a la hora de resolver problemas complejos.
Su experiencia con el pregón está inevitablemente marcada por la pandemia. Durante el confinamiento se habló de la Semana Santa “de interior” ¿Hemos sabido entender la experiencia, lo hemos aprovechado de alguna manera?
Mi tesis es que sí. No lo voy a decir, pero se me va a intuir, que bendito sea Dios que ha pasado esto. Porque en esa carrera todo era igual, eran las mismas etapas, los mismos corredores, el mismo paisaje. Y de buenas a primeras estamos en la misma carrera, porque la carrera es la conmemoración de la Pasión de Nuestro Señor, y cambian el paisaje, los tiempos, los corredores. Cambia todo, pero no nos ha cambiado la carrera. Y aquí cada uno ha descubierto su carrera, libremente. No creo que haya habido ningún cofrade que sin procesiones en la calle no haya vivido de alguna manera parte de la espiritualidad de la Semana Santa, que no lo habría vivido si hubieran sido las cosas como venían siempre siendo. Yo creo que ahí salen unas enseñanzas. Creo que nos ha hecho más íntimos, o más conscientes de nuestra intimidad, y nos ha hecho más libres, porque cada uno ha tenido su Semana Santa en libertad.
¿Y de esta hemos salido mejores?
Seguro. Mi tesis es que sí. Porque además hay otro elemento. Fíjate la cantidad de cosas que se han hecho, y que no se hubieran hecho, que han sido expresión del deseo de la voluntad, y que ha tenido un efecto en la gente maravilloso. La primera parte la revolución total, la segunda parte manifestarnos de otra manera, en los templos, en las exposiciones… Para mí eso es un activo positivo.
Quizás pocas veces como ahora sea necesario hablarle al sevillano de la esperanza ¿En qué clave?
La esperanza, por muchas vueltas que le des, es la virtud de virtudes. La esperanza está presente en todo, cualquiera que se aproxime a la Semana Santa y no tenga en cuenta la esperanza… Nada tiene sentido. No tiene sentido ni siquiera el Señor crucificado, no tiene sentido que el Señor esté crucificado entre dos ladrones. En todo eso está la esperanza… ¿De qué? Del mensaje de salvación, de redención. Por eso la esperanza tiene tanta fuerza, en Sevilla hay esperanza por todas partes. Y por poco que profundices, en cualquiera de las advocaciones siempre hay esperanza. El Señor de la oración en el huerto, es esperanza. El Señor de las penas, de Triana, ¿qué es? Esperanza, siempre mirando arriba. Y eso tiene otra derivada: La humildad. Tú no puedes disfrutar la esperanza si no tienes un mínimo de humildad, que es la otra gran virtud. Porque cuando tú miras al cielo, sueñas algo, lo estás soñando desde tu incapacidad de ser soñador del sueño, desde la humildad de que un día se te cumpla esa ilusión. Luego, hay mucha potencia en la advocación de la esperanza, y por eso está tan presente.
Julio Cuesta, hijo predilecto de Sevilla, pregonero por fin… le falta ser rey mago.
Yo creo que, visto lo visto, y estando el escalafón como está… Tengo que ganar esa liga todavía (ríe). Pero vamos, no me lo he planteado tampoco. Me conoce mucha gente, yo he tenido pocas pretensiones. Todo lo que he hecho en mi vida lo he hecho por convencimiento, por estar integrado, por ser parte de mi gente, no he ido nunca maquinando ni especulando ante nada. Y, en ese sentido, todo me llega del cielo. Y si un día soy rey mago procuraré hacerlo lo mejor posible.