Inmaculada 2025

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Inmaculada 2025

El 8 de diciembre celebraremos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de Santa María, patrona de España y signo luminoso de la esperanza cristiana. La liturgia nos invita a elevar la mirada hacia aquella que, desde el primer instante de su existencia, fue preservada de toda mancha de pecado por los méritos de Cristo. El misterio de la Inmaculada es un hecho trascendental en la historia de la salvación, que ilumina profundamente nuestra propia identidad y vocación. Ella es la primera redimida, el modelo perfecto del discípulo, la aurora del mundo nuevo que brota del corazón de Cristo. Por eso la Iglesia contempla su belleza sin pecado para descubrir en ella la verdad de lo que estamos llamados a ser mediante la gracia bautismal.

Todo en María es obra de la gracia divina acogida con plena libertad. En ella vemos cumplidas las palabras del ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Y al contemplarla llena de gracia, comprendemos con más claridad que el amor de Dios es más fuerte que el pecado y que la muerte, y que en María Inmaculada la Iglesia encuentra el modelo de la santidad que está llamada a alcanzar. Celebrar su fiesta no es mirar al pasado, sino dejarnos interpelar hoy. La Virgen Inmaculada sigue siendo estrella que guía, consuelo en las pruebas, madre que acompaña el caminar de los creyentes.

Nuestra Archidiócesis vive esta solemnidad con particular intensidad. Sevilla canta a la Inmaculada desde hace siglos. Son incontables los jóvenes que la noche del 7 al 8 de diciembre se reúnen para honrarla, rezar juntos y poner bajo su amparo los desafíos de la vida. Este año la celebramos en un contexto especial: nos encontramos en la recta final del Año Jubilar de la Esperanza, que clausuraremos el próximo 28 de diciembre en nuestra Catedral. Han sido meses de gracia, de peregrinaciones, celebraciones, vigilias, confesiones, obras caritativas y renovado impulso evangelizador. La Virgen Inmaculada, Madre de la Esperanza, ha acompañado este camino jubilar y nos ha sostenido para que no perdamos la alegría del Evangelio.

En estos días celebramos también, con agradecimiento, el primer aniversario del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, celebrado en Sevilla en diciembre de 2024. Fue un acontecimiento que llenó de gozo nuestras comunidades y que permitió un verdadero diálogo entre culturas, tradiciones y expresiones de fe. El Congreso puso de relieve la fuerza evangelizadora de la piedad popular cuando está bien orientada. Las hermandades, con su vida espiritual, su formación, su caridad y su presencia en la sociedad, son un tesoro para la Iglesia. Agradezco de corazón todo el trabajo realizado entonces y la fecundidad que todavía hoy sigue dando fruto. Aquel encuentro internacional no fue un hecho aislado, sino un paso importante en el camino de renovación y misión que nuestras hermandades están viviendo. La formación permanente, la vivencia de los sacramentos, el compromiso caritativo y la comunión eclesial fueron algunas de las claves que se reforzaron aquellos días.

Con profunda emoción hacemos también memoria de la Procesión Extraordinaria de Clausura del Congreso, que recorrió las calles de Sevilla como expresión de fe, devoción y testimonio de Iglesia. Aquella tarde inolvidable procesionaron ocho imágenes del Señor y de la Virgen, auténticas joyas de nuestro patrimonio artístico y espiritual. Fue un momento histórico, que permitió contemplar la fe hecha belleza, oración y testimonio público. Fue una catequesis viva: nos recordó que la santidad se expresa también en la cultura, en el arte, en el pueblo que reza cantando y que encuentra en las hermandades caminos para acercarse a Dios. Fue una invitación a seguir creciendo en fe y en caridad, a vivir una piedad popular auténtica, humilde y profundamente eclesial.

En esta solemnidad de la Inmaculada, a las puertas de la clausura del Año Jubilar, os exhorto a renovar la fe y la esperanza. María, preservada del pecado, nos muestra que la gracia puede transformar la vida. Nuestro mundo, marcado por la indiferencia, la violencia y la superficialidad, necesita testigos que irradien la luz de Dios. El Año Jubilar ha querido recordarnos precisamente esto: que la Iglesia vive de Cristo y que Él es nuestra esperanza. La Inmaculada, Madre del Redentor, nos anima a acoger su Palabra, a dejarnos tocar por su misericordia y a caminar juntos como pueblo de Dios.

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

 

 

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