Homilía en la misa de envío al Jubileo de los Jóvenes

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Homilía en la misa de envío al Jubileo de los Jóvenes

Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses. Santa Misa de Envío de los Jóvenes al Jubileo de los Jóvenes. Domingo XVII del Tiempo Ordinario (C). Catedral de Sevilla, 27 de julio de 2025

  1. Saludos. Queridos sacerdotes concelebrantes, diáconos, miembros de la vida consagrada y del laicado; queridos responsables de pastoral juvenil y jóvenes que hoy sois enviados como peregrinos a Roma; queridos hermanos y hermanas presentes en esta celebración.
  2. En este domingo XVII del Tiempo Ordinario, la Providencia ha querido que coincida nuestra celebración dominical con el envío solemne de los más de 700 jóvenes de nuestra Iglesia diocesana que partirán rumbo a la ciudad eterna para participar en el Jubileo ordinario de la Iglesia convocado por el Papa Francisco bajo el lema Peregrinos de esperanza. Quiero comenzar esta homilía resaltando, en nombre de la Iglesia de Sevilla, la alegría y la emoción que sentimos por este acontecimiento eclesial. Es un signo elocuente de vitalidad, de fe, de valentía, de esperanza.
  3. Permitidme recordar algo fundamental: no vamos de vacaciones, no vamos de turismo, no se trata de una actividad veraniega más. ¡Somos peregrinos! Esta perspectiva lo ilumina todo, porque ser peregrinos significa que emprendemos un camino con un destino sagrado, movidos por la fe y con el corazón dispuesto a la conversión. En estos tiempos en que todo se convierte en espectáculo, en consumo, en práctica efímera, nosotros, como Iglesia, somos invitados a vivir algo profundamente distinto: una experiencia espiritual, eclesial, transformadora.
  4. Peregrinar no es simplemente desplazarse, es dejarse mover por Dios, permitir que Él conduzca los pasos, que transforme el corazón. Peregrinar implica desinstalarse, salir de uno mismo, dejar atrás seguridades, rutinas, planes y comodidades; significa caminar ligeros de equipaje, como dice el Evangelio; y significa, sobre todo, abrir el alma al encuentro con Cristo, a la fraternidad con los demás, a las sorpresas del camino. Peregrinar es tarea de personas valientes e intrépidas. Pues eso sois vosotros: valientes y decididos, dispuestos a dejaros encontrar por Dios en medio del calor, del cansancio, de la convivencia, del compartir, de la alegría, del silencio y de la oración.
  5. En segundo lugar, os invito a tomar conciencia del don inmenso que es vivir un Año Jubilar y ganar la gracia del Jubileo. No es una práctica piadosa más, ni una tradición antigua que se repite cíclicamente. Es una corriente de gracia que atraviesa la historia de la Iglesia desde hace siglos, que renueva la vida cristiana, que reaviva el fervor apostólico, que fortalece la comunión eclesial, que renueva el mundo. El Jubileo es una manifestación concreta de la misericordia de Dios. Es como una primavera del alma, una Pascua para el corazón, una renovación integral de la vida cristiana. Quien se confiesa con sinceridad, comulga con fe y reza por las intenciones del Santo Padre, recibe la indulgencia plenaria: el perdón total de sus pecados y de las penas temporales que estos merecen. Es como un nuevo bautismo que purifica y fortalece.
  6. El Jubileo es don y misión. Lo ganaremos, sí, pero no solo para nosotros. Lo ganaremos para llevar esperanza al mundo; lo ganaremos para volver a Sevilla como testigos; lo ganaremos para ser luz en medio de la oscuridad. La Iglesia ha sido enviada para anunciar y testimoniar, para hacer presente y extender el misterio de salvación que la constituye. Ese es también vuestro envío. Por eso partís desde la Catedral, madre de todas las iglesias de la Archidiócesis, lugar donde se manifiesta la unidad visible de nuestra Iglesia local en torno a su pastor. Desde aquí sois enviados como discípulos misioneros. Con la alegría del Evangelio, con la fuerza del Espíritu, con la firmeza de la fe.
  7. Las lecturas de la Palabra de Dios que hemos escuchado iluminan el sentido de nuestra peregrinación. En el Evangelio de San Lucas (cf. Lc 11,1-13), Jesús enseña a sus discípulos a orar, y les ofrece el Padrenuestro. Ese será nuestro alimento en Roma. Oraremos mucho, y lo haremos con fe; y también el Señor nos exhorta a perseverar en la oración, a no desanimarnos: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Este camino no será fácil. Como toda peregrinación, tendrá sus dificultades: el calor, el cansancio, las tensiones, los retrasos, los imprevistos. También habrá pruebas interiores: momentos de desánimo, tentaciones de superficialidad, heridas personales. Pero es precisamente ahí donde el Jubileo se hace más fecundo, porque en la debilidad es donde se manifiesta la gracia, y en la dificultad es donde se forja la comunión.
  8. Permitidme deciros algo con claridad: no temáis los momentos difíciles, no huyáis de las incomodidades, no os refugiéis en las redes ni en la dispersión. Dejad que el Señor os toque en lo más hondo. Abrid las puertas del corazón, como decía San Juan Pablo II: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!”. Como el amigo insistente del Evangelio, sed constantes en la oración; sed audaces en la súplica; no os contentéis con contemplar y fotografiar monumentos. Id a las basílicas a adorar, caminad con espíritu de fe, rezad unos por otros. No estáis solos, porque peregrinamos en comunidad, en familia, en Iglesia.
  9. Queridos jóvenes: para ganar el Jubileo no basta con llegar a Roma. Es necesario ir con el corazón abierto, con espíritu de conversión. El Jubileo no es un privilegio para los buenos, sino una oportunidad para todos. El Papa Francisco nos ha recordado muchas veces que “la Iglesia no es un refugio para los perfectos, sino un hospital de campaña para los heridos”. Vamos como somos, también con nuestras heridas, con nuestra historia, con nuestras dudas e interrogantes, con nuestros talentos y virtudes. Dios nos espera. La conversión no es solo un cambio de comportamiento, es sobre todo un cambio de dirección; es volver a Dios, ponerlo en el centro de la vida, abrirse al perdón, dejar atrás el pecado; es reconciliarse con uno mismo y con los demás.
  10. El camino de conversión no está reñido con la alegría, al contrario, conduce a ella. Porque solo en Cristo encontramos la plenitud del sentido, la verdad de nosotros mismos, la paz que tanto anhela nuestro corazón. En ese camino, la unidad es esencial, la comunión y amistad entre todos. El demonio siembra la división. El Espíritu Santo, en cambio, construye comunión. Durante la peregrinación, vivíamos la fraternidad, respetemos siempre al otro, ayudémonos, seamos pacientes, seamos humildes. No nos encerréis en nuestros pequeños grupos; seamos una sola Iglesia, una sola familia, un solo corazón.
  11. Roma nos espera. Nos esperan las basílicas, las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo, la historia viva de la fe cristiana, la universalidad de la Iglesia, el Santo Padre León. Pero sobre todo nos espera una experiencia profunda de fe, un encuentro con Cristo. Vayamos al sepulcro de Pedro como hijos de la Iglesia; reavivemos allí nuestra fe, renovemos nuestro amor por el Papa, recemos por él; renovemos nuestro “sí” al Señor; ofrezcamos nuestro corazón. Nuestra peregrinación será una gracia para la Archidiócesis entera. Habrá muchos jóvenes que no podrán ir, pero estarán presentes con nosotros en la oración. Y, al volver, volvamos como misioneros, como discípulos transformados, como apóstoles, como testigos de Cristo, como testigos de esperanza. Mostrando que Cristo está vivo, que vale la pena seguirlo, que la fe es nuestra fuerza, que la Iglesia es nuestro hogar, que el mundo es nuestro campo de acción evangelizadora.
  12. María santísima, peregrina en la fe, nos acompaña. Que Ella nos proteja y nos guíe. Caminemos de su mano, oremos con Ella. En la Visitación a su prima Isabel, María se pone en camino. También nosotros peregrinaremos con alegría, con fe, con la certeza de que el Señor camina a nuestro lado. ¡Buen camino, queridos peregrinos! ¡Ultreia et suseia! (más allá, más alto) Así sea.

 

 

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