Homilía del Arzobispo de Sevilla en la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor

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Homilía del Arzobispo de Sevilla en la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor

Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses en la Catedral de Santa María de la Sede, Sevilla. 24 de diciembre de 2024. Lecturas: Is. 9, 1-3. 5-6; Salmo 95, 11-3.11-13; Tit. 2, 11-14; Lc 2, 1-14.

  1. “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo” (Is 9, 1-2). Queridos sacerdotes concelebrantes, diáconos, miembros de la vida consagrada, hermanas y hermanos que participáis en esta celebración; también los que participáis a través del canal youtube de la Catedral. La primera lectura que hemos escuchado, tomada del Profeta Isaías, nos habla de una luz que brilló al pueblo de Israel y de alegría en la presencia del Señor.
  2. Esta luz se precisa más detalladamente en el evangelio de San Lucas refiriéndose a los pastores de Belén: “La gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor» (Lc 2, 9), escribe el evangelista. A través de esta luz se reveló el misterio inescrutable ante los pastores de Belén, y se volvió accesible para ellos. Siguieron las indicaciones del Ángel y encontraron «un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (Lc 2, 12); “al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores” Lc 2, 17-18). En lo visible reconocieron lo invisible. Ellos se convirtieron en los primeros testigos del misterio.
  3. De este primer testimonio procede una invitación al mundo, la invitación a la adoración del misterio de Dios, que se hizo hombre. El Verbo se hizo carne. En esta noche toda la Iglesia hace suya la invitación que proviene de Belén. Toda la Iglesia se une a María y José, se une a los pastores: “Venid y adoremos”. La luz que los iluminaba es «la gloria del Señor», y este Dios, que yace en el pesebre como un niño, también habita en esa luz. No es extraño que a lo largo de la historia, muchas personas se hayan formulado una pregunta: ¿Por qué Dios se hace hombre?”. La respuesta es clara: Para salvarnos.
  4. En la pobreza del pesebre de Belén comienza la revelación de que la omnipotencia de Dios es, sobre todo, Amor; amor que es la verdad definitiva de la esencia de Dios, omnipotencia en forma de Niño. El nacimiento del Señor es la luz que da un nuevo significado a todas las cosas, y, sobre todo, da sentido a la vida del hombre. La noche de Belén es la noche de la luz, del significado de la vida, del nuevo sentido de la humanidad y el sentido de todas las cosas, de la revelación de la Verdad, del Bien, de la Belleza, que permanecen en Cristo y que, sobre todo, son Cristo mismo, tal y como expresa el Evangelio san Juan en su prólogo.
  5. La salvación se revela a los hombres y a los pueblos, pero, sobre todo, se revela a aquellos hombres y mujeres que se dejan iluminar por la fe y descubren la fuerza del Misterio de Dios bajo el velo de la pobreza y la fragilidad del Niño de Belén. La gracia salvadora de la Navidad se extiende también por todos los caminos que Jesús recorrió. Él, que es el Santo de Dios, resplandor de la gloria del Padre e impronta de su mismo ser, pasó por los caminos de nuestro mundo haciendo el bien, compartiendo nuestros sufrimientos y sanando nuestras heridas.
  6. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. “Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque” (Sal 95, 11-12). El anuncio de su nacimiento traerá a todo el pueblo una gran alegría. Es el anuncio de la paz, el anuncio de la reconciliación con Dios que establece la eterna Alianza con los hombres. Es el anuncio de la vida eterna con Dios. El anuncio de esta Buena Noticia trae al mundo una noticia inesperada y extraordinaria: Dios ama tanto al mundo que le ha dado su Hijo. Dios se hace hombre para elevar a los hombres a la dignidad de hijos de Dios.
  7. La misión de la Iglesia es la de prolongar esta presencia de Dios en medio de nosotros. La Iglesia es mediadora y mensajera de esta Buena Noticia. Por eso, en estas fiestas de Navidad felicitamos, en primer lugar, a todos los que son miembros y parte integrante de la Iglesia de Jesucristo: los presbíteros y los diáconos, los miembros de la vida consagrada, los laicos y laicas que se entregan a la misión de la Iglesia, a todos los hombres y mujeres de fe que son mensajeros de la Buena Noticia de Jesús por los caminos del mundo. Pedimos a Dios que estos mensajeros sigan llevando el anuncio alegre de la salvación, que tengan el corazón joven y amplitud de mirada, que tengan el coraje de los grandes evangelizadores que nos han precedido en nuestra tierra.
  8. Jesús vino al mundo bajo el signo de la pobreza del portal de Belén, y por eso, en el Misterio de la Navidad, tienen su lugar los pobres, los que pasan hambre, los marginados, los enfermos, los desheredados, los refugiados, las víctimas de los odios y de las guerras. En ese día santo, recordemos a tantos hermanos que siguen golpeados cruelmente por la guerra en Rusia y Ucrania, en Oriente Próximo, en diferentes lugares de África o América. Cómo no conmocionarnos al pensar en los que lloran porque han perdido a sus seres queridos, o los que velan angustiados junto a los enfermos y heridos en los hospitales, o luchan con el frío y la intemperie, o están privados de un techo bajo el que buscar refugio, o han sufrido los efectos de los desastres naturales. Ojalá seamos capaces de hacerles llegar nuestra comprensión y solidaridad para que no pierdan la esperanza.
  9. La pedagogía de Dios en la Navidad es la pobreza y la sencillez del portal de Belén. Por eso la Iglesia debe ponerse del lado de los sencillos, de los humildes, de los pobres, de los necesitados. En esta Navidad, procuremos sembrar luz, humildad, sencillez, paz; estemos cercanos de los demás, de todos los que necesitan una mano solidaria; seamos creativos para unir fuerzas y multiplicar iniciativas para ser portadores de consuelo y esperanza en el desierto del mundo. Que esta invitación resuene hoy en nuestros corazones y suscite respuestas generosas por parte de todos. Que cada uno sepa ver al Niño de Belén en nuestros hermanos pobres, en todos aquellos que necesitan de nuestra ayuda.
  10. Hemos de descubrir en la humildad del Niño que nace en Belén al hermano de todos, al defensor de los pobres, al amigo de los pequeños, al compañero de los sufrientes, al Redentor de los pecadores. En una palabra, hemos de descubrir en Cristo a nuestro Salvador. Él nos habla también desde su pesebre, con su acento inconfundible, suave y penetrante, y nos dice: el Señor me ha enviado a traer la Buena Noticia a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad ya los ciegos la luz, a liberar a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). Él nos indica el camino de la verdadera felicidad: la pobreza de espíritu, la confianza en Dios, la fraternidad. Abramos a Él nuestro corazón. ¡Santa y Feliz Navidad!

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