Homilía de Monseñor Saiz en la Misa exequial en sufragio del cardenal Carlos Amigo Vallejo

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Homilía de Monseñor Saiz en la Misa exequial en sufragio del cardenal Carlos Amigo Vallejo

Misa exequial en sufragio de don Carlos Amigo Vallejo, Cardenal Arzobispo emérito de Sevilla

Catedral de Sevilla, 30 de abril de 2022

Lecturas: Hechos 10, 34-43; Salm 22; Rom 8, 31b-35,37-39; Mt 5, 1-12.

“¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? En todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado” (Rom 8, 35.37). Estas palabras de san Pablo expresan la esperanza cristiana y la confianza en el amor que Dios nos tiene. Este es el fundamento de nuestra seguridad, porque si Dios está con nosotros y nos ama hasta el extremo de entregarnos a su propio Hijo, nadie podrá condenarnos.

Nos encontramos reunidos en nuestra Santa Iglesia Catedral con esperanza y agradecimiento para orar por su descanso eterno. La celebración eucarística y la liturgia del tiempo pascual nos reafirman en la certeza de que Jesucristo, el Señor, con su sacrificio redentor ha vencido a la muerte y por su resurrección nos abre las puertas de la vida inmortal.

El amor de Dios se ha manifestado en el amor de Cristo, que se ha entregado por la salvación de todos. Este amor es la fuerza que nos libera del pecado y de la muerte. El apóstol Pablo es muy consciente de que el cristiano está sometido a muchos peligros y asechanzas: la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, la espada, pero de todo ello sale victorioso con la ayuda de aquel que nos ha amado. Aquí habla por experiencia y desde la vivencia de una esperanza que se abre camino sin que nada ni nadie la pueda detener. Pablo se siente seguro en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo Jesús. Ninguna realidad creada puede separarnos de la omnipotencia del amor de Dios.

Don Carlos también experimentaba este amor de Cristo capaz de llevarle a dejarlo todo por seguir su llamada, capaz serenar el corazón en cualquier situación, y, sobre todo, ante la perspectiva del final de la vida en este mundo. Nació en Medina de Rioseco, provincia de Valladolid, el 23 de agosto de 1934. Inició sus estudios de Medicina en Valladolid, pero pronto los abandona para ingresar en el noviciado de la Orden de Hermanos Menores franciscanos. Posteriormente recibe la ordenación sacerdotal, el 17 de julio de 1960. En 1970 es nombrado Provincial de la Provincia Franciscana de Santiago.

El 17 de diciembre de 1973 es nombrado arzobispo de Tánger, en Marruecos. El 22 de mayo de 1982 recibe el nombramiento de arzobispo de Sevilla. Desde el 5 de noviembre de 2009, era arzobispo emérito de Sevilla. En la curia romana fue miembro del Pontificio Consejo para la Salud. En la Conferencia Episcopal Española ha sido miembro del Comité Ejecutivo y presidente de diferentes Comisiones Episcopales. El 28 de septiembre de 2003 fue creado cardenal.

El amor de Cristo ha ido transformando su vida para llegar a la madurez cristiana a través de una peregrinación de fe que se inició en el Bautismo y que vivió también por la configuración con Jesucristo Buen Pastor, en el seno de la Iglesia. Don Carlos lo ha vivido así, con fidelidad. Ha servido a la Archidiócesis de Sevilla durante casi 28 años. Desde la unión con Cristo, siguiendo el ejemplo de su Maestro, “pasó haciendo el bien” con su palabra, con sus gestos, con su vida entera, con el espíritu de las Bienaventuranzas: pobreza de espíritu, mansedumbre, sobrellevar el sufrimiento, hambre y sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, construcción de la paz, persecución por ser fieles a Dios. Somos testigos de las muchas cualidades que el Señor le concedió, como también de su preparación y capacidad de trabajo, pero más aún somos testigos de su entrega sin límites. Desde la libertad de espíritu y, a la vez, desde la fidelidad al Señor y a la Iglesia, desarrolló su ministerio episcopal con gran intensidad y amplitud. Inteligencia, cultura, pedagogía, capacidad, entrega, formación, oración, y una actitud profunda de acogida.

Era un hombre espiritual y a la vez muy cercano, muy humano, muy misericordioso. Sabía escuchar, sabía esperar, sabía acompañar a las personas, a los grupos y a las instituciones. Fiel hijo de san Francisco de Asís, alegre, sencillo, entrañable. Un hombre que buscaba la unidad, la concordia, que tendía puentes, que fomentaba el diálogo interreligioso, ecuménico, intraeclesial, y también en el seno de la sociedad; que tenía una palabra amable y una sonrisa a punto para todas las personas con las que se encontraba, de cualquier edad y condición.

Era acogedor con todos, acompañaba y dinamizaba todas las iniciativas nobles; impulsó muchos proyectos pastorales y sociales en todo el territorio diocesano. De ahí los reconocimientos recibidos, como el de Hijo Predilecto de Andalucía o Hijo Adoptivo de la Provincia de Sevilla, y de varias localidades de la Archidiócesis. Podemos decir que a lo largo de estos 28 años de ministerio episcopal ha entrado en todos los ámbitos y estructuras, en todas las familias, en todos los corazones. En Sevilla cuidó y atendió las parroquias, acompañó la vida consagrada, activa y contemplativa, potenció los movimientos y realidades eclesiales, se entregó con generosidad a las hermandades.

La suya ha sido una vida entregada hasta el final. Como el grano de trigo, que si cae en tierra y muere da mucho fruto, del mismo modo sucede en nuestra vida, porque nuestra vida solo tiene sentido desde la donación, desde la entrega, desde el gastarla y desgastarla hasta morir y dar un fruto abundante. No tiene sentido reservarnos, cuidarnos, para poder vivir muchos años. No se trata de añadir años a nuestra vida, sino vida a nuestros años. Vivir la vida intensamente, desde el amor, desde la donación de uno mismo. Y vivir los años que Dios quiera, sin intentar acortarlos ni alargarlos por nuestra parte. Así ha vivido don Carlos, con una entrega generosa hasta el final, respondiendo con generosidad y alegría a las peticiones de servicios pastorales que se le solicitaban. En los últimos tiempos ha ido insistiendo de modo significativo en lo más esencial, repitiendo que todo lo debemos hacer para gloria de Dios, que debemos trabajar por Cristo Nuestro Señor, que nos hemos de volcar con los más frágiles, con los más vulnerables, que debemos dedicar más tiempo al silencio y la oración; en los últimos tiempos repetía que “Dios siempre llega puntual”.

Desde que llegué a Sevilla he mantenido con él un contacto regular y muy cordial, pudiendo constatar que mantenía viva la ilusión, la alegría, la esperanza, y, sobre todo, el celo pastoral. La rotura de cadera el 22 de febrero y los contratiempos posteriores no mermaron su fortaleza de ánimo ni su amabilidad y alegría. En el Hospital Universitario de Guadalajara son testigos de su entereza y buen humor aún en las circunstancias más dolorosas. El pasado miércoles compartí un largo rato con él, con el hermano Pablo y el hermano Luis Miguel; pudimos charlar sin prisas, y rezar juntos. Hablamos de Nuestro Señor y del encuentro definitivo con Él, también de María Santísima, y de san Francisco de Asís. Él escuchaba atentamente y asentía. Al cabo de unos momentos nos dejó, con gran paz y serenidad.

Con esta celebración encomendamos a nuestro hermano, cardenal Carlos, al Señor. Ofrecemos por él la Eucaristía. La Eucaristía, que él celebró a lo largo de 62 años. Que desde la casa del Padre interceda por nosotros para que como familia diocesana caminemos sin miedo, por caminos seguros, por años sin término, siempre por amor del Señor. Que la Virgen de los Reyes y san Francisco de Asís lo acojan en sus brazos y lo introduzcan en la morada eterna que el Señor prepara para sus siervos fieles. Descanse en paz.

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

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