Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en el Jubileo de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla

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Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en el Jubileo de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla

Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en el Jubileo de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla.

Catedral de Sevilla. 23 de Septiembre de 2025

Hoy nos congregamos en esta Santa Iglesia Catedral para celebrar con gozo el Jubileo de vuestra querida Hermandad. Lo hacemos el 23 de septiembre de 2025, en el marco del Año Jubilar de la Esperanza, reconociendo que todo es gracia, que todo es don, que lo que habéis recibido de Dios a lo largo de los siglos lo habéis compartido generosamente en servicio y amor a los pobres, enfermos y necesitados. Este día nos invita a dar gracias al Señor por vuestra historia fecunda, a contemplar el testimonio de vuestros mayores, a renovar el compromiso presente y a proyectar el futuro con esperanza. El Jubileo es tiempo de gracia y de conversión: es volver al corazón del Evangelio, para vivirlo con alegría y con radicalidad.

Las lecturas que hemos escuchado nos ofrecen la clave para comprender este momento. San Pablo nos ha recordado que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rom 5,5). No es un amor abstracto, ni una teoría, sino un amor concreto, visible, que se manifestó en la cruz: Cristo murió por nosotros para reconciliarnos con Dios y darnos vida nueva. Es un amor que se ofrece sin medida, un amor gratuito, salvador. Con el salmista hemos proclamado: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades”. Es un canto de confianza y de alabanza. La Hermandad de la Santa Caridad es un eco de este salmo: ha cantado las misericordias de Dios a través del tiempo con obras concretas, y ha hecho visible su fidelidad a lo largo de generaciones de hermanos.

El Evangelio de San Lucas nos ha situado en la sinagoga de Nazaret. Jesús lee al profeta Isaías y proclama: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Y después afirma: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,16‑21). Esta es la misión de Cristo, y es también la misión de la Iglesia: anunciar, liberar, sanar, consolar. Es la misión que vuestra Hermandad ha hecho vida en Sevilla durante casi cinco siglos.

Vuestra Hermandad nació en el siglo XVI en torno a un hospital que acogía a los enfermos pobres y a los moribundos, y a una iglesia que se fue enriqueciendo de fe y de arte. Desde los orígenes, vuestra misión fue clara: asistir a los más pobres, enterrar a los que no tenían quien los enterrara, socorrer a los ajusticiados y a los náufragos, dar consuelo a los enfermos y a los ancianos abandonados. El ingreso de don Miguel Mañara en 1662 supuso un impulso decisivo. Su conversión, fruto de la gracia de Dios, le llevó a poner su vida y sus bienes al servicio de la Caridad. Como Hermano Mayor, impulsó obras de gran envergadura: la construcción de la iglesia y el hospital tal como hoy los conocemos, la organización de un servicio estable para los pobres y enfermos, la promoción de una espiritualidad centrada en la caridad operante. Bajo su impulso, la Hermandad se convirtió en un faro de misericordia en Sevilla.

La iglesia de la Santa Caridad es un verdadero catecismo en piedra, pintura y madera. Murillo, Valdés Leal, Pedro Roldán y otros artistas dejaron allí un mensaje profundo. Los jeroglíficos de Valdés Leal recuerdan la fugacidad de la vida y la certeza de la muerte; las obras de Murillo muestran el rostro luminoso de la caridad; el retablo mayor con el Entierro de Cristo invita a contemplar el amor que se entrega hasta el final. Todo el conjunto proclama que la caridad es camino de salvación, y que sólo quien ama de verdad encuentra sentido a la vida y esperanza más allá de la muerte. Esta herencia es un tesoro, pero no sólo un tesoro del pasado. Es un patrimonio vivo, que interpela a cada uno de vosotros hoy. Sois herederos de un carisma, de una misión, de un estilo de vida que pide ser actualizado en el presente.

San Pablo nos ha recordado que Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores. El amor de Dios no espera a que seamos perfectos, se nos da gratuitamente, y se constituye en fuente de esperanza. Vosotros lo experimentáis cada vez que servís a un enfermo, cada vez que acompañáis a un moribundo, cada vez que socorréis a un pobre: descubrís que es Cristo mismo quien se os da, que en ellos palpita el rostro del Señor. La caridad no es un adorno, es la esencia de la vida cristiana. Jesús se presenta como el ungido por el Espíritu. Su programa es claro: anunciar, liberar, sanar, proclamar un año de gracia. En vuestra Hermandad este texto se hace carne. Habéis anunciado buenas noticias a los pobres con vuestras obras; habéis dado libertad a tantos oprimidos por la soledad, la enfermedad, el abandono; sois signo de un año de gracia cada vez que abrís las puertas de vuestra casa a quien no tiene hogar. Este Evangelio de hoy es vuestro espejo.

Celebrar un Jubileo es hacer memoria agradecida, pero también discernir el presente y abrirse al futuro. Hoy nos enfrentamos a nuevas pobrezas. Quizás no se trata ya tanto de recoger cadáveres en la orilla del Guadalquivir, pero sí de acoger a tantos hombres y mujeres que mueren de soledad en medio de la multitud; de acompañar a ancianos que no tienen familia cercana; de dar esperanza a jóvenes que se sienten sin futuro; de integrar a los migrantes que llaman a nuestras puertas; de anunciar la vida en una cultura marcada por la indiferencia y la muerte. La caridad hoy exige creatividad. Vuestra Hermandad está llamada a ser fiel a su tradición, pero también a innovar. La fidelidad no es repetir lo mismo rutinariamente, sino mantener el espíritu, adaptando las formas. Que vuestra iglesia y vuestro hospital sigan siendo signo de misericordia, pero que también vuestra acción pastoral y social responda a los desafíos de este tiempo.

La caridad nace de la fe, por eso, cada hermano debe alimentar su vida espiritual: con la Eucaristía, con la oración, con la escucha de la Palabra. Sólo así vuestra acción tendrá alma. Una Hermandad es ante todo una comunidad de hermanos. La unidad es un testimonio precioso. Que no os dividan las diferencias humanas, que no se enfríe el amor fraterno. La caridad comienza en casa: en cómo nos tratamos, en cómo nos respetamos, en cómo nos ayudamos mutuamente. Mirad a vuestro alrededor con ojos atentos. ¿Dónde clama hoy la pobreza en Sevilla? Quizás en barrios olvidados, quizás en las cárceles, quizás en las familias rotas, quizás en la juventud sin horizonte. Escuchad ese clamor y responded con obras.

El Jubileo es un tiempo de gracia, no de tristeza. La caridad no se vive con cara amarga, sino con gozo. Mostrad a Sevilla que servir a los pobres es fuente de felicidad, que la misericordia no es un peso, sino un regalo. Es momento para reconciliarse con Dios, con los hermanos, con uno mismo. Es tiempo de perdón y de esperanza. Que este Jubileo os renueve en vuestra identidad, os haga más fieles a vuestro carisma, os impulse a nuevas obras de caridad. Pidamos la intercesión de la María santísima, Madre de la Misericordia, para que os acompañe en este camino. Pidamos también a don Miguel Mañara, cuyo ejemplo sigue vivo, que os inspire a vivir la caridad con radicalidad evangélica. Y que el Señor os conceda seguir siendo, en esta ciudad, un signo vivo del amor que no pasa. Así sea.

 

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