Homilía de Monseñor José Ángel Saiz con ocasión del Milenario de la fundación del Monasterio de Montserrat y los 425 años de la Hermandad de Montserrat de Sevilla. Montserrat, 13 de diciembre de 2025
Benvolguts P. Abat i comunitat benedictina de Santa Maria de Montserrat; preveres concelebrants, distingides autoritats presents; estimats pelegrins vinguts d’arreu de Catalunya, de Sevilla i de diferents indrets; germans i germanes en el Senyor.
Hoy la Providencia nos concede vivir un acontecimiento de profunda hondura espiritual y eclesial: nos unimos a las celebraciones del Milenario de la fundación del monasterio de Montserrat por el abad Oliba, abad de Ripoll i de Cuixà i obispo Vic, que concluyeron el pasado día ocho, y, al mismo tiempo, iniciamos las celebraciones del 425 aniversario de la fundación de la Hermandad de Nuestra Señora de Montserrat de Sevilla. Damos gracias a Dios por tantos siglos de fe, de oración y de presencia materna de Santa María en esta montaña santa, y por tantos siglos de devoción mariana en Sevilla, plasmada en la historia y en la vida de esta Hermandad que hoy peregrina hasta la Moreneta para postrarse a sus pies.
La Virgen de Montserrat ha unido, de manera providencial, a Cataluña y a Sevilla, a monjes y a cofrades, a peregrinos catalanes y andaluces. Hoy, ante la Señora, la Iglesia se manifiesta en su catolicidad, en su unidad y en la riqueza de su diversidad. Y lo hace en la liturgia, que es siempre el lugar donde el pueblo de Dios aprende a vivir, a orar y a caminar siguiendo a Jesucristo.
La primera lectura nos ha introducido en el misterio de la Sabiduría eterna, que desde el principio acompañaba los planes de Dios. La tradición cristiana ha visto en este texto una referencia a la Sabiduría encarnada en Cristo y, en conexión con Él, a la Virgen María, que fue concebida como parte esencial de su designio de salvación. «El Señor me poseía al principio de sus caminos, antes de sus obras más antiguas» (Pr 8,22). Esa Sabiduría que estaba junto a Dios «como arquitecto» (Pr 8,30) tiene su reflejo más puro en María, en la que Dios encuentra la cooperación perfecta para la Encarnación.
San Ireneo afirmó que “la gloria de Dios es el ser humano plenamente vivo, y la vida del hombre consiste en ver a Dios” (Adversus Haereses, IV,20,7). María es plenamente viva porque se dejó modelar por la Sabiduría divina, y en ella la humanidad ha visto y ha palpado la cercanía y la ternura de Dios. Por eso, en Montserrat el pueblo cristiano busca esa Sabiduría divina que brota del Evangelio y se hace concreta en la figura de María. Durante mil años, los monjes benedictinos han custodiado aquí un lugar donde la Palabra se escucha, se medita y se celebra; un lugar donde la Madre conduce siempre hacia su Hijo. Quiera Dios que esta peregrinación renueve en todos nosotros la apertura del corazón a la Sabiduría que salva.
El salmo responsorial es un canto de alegría: «Todos mis manantiales están en ti» (Sal 86,7). Este versículo nos recuerda que toda gracia viene de Cristo, pero por voluntad del mismo Dios brota para nosotros a través de la mediación materna de María. ¡Qué bello contemplar cómo, desde hace siglos, este Monasterio ha sido un auténtico “manantial espiritual” para Cataluña, para España y para tantos pueblos! Por sus muros han pasado generaciones de creyentes en busca de luz, consuelo, discernimiento y paz. La oración coral de la comunidad benedictina ha sostenido la fe del pueblo; la música ha elevado el espíritu; la caridad fraterna ha recordado al mundo que la vida según el Evangelio es posible. Aquí el alma es atraída hacia Dios por la belleza de la liturgia, la furza de la oración y la presencia maternal de la Virgen.
San Pablo nos ha situado en el centro del misterio cristiano: hemos sido creados para ser hijos de Dios y llamados a vivir “para alabanza de su gloria” (Ef 1,6). La devoción mariana no es un añadido sentimental a la fe, sino una dimensión profundamente teológica: María es la imagen perfecta del hijo que vive para la gloria de Dios. Ella nos enseña a acoger la elección divina con humildad y alegría. Nos muestra que la verdadera grandeza está en la disponibilidad y en el servicio, y que el corazón humano se realiza plenamente cuando se convierte en morada de Dios. Hoy damos gracias por la Hermandad de Nuestra Señora de Montserrat de Sevilla, que celebra 425 años de historia. Durante más de cuatro siglos ha sido una escuela de vida cristiana, de caridad y de fraternidad; un lugar donde hombres y mujeres han aprendido a vivir como hijos de Dios, en comunión con toda la Iglesia.
El Evangelio nos presenta el relato de la Visitación, un pasaje que es clave para la espiritualidad mariana y para la vida de la Iglesia. «María se levantó y se puso en camino aprisa» (Lc 1,39). María entra en la historia como mujer que camina hacia los demás, como portadora de la alegría y de la presencia de Cristo. Hay una profunda sintonía entre este Evangelio y la peregrinación que estamos realizando desde Sevilla. Peregrinar es levantarse, ponerse en camino, buscar al Señor, andar juntos, aprender a vivir en fraternidad, entrar en la casa del otro con humildad y gratitud. Es revivir la actitud de María, que va a servir, a alegrar, a acompañar. Hoy, ante la Moreneta, escuchamos también la exhortación que María pronuncia en Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Ese es el núcleo de la devoción mariana, el camino seguro para toda Hermandad, para todo monje, para todo cristiano.
Celebrar el Milenario del Monasterio significa reconocer la fidelidad de Dios a su pueblo y la fidelidad del pueblo a Dios. Estos mil años han visto guerras, epidemias, crisis políticas, dificultades sociales y eclesiales. Pero el Monasterio ha permanecido como un faro de fe que ilumina desde la montaña; como una atalaya espiritual desde donde la Iglesia recuerda que Dios es el centro, que la oración sostiene el mundo y que la belleza eleva el alma. En el año del Milenario, la presencia de una Hermandad sevillana aquí no es algo meramente anecdótico. Es un signo precioso: en Montserrat se custodia la memoria viva de María; en Sevilla, esta Hermandad lleva más de cuatro siglos anunciando su amor. Los siglos se abrazan hoy en esta Eucaristía, y con ellos se abrazan Cataluña y Andalucía, monjes y cofrades, tradición y renovación.
La Hermandad de Montserrat es parte esencial de la historia espiritual de la Archidiócesis de Sevilla. A lo largo de sus 425 años ha sido testigo de fe, de cultura y de caridad. Ha sabido unir la elegancia de su estética con la profundidad de su mensaje. Ha mantenido su devoción a la Virgen de Montserrat como un tesoro, y hoy la trae a su origen, a la montaña santa, en un gesto de amor filial. La piedad popular es una forma legítima de vivir la fe y un modo de evangelizar que debemos cuidar. La Hermandad de Montserrat encarna de manera ejemplar esta afirmación: evangeliza a través de la belleza, de la tradición, de la caridad y del testimonio visible en la ciudad.
Queridos hermanos: Hoy damos gracias a Dios por mil años de vida monástica en Montserrat y por más de cuatro siglos de esta hermandad en Sevilla. Gracias a los monjes por su hospitalidad, su oración y su fiel servicio al Evangelio; gracias a los peregrinos sevillanos, que con amor filial han subido hasta esta santa montaña; gracias a los cofrades catalanes que hoy nos acompañan; gracias a todos los presentes. A los hermanos de la Hermandad de Montserrat, os exhorto: Conservad siempre la fe, vivid la caridad fraterna, sed hombres y mujeres de oración, cuidad la belleza que evangeliza, y mantened la mirada fija en María, que os guía hacia Cristo. Y pidamos a la Virgen, Mare de Déu de Montserrat, que nos mantenga unidos en la fe, que fortalezca la comunión entre nuestras Iglesias particulares, y que nos haga testigos alegres del Evangelio en el mundo.
Oración final
Santa María de Montserrat,
Mare de Déu i Senyora nostra,
que durant mil anys heu vetllat aquesta Muntanya Santa,
mireu avui els vostres fills de Sevilla i de Catalunya.
Feu-nos humils, disponibles, servicials.
Porteu-nos sempre a Jesús,
i que la nostra vida sigui un Magníficat.
Amén.
Santa María de Montserrat,
Madre de Dios y Señora nuestra,
que durante mil años has velado esta Montaña Santa,
mira hoy a tus hijos de Sevilla y Cataluña.
Haznos humildes, disponibles, serviciales.
Llévanos siempre a Jesús,
y que nuestra vida sea un Magníficat continuo.
Amén.
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