Homilía de la Eucaristía y bendición de la nueva imagen de Nuestra Señora del Rocío en el Hospital Virgen del Rocío. Parroquia del Corpus Christi de Sevilla (07-11-2025)

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Homilía de la Eucaristía y bendición de la nueva imagen de Nuestra Señora del Rocío en el Hospital Virgen del Rocío. Parroquia del Corpus Christi de Sevilla (07-11-2025)

Queridos hermanos y hermanas en el Señor: Nos reúnen esta tarde la fe, la gratitud y la esperanza. La fe que nos sostiene en medio del misterio del dolor; la gratitud hacia aquellos que, en los días más oscuros de la pandemia, ofrecieron su vida en el servicio a los enfermos; y la esperanza que nos viene de Cristo resucitado y que brilla hoy bajo la mirada maternal de la Santísima Virgen del Rocío, Salud de los Enfermos. Saludo cordialmente a los capellanes del hospital; al párroco y a los sacerdotes concelebrantes; a las distinguidas autoridades políticas y militares que nos acompañan; al presidente del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Sevilla y a la gerente del hospital; a los presidentes de la Hermandad Matriz de Almonte y de las Hermandades del Rocío de Sevilla; a todos los hermanos y hermanas presentes: Hoy recordamos y damos gracias a quienes sirvieron hasta dar la vida, y ponemos en las manos de María a todos los que hoy continúan sirviendo y danto la vida en nuestros hospitales y centros sanitarios.

La primera lectura que hemos escuchado nos presentaba la figura del Siervo doliente: “Él soportó nuestros sufrimientos, cargó con nuestros dolores… por sus heridas hemos sido curados” (Is 53,4-5). Palabras que se cumplen en Cristo, el Médico divino, que se hizo solidario con el dolor humano y lo redimió desde dentro. En los días de la pandemia vimos muchos rostros semejantes al del Siervo sufriente: médicos, enfermeros, capellanes, auxiliares, celadores, personal de administración y servicios; a todos los hombres y mujeres que, en medio del miedo generalizado, permanecieron junto a los enfermos. Ellos fueron un reflejo de Cristo compasivo, que no huye ante el dolor, sino que se acerca y se entrega. Su entrega silenciosa, muchas veces en condiciones extremas, sin medios suficientes y sin la cercanía de sus seres queridos, fue un acto de amor que no se olvida. Ellos, como el Siervo del Señor, cargaron sobre sus hombros el sufrimiento de muchos, y algunos ofrecieron la propia vida. La Iglesia contempla su sacrificio con profundo agradecimiento, reconociendo en ellos los rasgos del amor más grande.

El salmo que hemos proclamado canta: “Bendice, alma mía, al Señor… Él sana todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura” (Sal 102). En esta plegaria encontramos el alma del creyente que ha experimentado la fragilidad y, a la vez, la fidelidad de Dios. Durante aquellos meses de pandemia, tantos corazones clamaron a Dios desde la soledad de los hospitales y de las residencias. Y muchos encontraron consuelo en una oración sencilla, en la presencia de una enfermera, en la palabra de un médico, en la caricia de una mano protegida por un guante. Dios se hacía presente a través de ellos, como sigue haciéndose presente hoy en quienes cuidan la salud y acompañan el sufrimiento humano. Por eso hoy, además de recordar a los que han muerto, queremos agradecer y bendecir a todos los que continúan trabajando con entrega, con ciencia y con compasión.

El Evangelio nos ha llevado a la casa de Isabel, donde María se presenta como portadora de la vida y del consuelo. Lleva en su seno al Salvador, y su saludo llena de alegría el corazón de su prima. María es la primera “misionera de la esperanza”, la mujer que acude presurosa allí donde hay necesidad, donde hay un hogar que sufre, una persona que espera. Así también la Virgen del Rocío, a quien hoy contemplamos con particular ternura, recorre nuestros caminos llevando la presencia de su Hijo. Cuántas veces hemos sentido su amparo en las horas difíciles, cuántos enfermos y familias han pronunciado su nombre en medio del dolor. Hoy la invocamos bajo el título de Salud de los Enfermos, recordando que Ella, como Madre de misericordia, no aparta su mirada de los que sufren. En unos momentos bendeciremos una nueva imagen suya que quedará en la capilla del Hospital Virgen del Rocío. Será un signo permanente de su presencia maternal en aquel lugar donde cada día se lucha por la vida, donde se sufre y se espera. Allí, ante su rostro, los enfermos y sus familias encontrarán consuelo; los médicos, enfermeras y trabajadores hallarán fortaleza para su tarea; y todos podrán confiarle sus penas, sabiendo que María no abandona nunca a sus hijos.

Queridos hermanos, la pandemia nos enseñó que la vida es un don frágil, que no tenemos nada asegurado definitivamente, y que sólo el amor vivido como servicio tiene valor eterno. El testimonio de tantas personas que arriesgaron su vida, fue un anuncio silencioso del Evangelio. Nos recordaron que la humanidad se mantiene viva cuando hay compasión, cuando alguien decide permanecer junto al que sufre. Ellos fueron —y siguen siendo— semillas de esperanza en medio de la oscuridad. Hoy queremos mirar también al personal sanitario que continúa desgastándose día a día, a veces sin reconocimiento, con horarios difíciles y con cargas emocionales enormes. A todos vosotros os decimos: gracias. Vuestro trabajo no es sólo una profesión: es una vocación al servicio de la vida, una llamada a cuidar al hermano herido. La Iglesia os abraza y reza por vosotros.

En esta celebración queremos expresar nuestra gratitud a las instituciones que han hecho posible este acto: al Colegio Oficial de Médicos de Sevilla, que ha promovido la iniciativa y ha donado la imagen de la Virgen; a las autoridades de la Junta de Andalucía y del Ayuntamiento de Sevilla, por su presencia y colaboración; y a las Hermandades del Rocío —la Matriz de Almonte y las de la ciudad de Sevilla—, por mantener viva la devoción, la fe popular y la caridad cristiana. Vosotros, queridos rocieros, desde las casas de hermandad, desde los grupos de voluntariado y desde la oración, habéis sostenido a muchos en la enfermedad y en la soledad. En vuestras peregrinaciones y encuentros resuena siempre el eco del Magníficat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”. Hoy, con la bendición de la nueva imagen en el Hospital, el Rocío entra simbólicamente en los pasillos donde se libra cada día la batalla por la vida.

Hermanos, esta Eucaristía es también un acto de esperanza cristiana. Porque sabemos que los que murieron en la pandemia no han desaparecido, sino que viven en Dios. En ellos se cumple la promesa del Señor: “El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25). Por eso rezamos con serenidad y con confianza. Encomendamos al Señor las almas de los médicos, enfermeros y trabajadores sanitarios que dieron la vida; pedimos por sus familias, que sufrieron en silencio; y pedimos también por todos los que todavía arrastran heridas en el alma o en el cuerpo. Que la Virgen del Rocío los cubra con su manto y los introduzca en la paz de su Hijo. La pandemia nos cambió a todos. Nos hizo comprender que no somos autosuficientes, que necesitamos de Dios y de los demás. Y también nos hizo redescubrir la fuerza del Evangelio, que sigue siendo palabra de vida eterna. En medio del dolor, brotó la solidaridad.

En la iconografía cristiana, la Virgen Salud de los Enfermos suele mostrarse inclinada hacia el enfermo, con la mirada compasiva de la madre que consuela y sostiene. Esa será también la actitud que deseamos ver reflejada en la nueva imagen que hoy bendeciremos. Cuando los enfermos entren en la capilla del Hospital Virgen del Rocío y levanten la vista, verán la ternura de Dios hecha rostro humano. Y quizás, sin palabras, podrán decir: “Madre, ayúdame”. Ella escuchará, como escuchó a los apóstoles en el Cenáculo, como acompañó a Jesús en la Cruz, como acompaña siempre a sus hijos. Que la Virgen del Rocío, Reina del cielo y Salud de los Enfermos, siga caminando con nosotros. Que acompañe a los médicos, a los capellanes y a los sanitarios, que consuele a los enfermos y a sus familias, y que nos enseñe a todos a mirar la vida con los ojos de la fe.

Queridos hermanos y hermanas: hoy celebramos la vida y honramos la memoria. Damos gracias a Dios por los que sirvieron hasta el final, por los que siguen sirviendo, y por todos los que, desde su fe y su humanidad, hacen presente el rostro de Cristo. Que esta imagen bendita de la Virgen del Rocío sea faro de esperanza en el Hospital que lleva su nombre. Que cada enfermo, al mirarla, sienta que no está solo; que cada trabajador encuentre en Ella fortaleza y paz; y que todos nosotros vivamos con la certeza de que María nos conduce siempre a su Hijo, fuente de vida y salvación. Concluyamos pidiendo al Señor, por intercesión de su Madre Santísima, que nos conceda la salud del cuerpo y del alma, la paz del corazón y la esperanza que no defrauda. Así sea.

 

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