El compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI), en número 407 es claro con respecto a lo que según Winston Churchill era «el menos malo de todos los sistemas de gobierno»: La democracia.
Dice así: “La auténtica democracia no solo es el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos:
-La dignidad de toda persona humana.
-El respeto de los derechos del hombre.
-La asunción del bien común como fin y criterio regulador de la vida política.
Estos tres principios del sistema democrático establecido en bastantes países del mundo, el nuestro entre ellos, son conculcados en nuestra sociedad, de una u otra forma, por los distintos estamentos que la componen, y dentro de ellos, por particulares, por la sociedad en general o por las instituciones. Unos por comisión y otros por omisión.
Se ha establecido por Ley el aborto y ha quedado en cartera la de muerte digna. Con la primera se admite privar a un ser humano, ya formado en el vientre de la madre, a desarrollarse como persona. Con la segunda, aunque su nombre pueda inducir a entender otra cosa, se abre una puerta a la eutanasia.
En contraposición la sociedad actual mima hasta el exceso a los animales de compañía, intentando salvar sus vidas mediante costosas operaciones, o bien dedicándole atenciones que las más de las veces rayan en lo esperpéntico: psicólogos, modas, peinados, abrigos, etc.
El párrafo segundo del nº155 del CDSI es suficientemente clarificador: “El primer derecho… es el derecho a la vida, desde su concepción hasta su conclusión natural, que condiciona el ejercicio de cualquier otro derecho y comporta, en particular, la ilicitud de toda forma de aborto provocado y de eutanasia”.
Se ha instalado en nuestra sociedad la costumbre de oir o leer los casos de corrupción de políticos de uno u otro signo con toda naturalidad. Sus exculpaciones suelen ser, la inmensa mayoría de las veces, por la persecución que sufren por el Partido opositor declarándose por tanto inocentes, o bien utilizando la táctica del “ventilador”, así como “el tú más”. Ante ésto la sociedad se divide entre los que tienen la misma ideología que el corrupto, absolviéndolo totalmente; los que hastiados o indiferentes miran para otro lado y aquellos que no contentos con estas actitudes deciden luchar, para intentar dignificar la vida política y ciudadana.
Con respecto a esta lacra el nº 411 del CDSI manifiesta: “Entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las más graves porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia social”.
El fraude fiscal. Todos tenemos la obligación de contribuir a la “caja común” de la que la administración del Estado dispone para atender, entre otras, las necesidades básicas y fundamentales de todos los españoles, la sanidad y todo cuanto conlleva (gastos farmacéuticos, atención en hospitales y ambulatorios, nóminas de profesionales, etc.); la educación de los futuros ciudadanos, así como la formación en distintas profesiones; subsidios para atención a parados o a personas en exclusión; pensiones a mayores, a viudas y huérfanos; vías de comunicación, etc. Pues bien, a sabiendas de que la aportación de cada ciudadano se emplea, en su mayor parte para que revierta en beneficio de todos en la forma indicada, existen poderosos que incumplen esta obligación al no declarar los beneficios percibidos en perjuicio de esa “caja solidaria” que, de una u otra forma, va a beneficiar a todos, como igualmente utilizando la evasión de grandes cantidades a paraísos fiscales para evitar los impuestos.
El nº 193 del CDSI indica que: “La solidaridad, virtud moral traducida en el empeño por conseguir el bien común. Todos responsables de todos.
Es virtud social ya que se coloca en la dimensión de la justicia orientada al bien común, y en la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a “perderse” evangélicamente, en lugar de explotarlo, y a “servirlo” en lugar de oprimirlo para el propio provecho”.
La violencia. Raro es el día en que no aparece en prensa la noticia de algún hecho violento en especial el maltrato de mujeres con resultado de asesinato. Las autoridades se esfuerzan en atajar esta lacra a través de buenos deseos y avisos que nada tienen que ver con la vivencia de valores, de los que en absoluto está sobrada nuestra sociedad, entre otros el respeto, el diálogo, la libertad y la justicia.
“La raiz de los derechos del hombre se debe buscar en la dignidad que pertenece a todo ser humano. Esta dignidad, connatural a la vida humana e igual en toda persona, se descubre y se comprende, ante todo, con la razón”. (Del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nº 153).
Las relaciones encrespadas. Normalmente no se admiten a nivel ciudadano reconvenciones sobre normas básicas de convivencia, puesto que cada cual, aún infringiendo éstas, se entiende dueño de sus actos aún en perjuicio de la colectividad.
Si de niños se trata, sus familiares, en lugar de dar la razón a quien la tiene, se malcria al futuro ciudadano, ya que en su presencia la mayoría de las veces, se deja en mal lugar a aquel que se ha atrevido a intentar enmendar una conducta errónea.
Profesores de colegios de niños y jóvenes desautorizados por los padres.
Profesionales de la sanidad maltratados de palabra u obra por usuarios.
Insolidaridad en las Comunidades vecinales con respecto a atender soluciones que atañen y benefician a todos, etc.
En la Encíclica de Benedicto XVI “Deus Cáritas Est” se especifica claramente la solución a estos problemas de convivencia. “Debemos introducir formas de actuación para hacer vida la idea de: dar respuesta a la esperanza, defendiendo a la persona en cada una de sus vicisitudes.”
Delegación Diocesana de Orientación Social