El sábado 25 de junio, la Capilla Real de la Catedral hispalense acogerá la Eucaristía de consagración de vírgenes de Elisa Heredia Roldán (1987), oriunda de Los Molares, Sevilla. La ceremonia será presidida por monseñor Juan José Asenjo, arzobispo emérito de Sevilla.
El Ordo Virginum es una vocación que nace en una diócesis, desvinculada de una congregación religiosa en particular y cuya misión es servir precisamente a la pastoral diocesana. Asimismo, esta Orden no cuenta con fundadoras o superioras entre sus consagradas, sino que depende directamente del diocesano del lugar. De este modo, corresponde al obispo admitir a la aspirante a su vocación y celebrar su consagración. Y una vez consagrada debe también velar por la atención pastoral de estas mujeres. Las vírgenes consagradas tampoco viven en comunidad, sino que pueden hacerlo solas, con sus familias o en otras condiciones favorables a su vocación. Sí se les pide vivir el consejo evangélico de la castidad que, si bien no es voto, la tradición siempre lo ha considerado muy próximo a él.
¿Cómo ha sido el acompañamiento en este proceso?
Elisa se ha estado preparando durante meses con el sacerdote sevillano, consiliario de las vírgenes presentes en Sevilla, Andrés Ybarra. En la actualidad, la Archidiócesis de Sevilla cuenta con un grupo de unas cuarenta vírgenes consagradas. A continuación, reproducimos las impresiones de Elisa ante un acontecimiento tan importante para su vida personal y para la diócesis en general.
¿Cómo y cuándo fue consciente de su vocación? ¿Cómo ha sido el camino de discernimiento?
Desde mi adolescencia he sentido la llamada del Señor a consagrarme a Él, pero no sabía cómo, pues ninguna forma de vida consagrada ni carisma que conociese coincidía exactamente con aquello que yo vivía, sentía y deseaba realizar. Adorando al Señor, mi enamoramiento alcanzó el punto más alto de mis posibilidades humanas y el deseo de responder a su amor con el don total de mi ser se convirtió en una necesidad de mi alma. Fue entonces cuando decidí ir a hablar con mi pastor, el arzobispo de Sevilla, en ese entonces, mons. Asenjo.
En los libros sobre el Orden de las Vírgenes Consagradas que él me dio, encontré por fin mi vocación. La Iglesia confirmó mi carisma y me ha dado todo lo que necesitaba para poder reconocer y realizar en esta preciosa vocación mi verdad y mi propia identidad. He tenido el gran privilegio de haber sido acompañada durante estos años por sacerdotes maravillosos que me han estado apoyando y llevando de la mano en este camino hacia mi consagración.
¿En estos momentos qué significa vivir su vocación?
La virginidad consagrada es un don que Dios me ha regalado, una llamada del Señor a ser totalmente suya para siempre y a la que yo, libremente y por amor, he respondido con un sí generoso en el que le he entregado mi vida entera. Vivir la esponsalidad con Cristo es sentirme una sola cosa con Él. Vivir en Él, por Él y para Él, totalmente poseída por su amor. Es comulgar con su corazón, asumiendo sus mismos sentimientos y compartiendo su estilo de vida, entregada completamente a su voluntad y con un celo incansable por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Es también sentirme imagen escatológica, anticipando la realidad de la comunión definitiva con Dios a la que toda la humanidad está llamada a vivir en la eternidad y testigo del amor más grande.
¿Qué novedad descubre a día de hoy, de su carisma y de la espiritualidad?
La entrega total, irrevocable y definitiva a Dios hoy en día en una sociedad tan secularizada, erotizada, en la que predomina el egoísmo, el individualismo y el materialismo.
¿Cuáles son los pilares de su fe?
El pilar principal en el que se fundamenta mi fe y que sostiene mi vida es el amor de Dios. El amor de un Dios vivo que mora en mí y que me llama a vivir con Él para siempre. El sentirme hija amada de mi Padre, esposa de Cristo, mi único y verdadero amor, Señor y Salvador y templo del Espíritu Santo. Junto al amor de Dios su Palabra, su misericordia infinita, las Sagradas Escrituras, de una manera muy especial la Eucaristía, el Sacramento de la Reconciliación, la adoración y la alabanza, la oración de la Iglesia, la caridad y su Madre, La Virgen María.
¿Cómo vive la fe en la cotidianidad? ¿Pertenece a alguna parroquia o movimiento?
Puedo decir que mi vida es una oración continua, pues el Señor ocupa el centro de mi corazón y está siempre presente en mis pensamientos, en todo lo que hago, en todos los momentos y circunstancias de mi vida y en mis hermanos. La virgen consagrada es una contemplativa en medio del mundo y debe de ocuparse de las cosas de Dios. La oración es una necesidad prioritaria y primordial en mi vida cotidiana, pues a través de ella permanezco unida a mi Esposo y me lleno de Él para después poderle llevar a los demás. La oración es el manantial de mi fidelidad y de mi aspiración a la santidad. Busco siempre un momento en el día para rezar el Santo Rosario y unir mi voz a la de la Iglesia para alabar al Señor e interceder por el mundo entero con el rezo de la Liturgia de las Horas. Amo el silencio contemplativo, la meditación de la Palabra de Dios y el estudio profundo de las Sagradas Escrituras, adorar al Señor en el Santísimo Sacramento y la Eucaristía diaria es el momento más deseado por mi alma. Las obras de caridad acompañan siempre mis actividades de cada día. Pertenezco a la Parroquia de Santa Marta de Los Molares donde colaboro ayudando en la Sacristía, en la preparación de la Liturgia y en la catequesis de Confirmación.
¿Cómo describiría la maternidad espiritual?
La Virgen María es Madre porque por medio de Jesús nos ha dado la Vida y la Iglesia también lo es porque por medio del Bautismo engendra hijos en la fe. Pues la virgen consagrada es como María y la Iglesia, virgen y madre, renuncia a la maternidad física para ejercer la maternidad espiritual llevando a Jesús, que es la Vida, a los demás y convertirse así en madre de todos los hombres.
¿Cómo se diferencia esta vocación de cualquier otra mujer soltera que viva intensamente su fe y servicio a la Iglesia?
La virgen se presenta para que la consagre la Iglesia. La Iglesia, por medio del obispo diocesano y a través del Rito de Consagración que se celebra durante la Misa, opera la consagración a Dios de la virgen por la suprema gracia de Dios y la infusión del Espíritu Santo, constituyéndola pública y oficialmente como persona sagrada en medio de la Iglesia y esposa de Cristo. La virgen entra a formar parte del Orden de las Vírgenes Consagradas, un grupo eclesial con características propias y bien definidas y con un estatus jurídico en el Canon 604 del Código de Derecho Canónico y en la CIVCSVA (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica).
¿Qué les diría a aquellas personas que se están planteando su vocación y por temor desisten o posponen iniciar el camino?
Les aseguro que no hay nada en el mundo que les podrá hacer más feliz que llevar a cumplimento el plan de Dios sobre sus propias vidas, porque en él es donde se halla escondida su verdad, la verdad que les hará verdaderamente libres y felices en el corazón. Que no duden, que consideren la felicidad que les aguarda la entrega total a un Dios fiel que los ama con locura y que les llama. “Venid y veréis” (Jn 1, 39). El Señor capacita a sus elegidos y les promete que recibirán cien veces más y heredarán la vida eterna (Mt 19, 29). En el amor no hay temor, dice San Juan. Vale la pena dejarlo todo por ganar a Aquel que lo es todo. Que sean valientes y sobre todo que no caminen solos, que busquen siempre acompañamiento dentro de la Iglesia.
Elisa aprovecha la oportunidad para pedir que se le tenga presente en oración, para que, con la ayuda de la gracia de Dios, viva fiel y santamente la hermosa vocación que el Señor le ha regalado en la Iglesia.
“Por mi parte, encomiendo al Señor a la Iglesia, que Él reine en nuestros corazones y unidos, cada uno desde nuestra respectiva vocación y elección, podamos alabarle y servirle con alegría y gozo, con todo nuestro amor, como merece su santidad y su majestad”, añadió.