El obispo de Roraima (Brasil) visibiliza la misión de la Iglesia con las comunidades indígenas y la trata de personas durante su visita a Sevilla

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El obispo de Roraima (Brasil) visibiliza la misión de la Iglesia con las comunidades indígenas y la trata de personas durante su visita a Sevilla

El Santo Padre nombró obispo de la Diócesis de Roraima (Brasil) a monseñor Evaristo Pascoal Spengler, OFM, el 25 de enero de 2023.

Nació el 29 de marzo de 1959 en Gaspar, Diócesis de Blumenau, en el Estado de Santa Catarina. Después de completar sus estudios de filosofía y teología en el Instituto Teológico Franciscano (ITF) en Petrópolis-RJ, obtuvo una licenciatura en exégesis bíblica en Jerusalén.

El 2 de agosto de 1982 hizo su profesión religiosa en la Orden Franciscana de los Frailes Menores y fue ordenado sacerdote el 19 de mayo de 1984. Ha ocupado los siguientes cargos: vicario parroquial y miembro del equipo bíblico urbano en Duque de Caxias-RJ y en Nilópolis-RJ; vicemaestre de los frailes estudiantes en Duque de Caxias-RJ; asistente conventual en el Convento de Santo Antonio de Río de Janeiro-RJ; misionero y vicario parroquial en Malanje (Angola); definidor provincial; vicario provincial de la Provincia franciscana Inmaculada Concepción de Brasil con sede en São Paulo (2016).

El 1 de junio de 2016 fue nombrado obispo prelado de Marajó y recibió la ordenación episcopal el 6 de agosto siguiente.

Dentro de la Conferencia Episcopal Brasileña, es presidente de la Comisión Pastoral Especial contra la Trata de Personas y Miembro de la Comisión Episcopal Especial para la Amazonía. Además, es presidente de la Red Eclesial Pan-Amazônica (REPAM-Brasil).

Tras su viaje a Roma para asistir a la ceremonia de canonización de José Allamano, padre y fundador de los misioneros de la Consolata, monseñor Pascoal conoce de cerca la realidad pastoral de la Archidiócesis de Sevilla desde su llegada a la ciudad el lunes 21 de octubre donde permanecerá hasta el jueves 24, que retornará a Brasil. Durante estos cuatros días saludará al arzobispo hispalense, monseñor José Ángel Saiz Meneses y tendrá varios encuentros, entre ellos, con la Delegación Diocesana de Misiones, con sacerdotes del clero diocesano, con las consagradas de Villa Teresita, las religiosas oblatas y las hijas de la caridad. También compartirán con las dominicas de Santa María La Real, de Bormujos.

El obispo de Roraima compartirá también algunos momentos con los obispos auxiliares de Sevilla, monseñor Teodoro León y monseñor Ramón Valdivia. Visitará Casa Nazaret de Cáritas Diocesana y otras realidades de la Archidiócesis, entre ellas, el Seminario Metropolitano de Sevilla.  El miércoles 23, a las siete y media de la tarde, presidirá una Eucaristía en la Parroquia San José y Santa María, de Sevilla Este.

A continuación, reproducimos una entrevista que concedió el obispo de Roraima a los medios diocesanos sobre la situación de movilidad humana en su diócesis y la respuesta de la Iglesia en Brasil a las diversos desafíos pastorales.

¿Cómo describiría la Diócesis de Roraima?

Roraima es una diócesis muy compleja. Porque tiene dos fronteras y una realidad muy diversa. Existe un flujo migratorio muy grande con más de un millón de personas que ya han pasado desde 2017 por el estado. Desempeñando la Iglesia un papel fundamental para la acogida. Y también una realidad con doce pueblos indígenas. Con diferentes culturas y procesos de vida. La Iglesia se ha aproximado a muchas de estas etnias de modo particular con Macuxi, Wapichama y Yanomami. Con cuatro misiones de la Consolata en la Sierra Raposa de Sol, más la de Sierra da Lua, la del bajo río Branco, y la de Pacaraima. Además de otras regiones. Mostrando un territorio no uniforme sino donde los indígenas viven en islas separadas entre sí con hacendados en medio. Lo que dificulta mucho la relación de estos hacendados sobre los indígenas.

Pero la Iglesia de Roraima tiene una historia muy bonita, una historia profética, una historia de comunión con el pueblo más pobre. Y ahí intentamos ahora colocar en primer lugar nuestra opción evangelizadora.

Los primeros a los que tenemos que prestar mucha atención son los indígenas y los migrantes.

Monseñor, háblenos de la situación de tráfico humano en Roraima y la realidad del pueblo Yanomami

Roraima es un estado ubicado en el extremo norte de Brasil, que limita con Venezuela al norte y la antigua Guyana inglesa, hoy Guyana independiente, al este.

De Venezuela emigraron para Brasil desde el año 2017 más de un millón de personas. Muchos de ellos permanecen en el país y, la mitad de ellos ya están en otros países. Además, a través de la Guyana, emigra un grupo importante que proviene de la propia Guyana, Cuba, Haití y otros países de América central. Esa realidad de migración envuelve también una realidad de tráfico de personas y contrabando.

Recientemente han cruzado la frontera cinco camiones con mercancías desde Venezuela que en la parte de atrás tenían 400 migrantes, que viniendo desde Venezuela pretendían llegar a la Guyana francesa y desde ahí cruzar a Europa.

Hay contrabando de otros grupos que traen migrantes de distintos países para distribuirlos por el mundo, principalmente Europa y Estados Unidos, aunque muchos van a los países del sur de América.

Estos migrantes muchas veces acaban trabajando para ellos, que les retiran el pasaporte y tienen que seguir sus normas, pagando así su deuda adquirida para el traslado.

Antiguamente el tráfico de personas capturaba violentamente, hoy es virtual, a través de internet, ofreciendo trabajo y una vida mejor como modelos, futbolistas o profesiones más sencillas. Prometiéndoles buenos salarios y la posibilidad de tener una vida digna.

Otra realidad importante en Roraima es la adopción de niños indígenas. Los menores deberían pasar por un itinerario legal, pero acaban siendo capturados y registrados como si fuesen hijos propios.

También hay otros desafíos en la Diócesis de Roraima, como el tráfico de armas, la minería ilegal

Específicamente de la cuestión Yanomami, tenemos un problema muy serio con la minería ilegal. A inicio del año 2023, sobre una población de 30.000 yanomamis, entró una población de 20. 000 mineros ilegales. El territorio es inmenso, con una extensión de 96. 000 kilómetros cuadrados, hay unas 350 comunidades muy frágiles.

El contacto con el pueblo yanomami siempre es por vía aérea porque no tiene caminos. Son pueblos aislados. Los ríos no son navegables la mayoría del año, tan solo en periodos de lluvia que si se vuelven navegables.

El poder económico que está detrás de esa minería ilegal consigue llevar aviones, y por eso a inicio del año pasado había 78 aeropuertos clandestinos. De este modo consiguen llevar barcos que despejen el interior del río.

Cuando los mineros ilegales comienzan un proceso de captación de los indígenas, que están hambrientos por culpa de la destrucción de la naturaleza y el clima que ha cambiado mucho, muchas de las cosas que hacían antiguamente ya no pueden hacerlas, haciendo que acepten ofertas de comida por trabajo, o comida por combustible. Llegando así a ganarse la confianza del pueblo y es ahí donde surge también la explotación sexual de las mujeres y niñas. Los mineros que están sin familias, sin su mujer, usan a las indígenas como objetos sexuales.

A este drama, hay que añadir que, debido al proceso de extracción de oro, toda el agua de los ríos queda contaminada. De modo especial, el mercurio que entra ilegalmente desde China a través de Guyana, acaba destruyendo la potabilidad del agua y con ello todos los animales y el modo de vida indígena.

De hecho, casi hemos llegado al punto que no puedan volver nunca a ser los indígenas que eran. Con esa avalancha de destrucción de la naturaleza, los ríos, y la pérdida de sus cultivos tradicionales.

Respecto de la minería ilegal

No tienen licencia, de hecho, las tierras indígenas no pueden tener minería.

Los ilegales llegan allí para extraer principalmente oro, y como no pueden presentarlo como proveniente de tierra yanomami, lo trasladan al estado de Pará donde ya entran como mercancía legal, llevándolo luego a Europa. Hoy se sabe que casi el 90% del oro que llega a Europa es principalmente sospechoso.

Don Evaristo, el Papa tuvo un recuerdo para el pueblo Yanomami y lo que está sufriendo, cuéntenos sobre la misión que los misioneros y misioneras de la Consolata están realizando actualmente

Los Yanomami son pueblos de reciente contacto, son pueblos aislados. Desde los años cincuenta son conocidos. Ellos no quieren contacto con los blancos, que para ellos significan destrucción, pobreza y muerte.

Para situar un poco, hubo varios momentos de crisis humanitaria. En los inicios de los años noventa, hubo una masacre de los pueblos indígenas causada por mineros ilegales debido a que estos no les dejaron pasar a explotar sus tierras generando un grave conflicto internacional.

Ahí surgió la demarcación de la tierra Yanomami como una extensión integral indígena para ser respetada. La Iglesia, a través de los misioneros y misioneras de la Consolata, tiene una misión de diálogo interreligioso. Ellos no fueron allí para hacer un anuncio explícito del Evangelio. Sino que, partiendo de un diálogo en busca de Dios, la vivencia de los misioneros y misioneras de su creencia religiosa. Se trata de caminar juntos desde el respeto.

Son comunidades atendidas por los misioneros, que además de evangelizar con su presencia, caminar y diálogar, ayudan a preservar la vida de los pueblos Yanomami y su forma genuina de vivir.

La presencia indígena en Roraima es enorme ¿verdad?

Solo en el estado de Roraima hay doce etnias, de las cuales las más importantes son la Yanomami, la Macuxi y la Wapichama. En la región de la sierra Raposa du Sol, es donde hay más Wapichama y Macuxi.

Cuando se conformó la primera Prelatura de río Branco, antiguo nombre de Roraima, vinieron a la región los monjes benedictinos, misioneros de Alemania y Bélgica, principalmente. Cuando llegaron a Roraima se impactaron al ver cómo los hacendados marcaban a fuego a los indígenas con los mismos hierros que usaban para el ganado, signo de que eran de su propiedad, eran sus esclavos.

Esto impactó mucho a los misioneros que fueron a Boavista a ver las condiciones de vida que sufrían estos pueblos indígenas. Este choque hizo que se levantaran contra esa mentalidad haciendo imposible su vida en Boavista. Así tuvieron que irse a vivir con los indígenas durante doce años.

Otra cosa muy grave de ese momento es que los hacendados tenían tanto poder que cuando los benedictinos iban a la ciudad a hacer compras, los comerciantes tenían prohibido tratar con ellos. Teniendo que viajar más de 800 kilómetros por barco a Manaos para poder comerciar.

Esa relación de la Iglesia con los pueblos indígenas siempre fue de una tensión muy grande en la sociedad roraimense. Más tarde, cuando llegaron los misioneros de la Consolata, la situación era muy diferente. Los indígenas ya habían perdido su identidad, los hacendados los trataban despectivamente. Perdiendo su lengua, sus tradiciones, y su tierra.

Los misioneros ayudaron a los indígenas como el Pueblo de Dios a salir de Egipto. Este movimiento llegó a conseguir la conciencia de que al igual que Dios consiguió devolver a su Pueblo a su tierra tras huir de Egipto, ellos podrían también volver a la tierra que fue de ellos.

Con esa conciencia fueron buscando una identidad nueva, de ser indígenas con su identidad Macuxi, Wapichama, o la que fuera. Reemprender el uso de su lengua, tradiciones y cultura. Un proyecto muy importante fue el de una vaca para un indio de los años 90. Como los hacendados estaban controlando las tierras con los animales, la Iglesia ayudó a conseguirles hasta 26.000 cabezas de ganado. Con la ayuda del papa Juan Pablo II y de muchas personas se logró este precioso objetivo.

En el año 2015, el gobierno brasileño demarcó la región de la Sierra Raposa du Sol como territorio integral indígena. Logrando la retirada de los hacendados y la permanencia de los indígenas. En menos de 50 años ha tornado un verdadero milagro en la región, que un indígena que había perdido su tierra consiga recuperarla y junto a ella toda su identidad y dignidad. Y todo gracias a esa alianza de la Iglesia misionera, muchos europeos que ayudaron a defender al pueblo indígena en su posición.

A Europa llegó mucha información sobre el Sínodo de la Amazonía, ¿qué quedó de aquello y qué aporta a la Iglesia de Europa ese sínodo?

Es necesario destacar que el sínodo está dentro de un proceso en el Amazonía. Los obispos de allí se comenzaron a reunir para tratar cuestiones sociales y eclesiales en el año 1952, antes de conformar la Conferencia Episcopal Brasileña. Eso es importante saberlo, porque en aquel momento ya había una preocupación con la transformación del Amazonía y su destrucción. Un paso importante fue en el año 1972 con un encuentro histórico de los obispos de la Amazonía en Santaren, ellos percibían que la Iglesia debería hacer una evangelización encarnada. También la Iglesia tiene que encarnarse dentro de la realidad del pueblo en una evangelización libertadora envolviendo los problemas sociales de los pueblos indígenas que viven junto a los ríos y los descendientes de los africanos esclavizados en la zona. Optando por los más vulnerables, descubriendo una Iglesia que hace necesario evangelizar de un modo distinto. Hasta el momento, la evangelización consistía en que un misionero llegaba a una aldea indígena y allí impartía los sacramentos desde el bautismo, confesión hasta el matrimonio, al menos una vez por año. Este era el modelo básico.

A partir de 1972 se tomó conciencia de la necesidad de evangelizar en comunidad, surgiendo nuevas comunidades eclesiales de base que en gran número florecieron en la Amazonía. Hoy hay una necesidad muy grande de fortalecer esas comunidades con ministerios que puedan ayudar a vivir la fe del mismo modo encarnado como se hacía. Ministros de la Palabra, de la Eucaristía, de bautismo, de catequesis, de salud. Hoy se habla de ministerios de las mujeres porque ellas son la parte más importante para esas comunidades al ser las que las sostienen, porque los hombres están trabajando o alejados de la comunidad.

Respecto al sínodo, es un proceso de escucha muy grande, el mayor proceso de escucha en Brasil desde siempre. Hablamos de la intervención de 37.000 personas de toda la Amazonia para que el sínodo sea una reflexión de base, no de especialistas para iluminar el hacer de la Iglesia.

El sínodo comenzó así con toda esa riqueza de la escucha anterior que había surgido. El papa Francisco fue capaz de reunir a toda la Amazonía, mostrando una nueva realidad para el mundo, para la sociedad. Antiguamente se hablaba del Amazonas como el pulmón del mundo, hoy se sabe que está siendo consumido. Hoy se sabe que el Amazonas es el regulador del mundo, sabemos que destruir el Amazonas es destruir el clima mundial, acabando con los ríos que transforman la tierra y las aguas del planeta. Un clima que afecta a toda América Latina, pero también a otras zonas desiertas lejanas de Chile como Namibia en África. El clima mundial está interconectado para que el Amazonia reciba incluso nubes del Sahara que fertilizan el Amazonas. Todo está interconectado.

Sobre lo que quedó del Sínodo, es importante aclarar que, aunque la gente busque grandes cambios, la verdad es que no es así. Son procesos, procesos que están continuando de formas bastante profunda, bonita. Un ejemplo es la Conferencia Eclesial del Amazonas, hablamos de una Conferencia que no es solo episcopal, sino que abarca también la vida religiosa, sacerdotes, diáconos y laicos. Todo ello en busca de ese nuevo camino, se busca incluso la inclusión de un rito amazónico que está en estudio. Pero más que eso, lo que hizo fue buscar un nuevo rostro para la Iglesia amazónica, buscando revalorizar las comunidades indígenas, las culturas locales. Logrando que nuestras celebraciones hablen de un Dios que se revela a partir de la fe en Jesucristo, a partir de la vida y la fe de ese pueblo.

Usted ha estado en Angola de misionero, ha estado también en el estado de Marajo, en Brasil y su tercer destino episcopal en Roraima. ¿Qué aprendizaje tiene de la Iglesia y para la Iglesia?

Yo llegué a Angola siendo un fraile muy joven que trabajaba en la zona de Fluminense y en aquel momento pertenecía al convento de Río de Janeiro. Cuando me invitaron para ir a Angola era un momento de guerra civil y no sabíamos cuándo esa guerra iba a terminar, ya que llevaba casi treinta años. Yo llegué en ese contexto. El pueblo había huido en gran parte del interior para la capital y yo trabajaba a 450 kilómetros del interior.

Nuestra misión era pequeña porque solo podíamos llegar a 150 kilómetros de distancia cercado por el ejército por causa de las minas. Angola es el segundo país más minado del mundo en este momento. Minas que no fueron mapeadas. Gracias a Dios, un año después, en 2002, llegó el acuerdo de paz. Pero después del acuerdo de paz, aconteció la llegada de los guerrilleros que estaban en la selva hacia el interior y nadie tenía la noción del número, hablamos de seis mil personas de una sola vez. Ni la ONU ni el gobierno ni la Iglesia, el país no tenía condiciones para acoger tanta gente porque no había alimentos ni medicamentos para cuidar la salud. Muchos murieron en ese momento por hambre y enfermedades. Fue un momento muy trágico.

El paso siguiente fue realojar a las personas en las regiones donde tenían su origen y ahí comenzar a plantar. Esto fue un proceso muy difícil, con mucha hambre. Y solo cuando comenzaron a producir alimentos la situación cambió para mejor. Pero en 2005, Angola empezó a tener un cambio un poco más visible, la reconstrucción de escuelas, como nuestra misión que asumió este y otros proyectos junto con UNICEF para más de dos mil niños.

Este fue un momento importante para abrir un nuevo camino para nuestros jóvenes que estaban fuera de las escuelas. Para mí personalmente todo aquel proceso significó también experimentar que no sabía nada de la realidad, teniendo que reaprender verdaderamente de la cultura, reprendiendo como religioso y como iglesia local.

Para mí fue un tiempo de reconocer que nosotros somos muy pequeños, pero en algunos contextos podemos ser una ayuda significativa para el pueblo. La Iglesia así se dispone al servicio de los más frágiles y así continúa hasta hoy.

¿Qué le pide hoy a la Iglesia de Sevilla?

El padre Carlos Carrasco, sacerdote sevillano, párroco en Dos Hermanas, que estuvo de experiencia misionera en mi diócesis durante el verano pasado, me ha mostrado su cercanía y amistad con Sevilla desde entonces. Estos días vamos a hacer una visita para conocer al arzobispo y a sus auxiliares, los seminaristas, religiosos y sacerdotes diocesanos. Generando cercanía, viendo, escuchando, haciendo lo que el mismo Jesucristo hacía.  Sabiendo que las personas que ven la realidad del mundo quedan tocadas por él. Y ciertamente así pueden surgir proyectos importantes de esta relación.

Yo creo que cuando se tiene una ayuda de una iglesia de Europa con una situación más empobrecida de América, de Asia, de África siempre es un intercambio donde ambos lados se enriquecen mostrando así la misión de la Iglesia de acercar ambas realidades. Logrando que todos nos tornemos más misioneros estando juntos

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