El próximo miércoles comenzamos una nueva Cuaresma, un tiempo de gracia en el marco del Año Jubilar 2025. El espíritu de este tiempo se resume en una palabra, conversión, que significa cambiar de vida, volverse hacia Dios, dejar que renueve nuestro corazón. La Cuaresma es un tiempo propicio para hacer un alto en el camino y examinar nuestra vida. Es un tiempo para preguntarnos: ¿Cómo está mi relación con Dios? ¿Cómo estoy viviendo mi fe en el día a día? ¿Estoy siendo coherente con el Evangelio que profeso? Estas preguntas no son fáciles, pero son necesarias si queremos crecer en nuestra vida de fe y acercarnos más al Señor. Es un camino que nos conduce a la Pascua, un itinerario espiritual que nos invita a la a la renovación interior y a la reconciliación con Dios y con los hermanos. Este año, al celebrarse el Jubileo, este camino adquiere un significado aún más profundo, pues nos recuerda que Dios es misericordia y que su amor nos llama constantemente a volver a Él.
La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma en este Año Jubilar con espíritu de peregrinación. Peregrinar significa caminar hacia un lugar sagrado, pero también implica un movimiento interior, un viaje del alma hacia Dios. En este sentido, la Cuaresma es una peregrinación hacia el corazón de Cristo, hacia su misericordia infinita. Es un tiempo para dejarnos transformar por su amor, para que, al llegar a la Pascua, podamos resucitar con Él a una vida nueva. El primer paso en esta peregrinación cuaresmal es el reconocimiento de nuestra fragilidad y de nuestro pecado, para decir con el salmista: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa» (Sal 51, 3). No podemos experimentar la misericordia de Dios si no reconocemos que la necesitamos. El pecado nos aleja de Dios, pero Él nunca se aleja de nosotros. Por eso, la Cuaresma es un tiempo de arrepentimiento, de confesión, de volver a la casa del Padre como el hijo pródigo.
En este Año Jubilar, la confesión sacramental adquiere un significado especial. El sacramento de la reconciliación es la puerta de la misericordia, el lugar donde experimentamos de manera tangible el perdón de Dios. No tengamos miedo de acercarnos al confesionario. Allí nos espera un Padre lleno de amor que nos abraza y nos devuelve la dignidad de hijos suyos. Os animo a recibir este sacramento con frecuencia, con la debida preparación, y a vivirlo con un corazón contrito y humilde. En segundo lugar, la Iglesia nos recomienda la práctica de la oración, el ayuno y la limosna de modo especial en este tiempo. El ayuno nos ayuda a dominar nuestros instintos; la limosna, el compartir, nos invita a salir de nosotros mismos y a ser más solidarios con los necesitados; la oración nos une a Dios y nos hace intercesores de nuestros hermanos
El tercer elemento en nuestra peregrinación cuaresmal es la escucha de la Palabra de Dios. La Cuaresma es un tiempo privilegiado para acercarnos a la Sagrada Escritura, para meditarla y dejar que ilumine nuestra vida. La Palabra de Dios es viva y eficaz, y tiene el poder de transformar nuestros corazones. En este Año Jubilar, os animo a dedicar tiempo cada día a la lectura orante de la Biblia, a escuchar lo que Dios quiere decirnos y a poner en práctica sus enseñanzas. Os animo a vivir esta Cuaresma con intensidad, con un corazón abierto a la gracia de Dios. Que este sea un tiempo de verdadera conversión, de encuentro con el Señor, de reconciliación con los hermanos. Que María, Madre de Misericordia, nos acompañe en este camino y nos lleve a su Hijo Jesús. Que Ella, que estuvo al pie de la cruz, nos ayude a vivir con fe y esperanza estos días santos, para que, al llegar a la Pascua, podamos cantar con alegría: «¡Aleluya! Cristo ha resucitado».
+José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla
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