Celebramos un año más la Jornada por la Vida el 25 de marzo. El lema de este año -«Abrazando la vida construimos esperanza»- nos invita a reflexionar sobre el sentido de la vida, sobre el valor intrínseco de cada ser humano y la urgencia de defender la vida en todas sus etapas, especialmente la de los más vulnerables: los no nacidos. En una sociedad marcada por el invierno demográfico, la cultura del descarte y la pérdida del sentido trascendente de la existencia, estamos llamados a ser testigos de la esperanza que brota del Evangelio de la Vida.
La vida humana es un don sagrado, un regalo de Dios que lleva en sí misma una dignidad inviolable. Cada vida es un reflejo de la imagen y semejanza de Dios desde su concepción hasta su muerte natural. Por ello, la vida no es una mera contingencia biológica, sino una vocación, una llamada a participar en el amor creador de Dios y a construir un mundo más justo y fraterno. Estamos llamados a recordar que la vida humana tiene un propósito eterno. Como nos enseña san Juan Pablo II en su encíclica Evangelium Vitae, «la vida humana es sagrada porque, desde su inicio, comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin» (n. 53). Abrazar la vida significa, por tanto, acoger este designio de amor y colaborar con Dios en la construcción de un mundo donde cada persona pueda realizarse plenamente.
Uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo es el invierno demográfico, una crisis que se manifiesta en el envejecimiento de la población, la disminución de la natalidad y la ruptura de los lazos familiares. Este fenómeno es un síntoma de una cultura que ha perdido la capacidad de acoger la vida como don. La mentalidad anticonceptiva, el aborto y la falta de apoyo a las familias, son los factores que han contribuido a esta crisis. Como nos advierte el Papa Francisco, «una sociedad que no logra aceptar, custodiar y proteger la vida en su etapa más frágil, como es la vida prenatal, pierde su sentido de humanidad» (Discurso a la Asociación de Médicos Católicos Italianos, 2017). El invierno demográfico no es solo una cuestión de números, sino de corazón. Es el fruto de una cultura que ha olvidado que la vida es un regalo y que, sin ella, no hay futuro ni esperanza.
Frente a esta realidad, estamos llamados a ser profetas de la vida, a promover políticas que apoyen a las familias, acompañando a las madres en situaciones difíciles y recordando que cada niño que nace es una bendición para la sociedad. En un mundo que tiende a valorar a las personas por su utilidad y productividad, la Iglesia proclama con firmeza que toda vida humana tiene un valor intrínseco e inviolable. Cada persona, desde el momento de su concepción, es única e irrepetible, amada por Dios y llamada a la vida eterna. El lema de esta Jornada nos recuerda que la defensa de la vida no es solo un acto de resistencia frente a la cultura de la muerte, sino, sobre todo, un acto de esperanza. Cada vez que acogemos una vida, cada vez que defendemos la dignidad de una persona, estamos sembrando semillas de esperanza.
La esperanza cristiana no es una especie de optimismo ingenuo; es la certeza fundada en la fe en Cristo, que ha vencido a la muerte y nos ha abierto las puertas de la vida eterna. Esta esperanza nos impulsa a trabajar incansablemente por la defensa de la vida. Queridos hermanos y hermanas, os invito a ser testigos valientes del Evangelio de la vida; que vuestras familias sean santuarios de la vida, que vuestras palabras y acciones proclamen la dignidad de cada persona y que vuestra esperanza ilumine nuestro mundo. María santísima, Madre de la Vida, nos acompaña en este camino y nos ayuda a construir un futuro lleno de esperanza.
+José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla
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