El domingo tuvo lugar en la Plaza de San Pedro un acto cargado de emotividad, con un lugar muy destacado en la historia de la Iglesia contemporánea. El Papa Francisco presidió la Eucaristía en el curso de la cual fueron canonizados dos pontífices cuya fama de santidad les precede: Juan XXIII y Juan Pablo II.
Mucho se ha escrito sobre Juan Pablo II, quien revolucionara la faceta mediática del Papado y cuyo legado a la Iglesia y el mundo, tras veintisiete años al frente de la barca de Pedro, ha quedado para la historia. Los meses previos a su canonización hemos tenido la oportunidad de leer y escuchar los testimonios de personas que han compartido momentos junto al ‘Papa Grande’, como fue denominado por muchos.
El arzobispo de Sevilla, presente en la ceremonia de canonización al frente de los peregrinos sevillanos, es una de las personas que hoy comparten sus recuerdos junto a Juan Pablo II. En esta ocasión nos relata la conversación que mantuvo con el pontífice en el curso de la primera visita ad limina que cursó en 1997, recién nombrado obispo. Una cita en la que el prelado pedía consejo al Santo Padre. Y un consejo que, desde entonces, se convirtió para él en norma de vida. Hoy, antes de partir a Roma junto a un gran número de fieles, don Juan José comparte con los lectores de Archisevilla Digital el recuerdo de una jornada en la que recibió «los consejos de un santo».
Era el 15 de noviembre de 1997. Eran los compases finales de mi primera visita ad limina apostolorum, la visita que los obispos hacemos a la Santa Sede cada cinco años para dar cuenta de nuestro servicio pastoral. Unos meses antes había sido nombrado obispo auxiliar de Toledo, siendo ordenado el 20 de abril en la Catedral Primada. Hice la visita con el grupo de obispos de la Provincia Eclesiástica de Toledo juntamente con los de la Provincia Eclesiástica de Madrid, Valladolid y el Arzobispado Castrense. A las siete de la mañana, concelebramos todos con el Papa en su Capilla privada.
«Su recogimiento, su ensimismamiento en Dios…»
Para mí fueron unos momentos de una intensa emoción, especialmente al contemplar la oración del Papa, su recogimiento, su ensimismamiento en Dios. Al mediodía, los obispos de la Provincia Eclesiástica de Toledo tuvimos el honor de almorzar con el Santo Padre. Antes, a media mañana, tuvimos la audiencia personal de todos y cada uno por separado, y al final de mi breve entrevista pedí al Papa que, puesto que estaba iniciando mi ministerio como obispo, me diera algunos consejos para el ejercicio fructuoso de mi servicio episcopal.
«Poner la Eucaristía en el centro de mi vida»
El Papa me miró a los ojos y me dijo, en primer lugar, que favoreciera el culto eucarístico, que pusiera la Eucaristía en el centro de mi vida, de mi actividad pastoral y también en el centro de la vida de las comunidades a las que me tocara servir. Me dijo también algo que yo he repetido muchas veces después, que la Eucaristía es el manantial de nuestra vida interior, fuente de crecimiento espiritual, de fidelidad y de santidad. Me pidió que favoreciera la adoración eucarística, cosa que he procurado hacer allí donde me ha tocado servir a la Iglesia.
«Trabajar cuanto estuviera en mi mano para acompañar a los matrimonios»
En segundo lugar, me pidió que me preocupara de la pastoral familiar. Él era consciente de que la familia está atravesando una profunda crisis. Estaba convencido además de que la crisis de la familia está dificultando la educación en la fe de las nuevas generaciones, porque se ha producido un corte radical en este canal tradicional de transmisión de la fe, ya que muchísimos padres han abdicado o dimitido de esta obligación fundamental de ser los primeros transmisores de la fe a sus hijos. El Papa me pidió que trabajara cuanto estuviera en mi mano para acompañar a los matrimonios y a los que se preparan para el matrimonio desde las bases sólidas de la antropología cristiana y la doctrina moral de la Iglesia. Por ello, no es una casualidad que haya favorecido la creación de cinco Centros de Orientación Familiar en nuestra Archidiócesis y que apoye con todas mis fuerzas el trabajo excelente que realizan nuestros delegados diocesanos de Familia y Vida.
«Una pastoral juvenil honda y auténtica»
En tercer lugar, el Papa me pidió que me empeñara en una pastoral juvenil honda, auténtica, que vaya a las raíces de la vida cristiana y que no debe reducirse a actividades periféricas sino que ha de buscar la formación doctrinal de los jóvenes para que adquieran la gramática esencial del cristianismo. Me subrayó también la importancia de la iniciación de los jóvenes en la oración, en el trato e intimidad con el Señor, en la participación de los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en el sacramento del perdón y en el amor a la Iglesia. Me encareció además la necesidad de iniciar a los jóvenes en el apostolado, en la experiencia de la generosidad y el descubrimiento del prójimo. Terminó diciéndome que ésta es la pastoral juvenil que da frutos de vida cristiana, matrimonios cristianos y también vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, cosa que yo he podido comprobar en mis diecisiete años de obispo que he cumplido en estos días.
«El Seminario ha de ser la pupilla oculi episcopi»
El Papa me pidió, por fin, que me preocupe de los sacerdotes, que les quiera, que les acompañe, a todos pero especialmente a los que sufren dificultades o están problematizados. Me pidió que les ayude en la vivencia gozosa y entusiasta de su ministerio y que potencie la pastoral de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Me repitió lo que tantas veces hemos escuchado, que el Seminario tiene que ser la pupilla oculi episcopi, es decir, la niña de los ojos del obispo, en expresión del Papa Pío XI.
Reportaje publicado en el nº 108 de Archisevilla Digital, del viernes 25 de abril de 2014).