Con el reciente fallecimiento del papa Benedicto XVI recordamos la sabiduría por la que destacó este fiel servidor de la viña del Señor, tal y como él se definió al presentarse al mundo en el balcón de la Basílica de San Pedro del Vaticano como nuevo sumo pontífice. De sus escritos se deduce la incansable búsqueda del rostro del Señor (cf. Sal 27, 8) que llevó a cabo durante largo años a través de la razón y a la luz de la fe. En este sentido, su teología es un vivo testimonio de cómo la fe, siendo relativa a la revelación de Dios, no es irracional, sino coherente y capaz de aportar un conocimiento certero sobre la verdad de Dios. En este sentido, se ha de recordar que el lema de su episcopado y pontificado fue “colaborador de la verdad”, lo cual ejerció ardientemente, especialmente como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y después en su magisterio pontificio. Una buena síntesis de su pensamiento lo encontramos en su obra sobre el credo apostólico, Introducción al cristianismo, sin olvidar las numerosas intervenciones como teólogo, obispo, prefecto y papa que hizo en contra del relativismo que expulsa a Dios de la sociedad y la cultura contemporáneas. A él se debe la redacción de un material indispensable para la evangelización: el Catecismo de la Iglesia Católica, y, de forma más breve, su Compendio; mientras que de su magisterio pontificio pueden destacarse las encíclicas Deus caritas est y Spe salvi, así como las exhortaciones apostólicas Verbum Domini y Sacramentum caritatis.
Ante la imagen desfigurada de Cristo que presentaban ciertos teólogos o el mundo secularizado, a lo largo de su vida deseó escribir una biografía sobre Jesús de Nazaret, tarea que no pudo emprender hasta su pontificado, resultando la obra por antonomasia de su razonamiento teológico, sumamente orante o místico, como se deduce de la misma introducción al remitirse a la cita bíblica arriba mencionada, al advertir, con gran humildad, que “este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal “del rostro del Señor”. El Papa, sin descartar el método histórico-crítico, necesario, pues histórico es el hecho de la encarnación del Hijo de Dios, va más allá, recurriendo a lo que podría llamarse el método canónico, es decir, el que tiene en cuenta, a la hora de profundizar en la persona de Jesús de Nazaret, la lectura unitaria de la Sagrada Escritura, la Tradición viva de la Iglesia y la analogía de la fe, ayudándonos a entender que el Jesús de la historia es el Jesús de los evangelios, el que confiesa la Iglesia, haciéndonos enamorar de la belleza infinita del rostro de Cristo.
A este respecto, ya como cardenal, prestaba atención a diversos aspectos relativos a la via pulchritudinis -la vía de la belleza-, especialmente la liturgia, cuya aproximación de afinidad estético-teológica halla un buen ejemplo en la célebre obra El espíritu de la liturgia. El mensaje para la XXIII edición del Meeting para la amistad de los pueblos del año 2002 trataba sobre la belleza. Aquí, belleza y verdad se hallan tan compenetradas que supera la comprensión paralela de teología y via pulchritudinis, entendiendo esta última propiamente como una forma de conocimiento de la verdad, incluso con cierta superioridad sobre la via veritatis. Esta apreciación volvió durante su pontificado, como cuando en el discurso a las Academias Pontificias de 2008 indica que la búsqueda de la belleza es intrínseca a la de la verdad y la bondad, o cuando en el Discurso a los artistas de 2009 afirmó que el camino de la belleza “constituye al mismo tiempo un recorrido artístico, estético, y un itinerario de fe, de búsqueda teológica”. En el discurso del Meeting destacaba la paradoja de la revelación de la auténtica belleza en el rostro desfigurado del Crucificado, cual “belleza del amor que llega hasta el fin y que, precisamente en esto, se revela más fuerte que la mentira y que la violencia”. En este sentido, la clave de interpretación de la verdadera belleza radica en la “verdad redentora” de Cristo, la cual, resplandeciente en el rostro de los santos, será el marco estético-teológico de comprensión de la belleza de María, de la que tantas veces escribirá, especialmente en relación al misterio de su inmaculada concepción y su estado glorioso y prototípico en el cielo. Así decía: “¿Quién no conoce la famosa frase de Dostoievski: “La belleza nos salvará”? En la mayor parte de los casos olvidamos recordar que Dostoievski se refiere a la belleza redentora de Cristo. Tenemos que aprender a verlo. Si conocemos a Cristo no solo de palabra sino que nos hiere con el aguijón de su paradójica belleza, obtendremos un conocimiento verdadero de él y llegaremos a saber de él no solo por haber oído hablar a otros. Entonces habremos encontrado la belleza de la verdad, de la verdad redentora. Nada nos puede acercar más al contacto con la belleza de Cristo mismo que el mundo de la belleza creada por la fe y la luz que resplandece en el rostro de los Santos, a través del cual llega a hacerse visible Su propia Luz”.
Que esta Luz resplandezca para siempre en quien buscó el rostro del Señor.
Álvaro Román, profesor de la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla