Carta del arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo
Queridos hermanos y hermanas:
En este domingo VI de Pascua celebramos en nuestra Archidiócesis la
Pascua del Enfermo. En este año, dadas las tristes circunstancias que nos afligen no
podremos celebrarla en la catedral de Sevilla, en la que en otros años
administrábamos la unción de enfermos. Siento que tampoco sea posible celebrarla
en las parroquias.
La Pascua del Enfermo, es una jornada ya clásica en el calendario anual de
las comunidades cristianas. En ella se nos recuerda el quehacer y el compromiso
que los cristianos tenemos con nuestros hermanos enfermos. Ellos ocupan un lugar
importante en el ministerio público de Jesús y, en consecuencia, deben de ocupar
un lugar central en la vida de nuestras comunidades y en la vida personal de cada
cristiano.
El papa Francisco, en el mensaje para la Jornada del Enfermo de este año,
ha elegido como lema estas palabras de Jesús: Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados y yo os aliviaré» (Mt 11,28). Estas palabras expresan la
solidaridad del Hijo de Dios con la humanidad que sufre. Jesús dirige esta
invitación a los enfermos y a los heridos por el peso de la prueba y les ofrece su
misericordia, es decir, su persona salvadora. Jesús iba por la vida viendo,
mirando con profundidad e interés. No pasa de largo, sino que se detiene para
abrazar con ternura a las personas, sin descartar a nadie, e invita a cada uno a
acercarse a Él para experimentar su ternura.
Jesús vivió la pobreza, la emigración y la persecución y se hizo débil,
viviendo la experiencia humana del sufrimiento. Sólo quien vive en primera
persona esta experiencia sabrá ser consuelo para otros. En la atención al enfermo,
a veces se percibe una cierta carencia de humanidad, cuando sería más necesario
personalizar el modo de acercarse al enfermo, añadiendo al curar el cuidar con
profesionalidad, pero también con ternura y amor, no olvidando a la familia que
sufre, y a su vez pide consuelo y cercanía.
El Papa se dirige en su mensaje a quienes a causa de la enfermedad están
cansados y agobiados, y les invita a refugiarse bajo la mirada y el corazón de
Jesús. Allí encontrarán luz para los momentos de oscuridad y esperanza para su
desconsuelo. En Jesús encontrarán fuerza para afrontar las inquietudes y las
preguntas que surgen en su corazón en la noche del cuerpo y del espíritu que
supone toda enfermedad. El Papa dice también a los enfermos que la Iglesia
quiere ser la “posada” del Buen Samaritano que es Cristo (cf. Lc 10,34), es decir,
la casa en la que pueden encontrar al Señor y también familiaridad, acogida,
ternura y consuelo.
Se dirige después el Papa al personal sanitario, médicos, enfermeros,
personal auxiliar y administrativo, y también a los voluntarios que se ofrecen
para visitar y acompañar al enfermo haciendo sentir la presencia de Cristo, que
brinda consuelo y se hace cargo de la persona enferma curando sus heridas. A
todos ellos me dirijo para pedirles que consideren que cada intervención
diagnóstica, preventiva, terapéutica, de investigación, cada tratamiento o
rehabilitación se dirige a la persona enferma. El sustantivo persona siempre está
antes del adjetivo enferma. Por lo tanto, es necesario que en su servicio tengan
siempre presente la dignidad y la vida de la persona, sin ceder a actos que
conduzcan a la eutanasia o al suicidio asistido, ni siquiera cuando el estado de la
enfermedad sea irreversible. La vida es sagrada y pertenece a Dios, por lo tanto,
es inviolable. Debe ser acogida, tutelada, respetada y servida desde que su
nacimiento hasta su ocaso: lo requieren simultáneamente la razón y la fe en Dios,
autor de la vida.
En ciertos casos, la objeción de conciencia es para ellos una elección
necesaria para ser coherentes con el “sí” a la vida y a la persona. En cualquier
caso, su profesionalidad, animada por la caridad cristiana, será el mejor servicio
al primer derecho humano, el derecho a la vida. Aunque a veces no pueden curar
al enfermo, sí que pueden siempre cuidarlo con gestos y procedimientos que le
den alivio y consuelo.
En esta Pascua del Enfermo hemos de pensar en los numerosos hermanos
y hermanas que, en todo el mundo, no tienen la posibilidad de acceder a los
tratamientos, porque viven en una pobreza extrema. Dios quiera que los países
ricos les ayuden a salvaguardar su derecho a la salud. Que Dios pague a los
médicos voluntarios que cada año van en sus vacaciones a los países del Tercer
Mundo al servicio de los enfermos como samaritanos de sus hermanos.
Encomiendo a la Virgen María, Auxilio de los cristianos y Salud de los
enfermos, a todos los enfermos, a sus familias y a los agentes sanitarios. A todos
les aseguro con afecto mi cercanía en la oración y les imparto de corazón mi
bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla