Hoy celebramos en la Catedral de Sevilla la Eucaristía de envío de 700 jóvenes de nuestra Archidiócesis que participarán en el Jubileo de los Jóvenes, en Roma, del 28 de julio al 3 de agosto. El papa Francisco nos convocó a vivir este Jubileo como peregrinos de esperanza y nos exhortó a luchar en la noble tarea de transformar este mundo nuestro, con la gracia de Dios, de la mano de María Santísima; Ella nos inspira para responder con generosidad a la llamada de Dios, nos ayuda a ofrecer una respuesta confiada, nos acompaña para que nuestra entrega sea total, sin límites, con ilusión y esperanza, dispuestos a ser sal, luz, fermento en medio de nuestros ambientes. En los actos jubilares nos encontraremos con el papa León XIV para escuchar su palabra y recibir su aliento.
La misión de los jóvenes comienza por la santificación personal. No están llamados a instalarse en la rutina y la mediocridad, sino a hacer santas todas las cosas del mundo, de las más pequeñas a las más grandes, dejándose transformar por el Señor. La labor del santo no es otra que la de vivir la unión con Cristo, dar testimonio ante el mundo con su vida y su palabra de que Dios existe y nos ama; también debe transformar la sociedad en la que vive e imprimir el sello del Evangelio en el momento histórico que le toca vivir; ha de dejarse cambiar el corazón por el Señor, y empeñarse decididamente por cambiar el mundo, empezando por su entorno inmediato. Seguramente nos parecerá una misión imposible, y así es, efectivamente, si dependiera de nosotros. Pero lo mejor es que depende de Dios, que, a la vez, quiere contar con nuestra colaboración.
El papa León XIV canonizará el próximo 7 de septiembre a dos jóvenes: Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis. Estoy convencido de que en lo profundo de su corazón los jóvenes buscan el bien y la verdad, desean vivir con coherencia y son sensibles a las causas solidarias, aunque a veces se equivoquen y se encaminen por derroteros poco recomendables. Ahora bien, los jóvenes están necesitados de escuchar la voz de Alguien que los llame por su nombre para un ideal de altura, y para poder escuchar esa voz han de hacer silencio exterior e interior, han de rezar. Hoy más que nunca les acecha la tentación de pasar la vida con la mirada fija en las pantallas, desgastando su energía en un scroll infinito de videos vacíos, contemplando su propia imagen rodeada de likes o envidiando a los influencers más famosos.
Nuestra propuesta es muy distinta. Es la propuesta que hemos escuchado de san Juan Pablo II, de Benedicto XVI y Francisco, y ahora del papa León XIV; es la invitación a llegar más allá y más alto, sin rebajas ni medias tintas. La Iglesia quiere a los jóvenes con la mirada puesta en el cielo, sabedores de que son amados infinitamente por Dios, y que en Él encontrarán la fuerza para transformar la tierra con su entrega generosa, su responsabilidad y su alegría. Al contrario de lo que el mundo acostumbra a hacer con los jóvenes, la Iglesia no les promete un futuro prefabricado, sino que los anima, ante todo, a responder con libertad a la llamada de Dios.
A lo largo del camino no serán pocas ni pequeñas las dificultades, las incertidumbres y los riesgos, y también se hará presente el temor. Es posible que nos asustemos ante la magnitud de los elementos adversos; pero Jesús nos dice: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» (Mt 14, 27). En nuestra Archidiócesis de Sevilla, en el lugar y el tiempo que Dios ha dispuesto para nosotros, los jóvenes asumen la misión evangelizadora con alegría y esperanza, con un impulso nuevo. Vamos a Roma 700 peregrinos. Volveremos 700 apóstoles dispuestos a anunciar a Cristo con nuestra vida y nuestra palabra. De la mano de Nuestra Señora de los Reyes, Reina de los Apóstoles ¡Adelante jóvenes hispalenses! ¡Duc in altum!
+José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla