Una jornada en Cafarnaún

El Evangelio de este domingo nos presenta el reportaje de lo que venía a ser una jornada de Jesús en su vida pública. Después de enseñar en la sinagoga, se acerca a la casa de Pedro, y cura a su suegra, que estaba en cama con fiebre; al anochecer le llevan todos los enfermos y poseídos; cura a muchos enfermos y expulsa a muchos demonios. De madrugada se retira a un lugar apartado para orar; después marcha a predicar el Reino a otros pueblos y aldeas. La jornada de la vida de Jesús estaba compuesta fundamentalmente de tres elementos: predicación del Reino, curación de los enfermos y oración.

Contemplamos maravillados a Jesucristo que se levanta de madrugada, busca un lugar tranquilo y entra en oración. En la oración llega al culmen de su intimidad filial con el Padre y en la oración alcanza la plenitud su conciencia filial. El Maestro era un hombre que se entregaba a la oración, que les enseñaría a orar en todo momento, sin desfallecer. En su vida se alternaba la contemplación y la acción, la predicación del Reino, la curación de los enfermos y el encuentro con el Padre. Pero el centro que unifica toda su existencia, todo su ministerio, es su unión con el Padre, porque Él es uno con el Padre (cf. Jn 10, 30).

Vivimos una situación, especialmente en nuestro Occidente rico, en que la Nueva Evangelización se hace cada vez más urgente porque nos encontramos inmersos en un proceso de secularización aparentemente imparable. La creación del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización en 2010, por parte de Benedicto XVI, es la respuesta más clara y proactiva que la Iglesia ha ofrecido ante la progresiva secularización de la sociedad occidental y el eclipse del “sentido de Dios”. En la Exhortación Apostólica Verbum Domini recuerda el papa Ratzinger que la Nueva Evangelización es confirmada por la eficacia de la Palabra divina e insiste en que la complejidad de la situación actual requiere nuevas formas y que el anuncio debe ir acompañado del testimonio cristiano coherente, que da credibilidad a la palabra.

La aportación del papa Francisco al reto de la evangelización en el contexto actual se hace especialmente importante por tres acentos: El primero es la calidad espiritual que hemos de tener como evangelizadores, alejándonos de toda mundanidad espiritual y apostando con fe, humildad y caridad por la santidad en lo cotidiano. El segundo rasgo es asumir que “evangelizar” conlleva la radical necesidad de una conversión integral no solo de las personas, sino también de nuestras instituciones, ya que la coherencia de nuestro testimonio se manifiesta también por una conversión misionera de las estructuras de las diócesis, parroquias, comunidades religiosas, hermandades, realidades de Iglesia y movimientos, para que se conviertan en espacios de acogida sanadores y de encuentro con Cristo. Finalmente, el tercer aspecto que propone el Pontífice es la acción misma de evangelizar, cuyo sujeto es la Iglesia, Pueblo de Dios transformado por Cristo en un espacio de fe, acogida y curación espiritual para todos.

Ahora bien, los evangelizadores, como Jesús, han de centrar su vida y ministerio en la unión con Dios. El evangelizador es un testigo enviado en virtud del Bautismo, por el que ha nacido a la vida divina por el agua y el Espíritu. Es la hora de la fe, de la confianza en el Señor, porque él ha vencido al mundo (cf. Jn 16, 33). La fundamentación en Dios se convertirá en fortaleza para superar las dificultades y para ser capaces de dar testimonio en toda ocasión, también en las situaciones adversas. Hoy más que nunca es preciso que tengamos una fe adulta, profunda, madura, que vivamos una espiritualidad que integre la fe y la vida y que estemos siempre dispuestos para dar testimonio de nuestra fe en Jesucristo.

+José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

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