Solemnidad de la Asunción, Fiesta de la Virgen de los Reyes

Carta del Arzobispo de Sevilla, Mons. Saiz Meneses con motivo de la festividad de Ntra. Sra. de los Reyes.

Celebramos la fiesta de Ntra. Sra. de los Reyes, patrona de Sevilla y de su Archidiócesis, en la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María. Ella es «figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra», tal como proclamaremos en el prefacio. En esta celebración, contemplamos su destino de plenitud y bienaventuranza, la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado. En esta fiesta, contemplamos la imagen y la seguridad del cumplimiento de la esperanza final (cf. Marialis Cultus, 6).

En la fiesta de hoy recordamos la victoria de Cristo Jesús, el Señor Resucitado, tal como hemos escuchado en la segunda lectura. Es el punto culminante del plan salvador de Dios. Él es la primicia, el primero que triunfa plenamente sobre la muerte y el mal, pasando a una nueva existencia. Por eso nuestra fiesta es una fiesta de alegría y esperanza, porque toda la humanidad está llamada a la gloria en Dios. “Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”. Si Adán abrió la puerta a la muerte, Cristo abre el camino de la resurrección y la vida.

Contemplamos la victoria de la Virgen María, que, como primera discípula de Jesús, redimida desde el primer instante de su vida y asociada de modo único a la pasión y a la gloria de su Hijo, participa ya de su victoria, y es elevada también ella en cuerpo y alma. También es nuestra victoria, porque el triunfo de Cristo y de su Madre se proyecta a la Iglesia y a toda la humanidad. La comunidad eclesial es una comunidad en camino, en lucha constante contra el mal. La Mujer del Apocalipsis, la Iglesia misma, y dentro de ella de modo eminente la Virgen María, nos garantizan nuestra victoria final.

Hoy rendimos culto a la Bienaventurada Virgen María invocándola como Nuestra Señora de los Reyes, y nos acogemos a ella como hijos suyos, porque ella ejerce sobre nosotros una verdadera maternidad espiritual, desde el momento que Jesús le encargó desde la Cruz la misión de cuidar amorosamente de nosotros. El apóstol Juan la recibió en su casa como madre y en él estamos representados todos los discípulos de su Hijo. María es así verdadera madre espiritual de los discípulos de Jesús de todos los tiempos. Lo recordamos hoy con especial amor, porque acudimos a sus plantas para suplicar su protección como Patrona de nuestra ciudad y de toda nuestra archidiócesis.

Acudimos siempre a la Madre del Señor y madre nuestra en las grandes dificultades de la vida, en los problemas pequeños del día a día, en la enfermedad y el dolor, en las crisis económicas y sociales. A ella vamos acudiendo en este tiempo de pandemia, y hoy de nuevo nos encomendamos a su intercesión para vencer totalmente a este virus que nos impide volver a la plena normalidad y nos impide honrar a nuestra Madre por las calles y plazas de la ciudad. El Papa Francisco nos ha exhortado reiteradamente a que salgamos de la pandemia siendo mejores de como éramos antes de que se iniciara. Ojalá sea así, y salgamos de esta crisis más espirituales, más sensatos, y más solidarios; ojalá descubramos bien nuestras necesidades reales, los ritmos que nos conviene seguir, las auténticas prioridades; ojalá replanteemos nuestro estilo de vida; ojalá sea ocasión de conversión, de volver la mirada a Dios, de volver la mirada a los hermanos, de aligerar nuestro equipaje de peregrinos.

Nuestra fiesta patronal es un día de alegría. Es cierto que vivimos tiempos difíciles, y que nos llegan con facilidad las noticias más negativas y estridentes, y, en cambio, muchas buenas noticias pasan desapercibidas; son tiempos de desorientación y de desánimo para no pocas personas. Pero como creyentes, como cristianos y como hijos de María santísima, celebramos con gozo esta fiesta y pedimos al Señor que reavive nuestra esperanza. Porque la esperanza es un elemento antropológico fundamental que está en el centro de la vida humana y que en la actualidad adquiere una particular relevancia, por las graves dificultades que afectan a tantas personas, familias y entidades.

No es de extrañar que muchas personas se instalen en una actitud de sospecha y desconfianza ante los que rigen la sociedad y sus instituciones, desalentadas respecto a los cambios que necesita el mundo, en medio de las diversas crisis sociales, políticas, económicas, financieras, y también de una gran crisis de valores. En algunos casos el descontento se canaliza a través de protestas no exentas de violencia; en otros casos se desemboca en una especie de letargo colectivo porque se han desvanecido las expectativas de futuro ante la dificultad de encontrar un empleo estable, formar una familia, o llevar a término los proyectos personales.

A pesar de todo, el ser humano necesita esperanza y la busca, y se sigue preguntando dónde la podrá encontrar y quién la podrá ofrecer. Ciertamente, los bienes y recursos materiales por sí solos no son capaces de ofrecer una respuesta convincente a dichas aspiraciones. Por otra parte, la experiencia nos enseña que muchas expectativas que vamos concibiendo a lo largo de la vida, cuando llega el momento de verse cumplidas, tampoco sacian del todo la sed de sentido y de felicidad del corazón. ¿Y por qué sucede esto? En definitiva, porque la gran esperanza solo puede estar en Dios, porque va más allá de los bienes materiales, porque es mucho más que una idea, un sentimiento o un valor; es una persona viva, es Jesucristo.

Nuestra fiesta patronal es un sí a la esperanza. La Asunción nos recuerda que la vida de María es un camino de seguimiento de Jesús, con una meta precisa: la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte y la comunión plena con Dios. La Asunción nos recuerda que la vida del cristiano es asimismo una peregrinación de fe hacia la misma meta. Por el bautismo somos incorporados a Cristo y hemos resucitado con él, pero debemos alcanzar corporalmente lo que el bautismo ha comenzado en nosotros. María ya ha llegado a la plenitud de la unión con Dios y nos acompaña en este camino.

María fue elevada en cuerpo y alma al cielo, y es reina del cielo y de la tierra. ¿Eso significa que se ha alejado de nosotros? No, más bien al contrario, porque al estar con Dios y en Dios, puede estar espiritualmente muy cerca de nosotros. Es nuestra Madre, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos. Nos ha sido dada como madre y podemos acudir a ella en todo momento; ella nos escucha siempre y nos consuela y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su amor. Por eso, vivamos en la certeza de que podemos poner nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está atenta y solícita de sus hijos.

Desde tiempo inmemorial se venía considerando a la Virgen de los Reyes como patrona de Sevilla pero fue en 1946 cuando el Cardenal Arzobispo don Pedro Segura y Sáenz hizo llegar hasta el Santo Padre Pío XII la petición de confirmación y declaración de Celestial Patrona de la Ciudad y Archidiócesis de Sevilla a la Santísima Virgen bajo la advocación de “los Reyes”. Como respuesta el Santo Padre, en Roma, el día 15 de agosto del año 1946, emitió un Breve Pontificio que declara: “CONFIRMAMOS Y DECLARAMOS A LA SANTÍSIMA VIRGEN BAJO LA ADVOCACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE LOS REYES, PRINCIPAL PATRONA ANTE DIOS DE LA CIUDAD Y ARCHIDIÓCESIS DE SEVILLA”.

Posteriormente, el cardenal Segura y Sáenz dio a conocer esta proclamación el 24 de noviembre de 1946 en la homilía de la solemne Misa de pontifical que se celebró por la mañana; por la tarde tuvo lugar una procesión magna.

Han pasado 75 años. Somos herederos de aquellos hermanos que nos han precedido en el amor y devoción a Nuestra Señora de los Reyes. También nosotros queremos expresar públicamente nuestro homenaje y amor a la Madre, y lo haremos cuando las circunstancias lo permitan. Porque ella lo merece, y porque nosotros también lo merecemos después de estos dos años tan aciagos; pero en este momento, hemos de proceder con toda la devoción y el amor de que seamos capaces, y a la vez con toda la responsabilidad que requiere la situación presente.

En este día de fiesta, que nada ni nadie nos arrebate la esperanza y la alegría; demos gracias al Señor por el don de nuestra Madre, Nuestra Señora de los Reyes; sigamos caminando cada día de su mano y bajo su intercesión. Así sea.

+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla

 

 

 

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