Ser ojos para el ciego y pies para el cojo. Pascua del Enfermo

Carta semanal del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina.

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos en este domingo VI del tiempo pascual la llamada Pascua del Enfermo, jornada que busca acercar a los cristianos al mundo de la enfermedad y el dolor y hacer visible la cercanía de la comunidad cristiana a nuestros hermanos enfermos. El cuidado de los enfermos es algo que pertenece a la entraña del Evangelio y a la mejor tradición cristiana. La Iglesia ha mostrado siempre una particular solicitud por los enfermos siguiendo el ejemplo de su Maestro, a quien los Evangelios presentan como el «Médico divino» y el Buen Samaritano de la humanidad. Jesús, en efecto, al mismo tiempo que anuncia la buena nueva del Reino de Dios, acompaña su predicación con la curación de quienes son prisioneros de todo tipo de enfermedades y dolencias.

En su mensaje para la XXIII Jornada Mundial del Enfermo, el papa Francisco se dirige a todos los que llevan «el peso de la enfermedad» y de diferentes modos están unidos «a la carne de Cristo sufriente»; así como a los profesionales y voluntarios que trabajan en la pastoral de la salud. A todos invita el Santo Padre a meditar una frase del libro de Job, que constituye el lema de este año: «Yo era ojos para el ciego, yo fui pies para los cojos» (Jb 29,15).

El tema central del mensaje es la sabiduría del corazón de la que habla el apóstol Santiago en su carta, que es «intachable, apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera» (3,17). Esta sabiduría no es consecuencia del estudio o de la especulación, sino un don infundido por el Espíritu Santo en el corazón que nos permite abrirnos al sufrimiento de los hermanos reconociendo en ellos la imagen de Dios.

La sabiduría del corazón se manifiesta en el servicio a los hermanos. «Yo era ojos para el ciego, yo fui pies para los cojos». Así se muestra el santo Job en uno de los discursos de la segunda parte de su libro, en el que pone en evidencia su talla moral, que se evidencia además en el servicio que Job ha prestado al pobre que pide ayuda, al huérfano y de la viuda (Jb 29,12-13).

Muchos cristianos, hombres y mujeres, como fruto de su fe arraigada y consecuente, son ojos para el ciego y pies para los cojos. Son personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse y para alimentarse. Dice el Papa que este servicio cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado, pues es relativamente fácil servir a un enfermo por unas horas o unos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecerlo. El Santo Padre añade que éste es un sorprendente camino de santificación personal, en el que se experimenta de un modo extraordinario la ayuda del Señor, como muchos hemos podido comprobar en nuestra vida. Por otra parte, constituye una fuente prodigiosa de energía sobrenatural para la Iglesia, si quien está junto al enfermo ofrece al Señor su entrega por tantas intenciones preciosas que todos llevamos en el corazón.

El papa Francisco nos dice además que sabiduría del corazón es estar con el hermano. El tiempo que pasamos junto al enfermo es un tiempo santo porque nos hace parecernos a Aquel que «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28), a Aquel que nos dijo también: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27). A veces acuciados por las prisas, por el frenesí del hacer y del producir, nos olvidamos del valor de la gratuidad, de ocuparnos del otro, de hacernos cargo de él, y especialmente del valor singular del tiempo empleado junto a la cabecera del enfermo.

En el fondo olvidamos aquella palabra del Señor, que dice: «lo que hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Dios quiera que en nuestra Archidiócesis seamos muchos los que comprendamos el valor que tiene dedicar nuestro tiempo al servicio y al acompañamiento, con frecuencia silencioso, de nuestros hermanos enfermos, que, gracias a ello, se sienten más amados y consolados.

Esta tarea que corresponde a todo buen cristiano, la realizan de forma eminente los voluntarios de los equipos de pastoral de la salud, que llevan el consuelo de Dios, el amor y el afecto de la comunidad parroquial a los enfermos. Les felicito y agradezco su compromiso, lo mismo que al Delegado Diocesano de Pastoral de la Salud y a los capellanes de hospitales. Pido al Señor que les conceda la verdadera sabiduría del corazón.

Para todos ellos, para el personal sanitario y para quienes cuidan en sus casas con infinito amor a sus seres queridos enfermos, mi afecto fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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