Pentecostés: día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica

Carta Pastoral del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina.

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos en este domingo la gran fiesta cristiana de Pentecostés, la efusión del Espíritu Santo sobre la comunidad apostólica reunida en el Cenáculo, congregada y presidida por María la madre de Jesús. En Pentecostés, la Iglesia, bajo el impulso y la acción del Espíritu Santo, inaugura la misión encomendada por su Señor de predicar el Evangelio hasta los últimos confines de la tierra. A partir de Pentecostés, los apóstoles, robustecidos por la fuerza de lo alto, comienzan a anunciar a Jesucristo en Jerusalén, en Judea, Samaría y en todo el mundo entonces conocido. Desde entonces han sido incontables los cristianos, también laicos, que habiendo escuchado el mandato misionero de Jesús, lo han mostrado a sus hermanos como camino, verdad y vida de los hombres, con convicción y valentía, con la palabra y, sobre todo, con el testimonio elocuente y luminoso de su propia vida.

A los veinte años de la publicación del documento de nuestra Conferencia Episcopal «Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo», en el que los Obispos españoles, recogiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y de la Exhortación Apostólica Christifideles laici, trazaban unas líneas de acción para promover la comunión eclesial, la corresponsabilidad y la participación activa de los laicos en la vida de la Iglesia y en el apostolado, es preciso reconocer que nos queda todavía un largo camino por recorrer. Refiriéndonos a nuestra Archidiócesis, cabe decir que hemos mejorado en el conocimiento mutuo y la comunión entre los diversos carismas y grupos apostólicos, bajo el impulso y coordinación de la Delegación Diocesana de Apostolado Seglar.

Siendo también cierto que entre nosotros existen grupos y movimientos de gran vigor apostólico, no deja de ser verdad que son muchos los cristianos que no han descubierto la dimensión apostólica y misionera de su bautismo, en el que quedamos incorporados a la misión profética de Cristo, obligación que se acrecentó al recibir el don del Espíritu Santo en el sacramento de la confirmación, que nos habilitó y destinó a dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza en todas las circunstancias de nuestra vida.

En esta hora de la Iglesia en España, condicionada por el laicismo militante, el avance de la increencia, el agnosticismo, la religión a la carta y el relativismo moral, es más urgente que nunca la renovación del compromiso apostólico de los laicos. Nos lo recuerda un año más la solemnidad de Pentecostés. En ella celebramos el día del Apostolado Seglar, que puede ser individual o asociado, especialmente en la Acción Católica, la obra apostólica peculiar de la Iglesia Diocesana, íntimamente ligada al ministerio del Obispo. ¡Cuánto me gustaría que en nuestra Archidiócesis la Acción Católica adquiera el vigor y la extensión que cabe esperar de una obra tan querida por la Iglesia y tan bendecida por los Papas y que cuenta con mi apoyo explícito! La Iglesia necesita hoy laicos bien formados, con un profundo amor a la Iglesia, con una honda experiencia de Dios, fraguada en la oración y en la recepción frecuente de los sacramentos, hombres y mujeres de comunión, que viven la fraternidad, dispuestos a comprometerse en la Nueva Evangelización, dispuestos a anunciar a Jesucristo en la familia, en el barrio, en la fábrica, en la oficina y en el ocio y el tiempo libre; laicos comprometidos con su parroquia, que se implican en la catequesis, en el acompañamiento de niños y jóvenes y en los catecumenados de adultos.

A lo largo de su pontificado el Papa Benedicto XVI ha recordado muchas veces a los laicos católicos que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Ser discípulos exige seguirlo, imitarlo, estar profundamente enraizados en Él, gozar de su intimidad y disfrutar de su amistad. En la comunión estrecha con Jesús encontramos la vida, la verdadera vida digna de este nombre. Del encuentro diario con Jesucristo vivo, debe surgir el deseo y el compromiso de darlo a conocer, de compartir con nuestros hermanos nuestro mejor tesoro, Jesucristo, de comunicar a todos el don que Él nos ha regalado. El discipulado nos debe llevar, pues, a la misión, a dar testimonio de Jesucristo vivo, pues a todos, también a los laicos, nos ha dicho el Señor: «Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). «Discipulado y misión –nos dijo el Papa en la asamblea del CELAM en Aparecida (Brasil)- son como las dos caras de una misma moneda: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (Hch 4,12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro».

Para todos, y muy especialmente para los miembros de la Acción Católica y de los grupos y movimientos apostólicos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz Pascua de Pentecostés.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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