Pentecostés, día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica

Carta del arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo

Queridos hermanos y hermanas:

Dirijo esta carta semanal a los miembros de los grupos apostólicos de la Diócesis. Envío mi saludo más cordial al Delegado Diocesano de Apostolado Seglar y a todos los militantes cristianos que participaréis en la Vigilia de Pentecostés reviviendo la efusión del Espíritu Santo sobre la comunidad apostólica reunida en el cenáculo, congregada y presidida por María, la madre de Jesús. En Pentecostés la Iglesia, bajo el impulso del Espíritu Santo, inaugura la misión encomendada por su Señor de predicar el Evangelio hasta los últimos confines de la tierra.
La acción del Espíritu ocupa un lugar destacado en los grandes acontecimientos de la Historia de la Salvación. Antes de los tiempos, en el seno de Dios, el Espíritu unge a Jesús como Mesías, profeta, sacerdote e hijo amado del Padre. En la Encarnación, inunda a María y, gracias a su sombra fecunda, el Verbo toma carne en sus purísimas entrañas. En los inicios del ministerio público de Jesús, el Espíritu le lleva al desierto, se manifiesta en su bautismo y habla por Él en la sinagoga de Nazareth. En los instantes supremos de la vida del Señor, la acción del Espíritu hace perfecta y agradable al Padre su obra redentora; y en Pentecostés se manifiesta en todo su esplendor.
En Pentecostés «rompe el Espíritu el techo de la tierra y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende y alegra las entrañas del mundo» (Himno de Tertia). Desde entonces, el Espíritu es el alma de la Iglesia porque la unifica, dinamiza y vivifica. Él es el manantial de los carismas, los dones, funciones y ministerios (1 Cor, 12,4-6); y es también el corazón de la vida personal de cada cristiano, hasta el punto de que no podemos decir «Jesús es el Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). El Espíritu es quien deposita en nuestras almas el amor y el anhelo de santidad.
En Pentecostés, el Espíritu se manifiesta como la «la fuerza que pone pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo». A partir de Pentecostés, los apóstoles, fortalecidos con la fuerza de lo alto, comienzan a anunciar a Jesucristo en Jerusalén, en Judea, Samaría, Galilea y hasta los confines del mundo. Desde entonces han sido innumerables los cristianos laicos que, habiendo escuchado el mandato misionero de Jesús, lo han mostrado a sus hermanos, con coraje y valentía, con la palabra y, sobre todo, con el testimonio luminoso de su vida. Por todo ello, Pentecostés es la fiesta del Apostolado Seglar. También los laicos están destinados al apostolado. Se trata de una obligación orgánica, que brota de nuestro bautismo, en el que quedamos incorporados a la misión profética de Cristo, obligación que se acrecentó al recibir el don del Espíritu en la confirmación.

También vosotros, queridos militantes seglares, estáis llamados a ser heraldos de la Buena Noticia, a compartir con vuestros hermanos vuestro mejor tesoro, Jesucristo; a proclamar que vuestro encuentro con Él es lo más grande que os ha sucedido, porque en Él habéis hallado la luz, la vida, la esperanza y la alegría. Como los Apóstoles después de Pentecostés, habéis de acercaros a tantos hombres y mujeres que se debaten en el marasmo de la desesperanza, del nihilismo y de la infelicidad, para ser testigos del Dios vivo, de su amor, de la alegría cristiana, de la paz y la esperanza que nacen de la Buena Noticia del amor de Dios por la humanidad. El testigo es quien habla con la vida. Así deben ser los sacerdotes ante sus fieles, los padres ante sus hijos, los educadores ante sus alumnos, y cada uno de vosotros, laicos cristianos, en el barrio, en el trabajo, en el ocio y en el tiempo libre; también en la parroquia, implicados en la catequesis, en el acompañamiento de niños y jóvenes y en los catecumenados de adultos, dispuestos siempre a dar razón de vuestra fe y de vuestra esperanza.
La solemnidad de Pentecostés es también la fiesta de la Acción Católica, que de forma asociada, como un cuerpo orgánico, unida estrechamente al ministerio jerárquico, al obispo, a los sacerdotes, a la Diócesis y a la parroquia, tantos frutos de evangelización, de santidad y apostolado ha dado a la Iglesia.
Un nuevo acicate en nuestro compromiso apostólico son las conclusiones del reciente Congreso de Laicos, que se nos van a recordar en la Vigilia del próximo día 30. En ella pediremos al Espíritu Santo que su fuego nos convierta y purifique, que su calor funda el témpano de nuestras tibiezas, temores y cobardías, que su luz caldee nuestros corazones en el amor de Cristo y que su fuerza nos ayude a todos a perseverar en nuestra tarea primordial, anunciar a Jesucristo a nuestro mundo con la palabra y con el testimonio luminoso de nuestra vida.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Contenido relacionado

Fijar la mirada en Jesús

Estamos a las puertas de la Navidad. El reciente Congreso de...

Enlaces de interés