Lunes de la cuarta semana de Pascua

Palabras del Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo

El 30 de abril de 1965 publicaba el papa Pablo VI una breve y preciosa encíclica titulada “Mes de Mayo”, en la que confesaba que al acercarse este mes eminentemente mariano, le llenaba de gozo pensar en el conmovedor espectáculo de fe y de amor que a lo largo del mismo se ofrece en todas partes de la tierra en honor de la Reina del Cielo. “En efecto, -añadía el Papa- mayo es el mes en el que en los templos y en las casas particulares sube a María desde el corazón de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su oración y veneración”. Por desgracia, hoy las cosas no son como Pablo VI las soñaba hace sólo seis décadas.

Seguramente ni en muchas parroquias, ni en la mayoría de las familias se conservan las prácticas piadosas entrañables con que honrábamos a la Virgen en el mes de las Flores en nuestros hogares, seminarios, casas religiosas y colegios, que tantos recordamos con añoranza. No deja de ser una lástima, puesto que como el mismo Pablo VI manifiesta, al mismo tiempo que en el mes de mayo honramos a María, “desde su trono descienden hasta nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia”.

Por ello, me atrevo a pediros, queridos hermanos y hermanas, que no olvidemos honrar a la Virgen en este mes de mayo. Acudamos a visitarla en sus santuarios y ermitas con amor y sentido penitencial. Qué bueno sería que en nuestras parroquias se restauraran las flores de mayo. El amor y el culto a la Virgen es un motor formidable de dinamismo espiritual, de fidelidad al Evangelio y de vigor apostólico. Que nunca nos acostemos tranquilos sin haber tenido un detalle filial y entrañable con Nuestra Señora.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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